Resultado de la memez aldeana de los separatistas catalanes.
El llamado butifarreńdum con mucha propiedad, aunque no se si con el
sentido auténtico del palabro.
Porque si lo que han querido llamándolo
así es caricaturizarlo, han metido la pata hasta el fondo, dado que está claro
-para todo el mundo menos para Rajoy, quizá porque Rajoy no es de este mundo-
que no se trataba más que de hacer una butifarra -o sea, para que me
entiendan los que no hablan catalán en la intimidad, un corte de mangas-
al Gobierno de España, a la Constitución, al Tribunal Constitucional, y a la
madre que los parió, que es España aunque se pongan, como corresponde, a cuatro
patas.
El objetivo, pues, de tocar las narices, lo han logrado
ampliamente. El objetivo de probar -como toro manso a torero cobarde- ha sido
conseguido, y la pasividad gubernamental, incapaz de la menor decencia
institucional, da alas a los separatistas, que ya no tienen miedo al qué pueda
pasar si se salen de madre. Saben que no les va a pasar nada, y se engallan
-véanlo en El
Mundo-:
Rovira ha sostenido que ayer los
catalanes "se vacunaron contra el Estado" y pasaron "por encima de jueces y
fiscales que no saben lo que es la democracia". Incluso ha llegado la
republicana a desafiar al Ministerio Público. "Aquí estoy, me llamo Marta
Rovira, que me envíe la carta la Fiscalía", ha dicho, antes de reclamar que se
acabe con "el discurso del miedo" y la "persecución".
Así es: han pasado por encima de jueces, fiscales, gobierno y
Estado. Como venía a decir ayer un artículo de El País -siento no tener el
enlace a mano, pero en el periódico lo podrán encontrar y con la entradilla
basta- se ha producido un hecho insurgente y la Constitución está
muerta.
A mi la Constitución me importa -ya ustedes lo saben- tres
leches, de forma que no me va a quitar el sueño. De todas formas, nunca se ha
cumplido, así es que lo mismo da. Pero el hecho es que ya sólo es -incluso a
efectos legales- papel mojado. José Antonio lo explico mejor: todo proceso
revolucionario, al romper una legalidad vigente hasta ese momento, crea su
propia legitimidad. Pero una vez rota una legalidad, no se puede volver a ella
como si no hubiera pasado nada.
No se puede, salvo -lógicamente- que los
insurgentes sean debidamente pasados por la Ley. Me gustaría más por la quilla,
ya pueden suponer, pero intento ajustarme a los modos del sistema.
Y aquí
vamos al asunto que da título a esta entrada: el resultado. El resultado
numérico, que es lo que le importa a los demócratas liberales.
Y el
resultado -el numérico- ha sido el más rotundo fracaso que se pueda imaginar.
Suponiendo que los datos ofrecidos por el gobiernete del señor Mas tengan alguna
credibilidad -cosa más que improbable- han votado unos 2.300.000 individuos.
Individuos de los cuales muchos no tendrían derecho a voto en un referéndum
legal, con un censo electoral riguroso y ajustado a la ley, puesto que en este
esperpento catalanista han podido acudir a los cartones los comprendidos entre
16 y 18 años y los extranjeros. Pongo ese número por redondear; la cifra que da
La
Gaceta es de 2.236.906.
De esos dos millones trescientos mil habría
que deducir, ya digo, bastantes que en una consulta ajustada a derecho no
podrían votar, y que han sido autorizados en este caso porque es evidente de qué
lado iba a caer el voto de los adolescentes, masacrados intelectualmente en las
escuelas del aldeanismo más cerril. Pero esos 2,3 millones de participantes nos
dejan, -para los casi siete millones de ciudadanos con derecho a voto del censo
electoral legal- poco menos del 40% de participación.
Pero
sigamos con los números. De esos 2,3 millones de votantes, al separatismo -o
sea, los que han dicho querer un estado independiente- lo han votado 1.806.336
tontolabas. Hay, por tanto, medio millón largo de personas que han participado
en el putiferio de Mas y le han dicho que no quieren la independencia, lo
que supone más de una quinta parte.
Una quinta parte de los votantes, en
una encuestilla a la que el propio Mas le quitó importancia hace pocos días,
cuando vio que acaso le podría caer algo en el lomo; y que se la devolvió,
pavoneándose, al observar que nada le iba a ocurrir con un Gobierno
dontancredista, una fiscalía inoperante y cobarde, unos tribunales incapaces de
hacerse obedecer, y una sociedad acojonada.
Cabe suponer -creo que sin
mucho riesgo de error- que todos los papanatas aldeanos habrán acudido a su
adorada consulta, así es que el resto -los que han votado en contra de la
independencia y los que no han participado en el circo cazurro- no serán
favorables a la secesión. Eso nos deja un resultado que implica -con los
evidentes desajustes provenientes de la inexactitud de las condiciones del circo
masiano- que los asistentes al espectáculo que se han mostrado favorables a la
secesión sólo llega a un 25,8% de los posibles votantes.
Es decir: el más
rotundo fracaso numérico, tras décadas de manipulación, de tergiversaciones, de
mentiras, de mentalización y de persecución a los que no se muestran dóciles
ante el separatismo rampante.