Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

viernes, 26 de abril de 2013

SOBRE LOS ENCIERROS.

Que, por la fecha, ya se imaginan que no son los de San Fermín, aunque -según se mire- de cuadrúpedos puede ir la cosa. Y de cornúpetas.

Se trata -indica Público, que casi llega al éxtasis- de encierros en los centros educativos de toda España en defensa de la educación pública, contra los recortes y para mostrar su rechazo al anteproyecto de Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa.

Y en la cuchipanda se arrejuntan asociaciones de padres y madres -de padros y madros, de momento, no-; asociaciones de estudiantes, de profesores, y no sabemos si de mesas, sillas y encerados.

Y a mi, que estuve en la Universidad en la época de la Transición, y que me vi obligado a estudiar solidaridad con los compañeros del metal como asignatura básica, esto de las huelgas, los encierros, las cuchipandas y movidas, no me va a conmover lo más mínimo.

Partiendo de mi ignorancia acerca de si las razones de los huelguistas son de peso o de color –rojo-, sí puedo afirmar que alumnos y profesores harían muy requetebién en aprovechar sus encierros estudiando un poco, de forma que los maestros no confundiesen -hace poco lo comenté- escrúpulo con la puesta del sol; no pensaran que el Ebro pasa por Madrid -que ya quisiéramos, pero no-; que Albacete es provincia andaluza, y similares lindezas. Y que los estudiantes no cosecharan -año tras año- nuevas cotas de incultura en los estudios internacionales sobre el tema. Y que los padres meditaran sobre algo tan evidente como que en el colegio se da enseñanza, pero la educación hay que darla en casa.

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