Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

sábado, 13 de junio de 2009

SOBRE SACAR LOS CUARTOS.

Porque es que la cosa está muy malita, y hay que arramblar con lo que se pueda. En este caso, con la subida de los impuestos al tabaco y los combustibles. Impuestos indirectos, que son los más injustos porque el paquete de tabaco y el litro de gasolina le cuestan a usted, amigo lector, lo mismo que al señor Botín, pongo por caso, siendo así que los sueldos de ambos probablemente no coinciden.
Doblemente injusto el de los combustibles -y lo digo siendo fumador-, porque a la subida de impuestos de cada litro que cualquiera de nosotros use, tendrá que sumarle la parte alícuota de los impuestos que pague el repartidor del pan y de la leche.
Como el asunto de la gasolina no admite discusión y -salvo gilipollas sociata- todos estaremos de acuerdo, me voy a centrar en el tema del tabaco, del cual soy dependiente. Lo cual me lleva a exigir para los fumadores el mismo trato que gozan los heroinómanos, cocainómanos, pastillómanos y porrómanos. Exigo que se me trate como enfermo, se me proporcione atención médica especializada, se preocupen por mí las oenegés y las fundaciones públicas, y -por supuesto- se me considere la adición como eximente en cualquier posible crimen que pueda cometer.
Hay un problema, y es que no se conoce ningún caso de haber asesinado por un paquete de tabaco. Si hay casos documentados de quien se ha jugado -a veces perdido- la vida por un pitillo: sin ir más lejos, en el Alcázar de Toledo, donde alguna salida se hizo en busca de comida, pero también de tabaco. Y el General Mola, en el sitio de Dar Akoba, solicitó -y obtuvo- del mando que, ya que no se le podían enviar refuerzos, se le suministrase tabaco como premio para los soldados que llevaban días aguantando lo que no está escrito.
Como se ve, el tabaco puede ser perjudicial para la salud por muchos motivos más de los que nos cuentan, y que no niego. Lo que si niego, es que los fumadores seamos una carga para la Seguridad Social. Miren ustedes, señores antifumadores del Gobierno: si es cierto que el fumador se va a morir mucho antes, ahí tienen ustedes un ahorro de atención médica y de medicinas. Y de pensiones.
¿Que el fumador contrae enfermedades que cuestan mucho a la Seguridad Social? Puede ser, y no lo niego. Pero me gustaría saber el montante exacto del gasto por enfermedades relacionadas con el tabaco, y el importe de los gastos de atención de urgencia a comas etílicos y sobredosis. ¿Tendrían la bondad de publicar los números, y decirnos luego por qué se combate el bolsillo del fumador solamente?
¿O es que han recibido un impulso en la política antifumador de don Suertudo Obama? Esa con la que las grandes compañías tabaqueras estadounidenses están más bien contentas, porque significa unas leves restricciones a sus ventas y publicidad, pero impedirá la existencia de otras compañías que le hagan competencia.
Al final, con estos sistemas liberales siempre se trata de lo mismo: el que paga manda; y no me extrañaría nada que las multinacionales del tabaco hubiesen contribuído generosamente a la campaña obamita, con tal de que unas aparentes restricciones conllevasen la desaparición del competidor.
Como el señor Rodríguez y sus capullos -al símbolo del partido me refiero, quede claro- no tienen tabaquera a la que hacer favores, les sugiero que prohíban el tabaco. Las compañías estadounidenses pagarían a los contrabandistas menos de lo que pagan en impuestos, y los consumidores podríamos encontrarlo mucho más barato, aún a riesgo de -según normativa vigente para las drogas- no poder llevar encima mas de dos o tres cigarrillos para consumo personal.
Por cierto: si alguien conoce a un contrabandista de Habanos -cigarrillos como los de la foto, no puros- tenga la bondad de comunicarse conmigo.

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