Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

martes, 12 de octubre de 2010

EL MAESTRO RAFAEL.

Desde hace 21 años -una generación larga- vengo recordando un aniversario triste, el del fallecimiento de Rafael García Serrano, maestro de escritores y periodistas. Y de falangistas, por supuesto.
Se fué Rafael a los luceros en 1988, hace 22 años -de ahí los veintiún aniversarios- y desde entonces no hay día que no echemos de menos su voz, su genio, su maestría, su ironía, sus santos riñones, los que alcanzamos a conocerlo, siquiera por sus obras.
En parte, por eso dedico cada año este día a su memoria. Para que quienes no tuvieron la suerte de leerlo a diario en El Alcázar, los que no llegasen a tiempo de leer sus novelas, sepan de su existencia y puedan bucear en bibliotecas, en librerías de viejo y en los estantes de las novedades, porque se han ido reeditando algunas de sus obras y -Dios lo quiera- lo seguirán haciendo.
Mi consejo, en lo que pueda valer, es que quien vea un libro de Rafael García Serrano se tire en plancha sobre él, y no lo deje escapar aunque tenga que privarse para ello aún de lo necesario durante unos días. Mejor una novela del maestro Rafael que comer dos días, y no hablemos si de lo que hay que privarse es de un par de noches de estupidez alcohólica.
No resulta fácil, al cabo de tantos años, decir cada aniversario algo que no me suene a repetido; quiero, sin embargo, hacer hincapié en este en algo particularmente actual, en aras de la memez histérica. Y es que Rafael García Serrano fue siempre un adalid de la reconciliación entre los españoles, idea permanente en su obra y en su vida, reconocida incluso por los enemigos que no se quisieron reconciliar a la espera de la revancha resentida.
Su alférez Ramón de La Fiel Infantería -que, en mi opinión, le representa- lo dice bien claro en una charla con sus hombres en la chabola del frente, y define la paz que llegará como "una buena liebre sobre la que tirar todos." Y otro de sus personajes, define en Plaza del Castillo: "tu no puedes encargarte de ese. No podemos odiar al enemigo, porque mañana tendremos que vivir con él."
Y aún otro -el Alférez Luis, de Los ojos perdidos esta vez- reza así: "pidió por sus amigos muertos a los dos lados y pidió por todos los muertos de su bando y también por los enemigos muertos, excluyendo, eso sí, a los checos, los franceses, los norteamericanos, los ingleses, los yugoslavos y en general a todos los hijos de mala madre de las Brigadas Internacionales. Pidió perdón por excluirlos, pero no lo podía remediar ni aun sabiendo que los hijos de mala madre de las Brigadas Internacionales también eran hijos de Dios."
Y este espíritu de reconciliación no fue patrimonio exclusivo del maestro Rafael. Fue la tónica dominante de los nacionales, como atestigua el propio Rafael García Serrano, en La Fiel Infatería, sobre los primeros días de Somosierra: "Acostumbrábamos a terminar las oraciones pacientemente y luego se les solía demostrar que es muy posible encender una vela a Dios y a la vez una candelilla al diablo, llenándolos de improperios, porque sabíamos insultar más y mejor que los de enfrente y porque además los llevábamos desde el Alto hasta las puertas de Buitrago en las bocas de los fusiles. Y por el placer de demostrarles nuestra superioridad en todos los terrenos, bien valía la pena de que las que oraban por la salvación de las almas de nuestros enemigos y la de nuestras vidas, rezasen también por la benigna consideración de aquellos pecados de palabra oscura."
Con estas características, no podía Rafael García Serrano esperar que su nombre y su obra -monumental- fuera incluida entre los aspirantes al Premio Nobel, y lo digo por la reciente concesión al señor Vargas Llosa, tan merecedor del premio como la mayoría de los agraciados.
Diré que no se si he leído algo de Vargas Llosa. Y no lo sé, porque a mí todos los escritores hispanoamericanos me parecen iguales, copias del mismo, radicalmente vulgares y corrientes, asombrosamente planos, faltos de la mínima categoría literaria -quien lea al maestro Rafael lo comprobará de sobra- y ahítos de tópicos y estereotipos.
Escribe el señor Vargas Llosa desde la corrección política impuesta por la desvergüenza, sin que el chaqueterismo de ultraizquierdista reciclado al capitalismo salvaje le sea oneroso, porque para eso es partidario oficialista del aborto a caño abierto, y para eso juzga la democracia por la sodomía, y para eso propugna la despenalización del tráfico de drogas.
Esto es lo que se ha premiado en el señor Vargas Llosa, porque dificilmente se puede premiar, en lo literario, a un señor que ignora el uso de los signos de puntuación, y patrece arrojar comas y puntos -ponme cuarto y mitad- a voleo.
Con estas condiciones, está claro por qué no recibió Rafael García Serrano el premio Nobel; y si eso se perdió el nomenclator nobeliano, tanto más ganó el maestro Rafael. Porque ya todos sabemos lo que es el Nobel -particularmente el de Literatura-, y las servidumbres y horcas caudinas por las que hay que pasar antes de obtenerlo.
Evidentemente, Rafael García Serrano no podía ser admitido en el conciliábulo de los acojonados, de los chaqueteros, de los vendidos, porque fue -es- falangista desde 1933 y en ello siguió hasta su muerte, y aún hoy, sobre los luceros.

Laus Deo.

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