Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

miércoles, 29 de abril de 2009

SOBRE LOS BIGOTES DE DOÑA TERESA.


El bigote es, según la Academia, el pelo que nace sobre el labio superior. Dicho de algo -eso es de bigote- viene a significar que es grande o excepcional; y si se aplica como propiedad -tiene bigotes el tío- equivale a decir que tiene tesón y constancia en sus resoluciones, y no se deja manejar fácilmente. Todo esto, repito, según el diccionario de la RAE.
Muchas más cosas -y todas ellas muy jugosas- relata Rafael García Serrano sobre el tema del bigote en su Diccionario para un macuto. Incluso de los tiempos en que llevar cierto tipo de bigote significaba una sentencia de muerte, a manos de los demócratas y tolerantes del PSOE y sus checas.
Los socialistas, al menos desde los años 30 del pasado siglo, han tenido fijación con los bigotes. Lo mismo paseaban, como decía, al que lo llevaba finito y arreglado -bigote fascista, lo llamaban-, que alababan -tomándolo por los pelos- al padrecito Stalin, al que denominaban, tierna y casi filialmente, El Bigotes.
Como cada ve está mas claro que hemos vuelto -a zapaterazo limpio- al primer tercio del siglo XX, los sociatas siguen emperrados en el tema del bigote. Hasta el punto de que hoy doña María Teresa Férnandez de la Vega ha acusado al PP de que le crecen los bigotes.
Evidente referencia al señor Aznar, a quien no seré yo quien defienda; pero que demuestra que el Gobierno, tras cinco años de ejercicio, sigue emperrado en hacer oposición a la oposición. Acaso porque la oposición no hace oposición al Gobierno.
De todas formas, mi consejo a doña Teresa Fernández es que deje de preocuparse por los bigotes de Aznar, y empiece a preocuparse por los suyos. Dicho sea de forma no necesariamente metafórica.

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