Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

martes, 11 de febrero de 2014

SOBRE LA "MODIFICACION SEFARDITA"

Modificación del Código Civil para -dice La Gaceta- conceder la nacionalidad española a todos los sefardíes que lo pidan y acrediten tal condición. Modificación que se hace -según el señor ministro Gallardón- para culminar la reparación "de lo que sin duda había sido uno de los errores históricos más importantes", en referencia a los judíos que fueron expulsados de España en 1492.
 
Como saben mis habituales, no soy projudío, pero tampoco antisemita. Admiro -y he dejado constancia- la rapidez y contundencia con que el Estado de Israel responde a los agravios, a las ofensas y a los ataques. Admiro y envidio la visión clara de las situaciones y de las circunstancias, y me gustaría que en España tuviéramos siquiera media docena de políticos como los de Israel.
 
Dicho esto, debo rebatir al señor Ministro. Es posible -sobre todo con la óptica actual, que en tan poco se corresponde con la del siglo XV- que la expulsión de los judíos fuese una injusticia. Pero en ningún caso fue un error, porque la prioridad política del momento era cimentar la unión de los reinos que formaron España, y el mayor aglutinante era la religión católica. También era imprescindible fortalecer la reconquista, evitar nuevas invasiones islámicas, asegurar la obra recién acabada; y había -entonces, al menos- la razonable sospecha de que los judíos pudieran colaborar en la vuelta del invasor musulmán.
 
A continuación de la noticia, La Gaceta incluye el siguiente párrafo: El ministro recordó que un decreto legislativo de 1924 ya permitió que algunos diplomáticos españoles, algunos de los cuales incluso ocupan un lugar entre los justos en el Museo del Holocausto de Jerusalén, hayan sido reconocidos por la comunidad judía internacional como personas que salvaron vidas durante la segunda guerra mundial.
 
Como no lo entrecomilla, no se qué es exactamente lo que dijo el señor Gallardón. Sin embargo, me temo que los tiros vayan por el mismo sitio, sea el ministro o sea el gacetillero el que hable. O el paisano, puesto que también El País hacía una referencia al decreto de 1924.
 
El Decreto de 1924 existió, y fue promulgado -detalle que ninguno se ha molestado en recordar- por el Gobierno del General Primo de Rivera. Y el olvido no creo que obedezca a la confianza de los escribidores en que el personal lector sepa cual fue la época.
 
El Decreto de 1924 -que tras la Dictablanda, la República y la Guerra debía estar bastante olvidado, si no derogado- fue rescatado, o resucitado, por Francisco Franco. Precisamente para que esos diplomáticos españoles pudieran salvar vidas de judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
 
Ya tengo dicho -sin que nadie me lo haya rebatido- que es impensable que un diplomático obre, en una cuestión de la trascendencia que tenía entonces la salvación de judíos en países ocupados por los nazis, por su cuenta, sin el beneplácito de su Gobierno. Ni siquiera es concebible que actúe sin su conocimiento. Y mucho menos lo es que -aunque los diplomáticos españoles, como Sanz Briz- rescataran ese medio olvidado Decreto, lo aplicaran con la manga ancha con que se actuó, pues se le concedió al nacionalidad española a multitud de judíos que no eran sefarditas ni tenían la menor relación con España.
 
También tengo dicho, no ya sin que nadie me lo rebata, sino sin que nadie pueda hacerlo, puesto que está en las hemerotecas -búsquelo quien quiera, porque no tengo a mano el documento, pero existe-, que la comunidad judía rogó por Francisco Franco a su muerte, considerándolo uno de los justos que protegieron al pueblo judío de la persecución.
 
Cosas todas ellas que, de haber sido explicadas por el señor Ministro o por la prensa, hubieran puesto las cosas en su sitio.

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