Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

miércoles, 15 de julio de 2015

SOBRE MI CAMARADA ARTURO.

Mi camarada Arturo Robsy, que hace un año que se nos fue a los luceros.

El primer contacto que tuve con Arturo -creo que ya lo he contado, y quien se conozca la historia que me disculpe la repetición- fue allá por 1989 ó 1990. Juntas Españolas había iniciado unos años antes lo que por aquél tiempo pareció una briosa andadura, y se consolidaba en torno a varios proyectos, entre los cuales el que me resultaba más próximo era la revista EJE, como centro de una futura editorial que nunca llegaría a desarrollarse. La historia de EJE fue difícil y bonita, y acaso algún día la cuente entera, pero no es el momento.

El caso es que di en la idea de publicar un libro en homenaje al -entonces- recientemente fallecido maestro Rafael García Serrano. Nos dirigimos a todos los escritores y periodistas de nuestro ámbito que pudimos encontrar y, entre ellos, a Arturo Robsy.

También contaré algún día, quizá, los silencios y las respuestas negativas de algunos, y los motivos que adujeron. Tampoco es este el momento. Sí es el momento de recordar cómo Arturo respondió, casi a vuelta de correo, con su colaboración, y con otras muchas y buenas ideas y sugerencias. Entre ellas, la de poner a nuestra disposición la BBS que gestionaba, y a través de la cual ponía a disposición de quien quisiera acercarse cuanto material literario caía a su alcance.

Dicho sea para los jóvenes o los que se han iniciado en la informática después del advenimiento de los sistemas Windows -esto es, para todos aquellos que no se han tenido que pelear durante horas con el MS-DOS para configurar IRQs, memoria alta, memorias expandidas y extendidas y otras maravillas-, una BBS era el antecedente directo de un servidor de Internet, y todo el misterio radicaba en tener un ordenador con módem, configurado para permitir el acceso remoto en todo instante. El que tuviera otro ordenador con módem y conociera los parámetros para la conexión, podía enchufarse cuando quisiera y descargar -vía FTP- lo que allí hubiese.

No pudimos aprovechar su oferta generosa porque ninguno de nosotros era capaz entonces de entender aquél galimatías. Arturo, en cambio, era maestro también de los ordenadores, y de ello dejó constancia en un libro divertidísimo y exacto que tituló cómo liarse con un ordenador -en este enlace lo tienen, puesto que él declaró todas sus obras de libre difusión para particulares-, que ya en el nombre señala la forma en que los apasionados de la época nos acercábamos al misterio.

Bien: el caso es que ni pudimos conectarnos a su BBS, ni se publicó el libro, ni sobrevivió Juntas Españolas, y perdí el contacto con Arturo hasta muchos años después, ya en pleno auge de los blogs en Internet. Nos escribíamos con frecuencia, y en muchas ocasiones la epístola electrónica alcanzaba tales cotas de altura intelectual y literaria por su parte, que no me resistí a trasladar esa correspondencia a este diario.

Últimamente su salud no le permitía tanta frecuencia, y en uno de sus postreros mensajes, a raíz del fallecimiento de mi madre, me decía que aquella muerte me dejaba en primera línea de cara al más allá. Como se consideraba a sí mismo desde hacía tiempo.

Porque a Arturo, en ocasiones, le urgía el ansia de la muerte. Sabía que la muy tarasca le andaba detrás y no la rehuía, acaso porque ya estaba harto de ver esta España, por tercios patio de Monipodio, zahúrda y lupanar, donde toda aberración tiene asiento.

Le dolía España, como a todos los mejores, y no había perdido la fe, pero le costaba cada día más la esperanza. Y aún así, como en el Envío de Ángel María Pascual, ponía arriba los ojos, siempre arriba.

Y tu, Arturo, ya estás arriba, en ese lucero que te ganaste a pulso. Y espero que cuando me llegue el turno podamos hacer juntos nuestra guardia; y que al terminar nuestro cuarto pasemos a charlar a la sala de banderas; y que después me lleves a visitar al maestro Rafael García Serrano, maestro común y venerado; y que los tres nos echemos una parrafada de horas, de días o de siglos; hasta que algún camarada nos venga a avisar para que nos asomemos a la Tierra, porque en España empieza a amanecer.

Publicidad: