Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

sábado, 9 de abril de 2011

SOBRE LA COMODIDAD DE DON ALEJO.

Don Alejo Vidal-Quadras, ese señor al que la derecha tiene como paladín porque en las tertulias dice lo que el oyente desea oír. El problema con este señor, es que cuando va a otras tertulias también dice lo que el oyente desea oír; y que cuando va a su trabajo, en el Parlamento Europeo, dice cosas que si la derecha que le vota se molestara en leer y en escuchar, le pondría los pelos de punta.
Pero la historia de hoy es la comodidad de don Alejo. Bien, no sólo de él, pero es del único de quien tengo declaraciones recogidas por la prensa (Minuto Digital), y confesando lo dura que es la vida del eurodiputado, y que no pueden viajar ‘con las rodillas pegadas’ al asiento delantero.
Algo de eso debe haber, porque despues del tirón de orejas del público votón y pagón, los barandas de los grupos encartados han echado balones fuera que da gusto.
Así, -según El Mundo- el señor Mayor Oreja -pepero-, ha declarado que algunos miembros del Grupo votamos sin saber exactamente... y yo no recuerdo, desde luego, un debate en el Grupo Popular a propósito de este asunto. Por su parte, el señor López Aguilar -sociata-, afirma que abstenerse fue por un error en la gestión de la directriz del voto.
En definitiva, que todos los señores, señoras, señoros eurodiputados, eurodiputadas, eurodiputades, eurodipuleches, están cansadísimos, agotadísimos, prácticamente exánimes y hasta exangües. Tanto, que me pregunto si no sería una inexcusable obra de caridad relevarles del puesto, darles un merecido descanso, retirarles todas sus múltiples responsabilidades y preocupaciones; darles a todos ellos la pensión correspondiente -no la del Parlamento Europeo, sino la de la Seguridad Social española, según sus años de trabajo-, y permitirles el pase a una tranquila vejez.
O si, en su defecto, no podrían hacer lo mismo que los funcionarios de la Administración General del Estado, cuyo puesto conlleva la obligación de residir en su provincia de destino.
Ellos ahorrarían agobios viajeros, y nosotros una pasta gansa, que incluso podría evitar que la Eurocámara subiera sus presupuestos una vez más.


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