Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

martes, 11 de noviembre de 2014

SOBRE LOS RESULTADOS.


Resultado de la memez aldeana de los separatistas catalanes. El llamado butifarreńdum con mucha propiedad, aunque no se si con el sentido auténtico del palabro. 

Porque si lo que han querido llamándolo así es caricaturizarlo, han metido la pata hasta el fondo, dado que está claro -para todo el mundo menos para Rajoy, quizá porque Rajoy no es de este mundo- que no se trataba más que de hacer una butifarra -o sea, para que me entiendan los que no hablan catalán en la intimidad, un corte de mangas- al Gobierno de España, a la Constitución, al Tribunal Constitucional, y a la madre que los parió, que es España aunque se pongan, como corresponde, a cuatro patas.

El objetivo, pues, de tocar las narices, lo han logrado ampliamente. El objetivo de probar -como toro manso a torero cobarde- ha sido conseguido, y la pasividad gubernamental, incapaz de la menor decencia institucional, da alas a los separatistas, que ya no tienen miedo al qué pueda pasar si se salen de madre. Saben que no les va a pasar nada, y se engallan -véanlo en El Mundo-: 

Rovira ha sostenido que ayer los catalanes "se vacunaron contra el Estado" y pasaron "por encima de jueces y fiscales que no saben lo que es la democracia". Incluso ha llegado la republicana a desafiar al Ministerio Público. "Aquí estoy, me llamo Marta Rovira, que me envíe la carta la Fiscalía", ha dicho, antes de reclamar que se acabe con "el discurso del miedo" y la "persecución".

Así es: han pasado por encima de jueces, fiscales, gobierno y Estado. Como venía a decir ayer un artículo de El País -siento no tener el enlace a mano, pero en el periódico lo podrán encontrar y con la entradilla basta- se ha producido un hecho insurgente y la Constitución está muerta.

A mi la Constitución me importa -ya ustedes lo saben- tres leches, de forma que no me va a quitar el sueño. De todas formas, nunca se ha cumplido, así es que lo mismo da. Pero el hecho es que ya sólo es -incluso a efectos legales- papel mojado. José Antonio lo explico mejor: todo proceso revolucionario, al romper una legalidad vigente hasta ese momento, crea su propia legitimidad. Pero una vez rota una legalidad, no se puede volver a ella como si no hubiera pasado nada.

No se puede, salvo -lógicamente- que los insurgentes sean debidamente pasados por la Ley. Me gustaría más por la quilla, ya pueden suponer, pero intento ajustarme a los modos del sistema.

Y aquí vamos al asunto que da título a esta entrada: el resultado. El resultado numérico, que es lo que le importa a los demócratas liberales.

Y el resultado -el numérico- ha sido el más rotundo fracaso que se pueda imaginar. Suponiendo que los datos ofrecidos por el gobiernete del señor Mas tengan alguna credibilidad -cosa más que improbable- han votado unos 2.300.000 individuos. Individuos de los cuales muchos no tendrían derecho a voto en un referéndum legal, con un censo electoral riguroso y ajustado a la ley, puesto que en este esperpento catalanista han podido acudir a los cartones los comprendidos entre 16 y 18 años y los extranjeros. Pongo ese número por redondear; la cifra que da La Gaceta es de 2.236.906.

De esos dos millones trescientos mil habría que deducir, ya digo, bastantes que en una consulta ajustada a derecho no podrían votar, y que han sido autorizados en este caso porque es evidente de qué lado iba a caer el voto de los adolescentes, masacrados intelectualmente en las escuelas del aldeanismo más cerril. Pero esos 2,3 millones de participantes nos dejan, -para los casi siete millones de ciudadanos con derecho a voto del censo electoral legal- poco menos del 40% de participación. 

Pero sigamos con los números. De esos 2,3 millones de votantes, al separatismo -o sea, los que han dicho querer un estado independiente- lo han votado 1.806.336 tontolabas. Hay, por tanto, medio millón largo de personas que han participado en el putiferio de Mas y le han dicho que no quieren la independencia, lo que supone más de una quinta parte. 

Una quinta parte de los votantes, en una encuestilla a la que el propio Mas le quitó importancia hace pocos días, cuando vio que acaso le podría caer algo en el lomo; y que se la devolvió, pavoneándose, al observar que nada le iba a ocurrir con un Gobierno dontancredista, una fiscalía inoperante y cobarde, unos tribunales incapaces de hacerse obedecer, y una sociedad acojonada. 

Cabe suponer -creo que sin mucho riesgo de error- que todos los papanatas aldeanos habrán acudido a su adorada consulta, así es que el resto -los que han votado en contra de la independencia y los que no han participado en el circo cazurro- no serán favorables a la secesión. Eso nos deja un resultado que implica -con los evidentes desajustes provenientes de la inexactitud de las condiciones del circo masiano- que los asistentes al espectáculo que se han mostrado favorables a la secesión sólo llega a un 25,8% de los posibles votantes.

Es decir: el más rotundo fracaso numérico, tras décadas de manipulación, de tergiversaciones, de mentiras, de mentalización y de persecución a los que no se muestran dóciles ante el separatismo rampante.


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