Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

viernes, 26 de junio de 2015

SOBRE LA PLAZA ZEROLIANA.

Es decir, la que los sociatas del ajuntamiento madrileño han pedido para su compinche difunto, Pedro Zerolo. 


Nada extraño, si tenemos en cuenta que nada más fallecer el duque de Suárez le plantaron su nombre al aeropuerto de Barajas, sin que nadie me haya explicado todavía qué relación tuvo el difunto con el aeropuerto, y por qué un aeropuerto con décadas de historia a la espalda, y no un -pongamos por caso- puente, parque, centro cultural o similar. ¿Quizá porque el aeropuerto de Barajas ya estaba hecho, y hace tantos años que no se construye nada nuevo y útil que no queda ningún vestigio del pasado sin rebautizar, siguiendo la técnica de los faraones que ponían su nombre en las tumbas que habían construido otros? ¿O porque, de seguir la lógica, al señor duque de Suárez le hubiera correspondido un mingitorio público?

En fin, a lo que iba, que es el deseo de los sociatas de ponerle el nombre de su compinche a alguna zona pública que lo recuerde en las calles. Y parece que -ayer lo comentaba mi camarada Eloy en su Trinchera, y hoy lo pueden ver en la página 4 de 20 Minutos- el lugar que proponen es la Plaza de Vázquez de Mella.

Cada día me cuesta más creer en las casualidades, sobre todo tratándose de gente resabiada, henchida de complejos que lucen como medallas, hinchada de estereotipos. Por ello -y aunque la natural necedad que ostentan sin recato pudiera llevar a pensar otra cosa- debo creer que piden esta plaza concreta porque alguien les ha dicho quien fue Vázquez de Mella. ¿Qué mejor -se habrán dicho- que desalojar del callejero a un tradicionalista, para homenajear a un homosexual?

Porque el señor Zerolo fue, durante toda su vida pública, un homosexual. Fue de los que ostentan su condición sexual como trofeo y mérito, no de los que la dejamos -como la inmensa mayoría de la gente- en nuestra intimidad. Pedro Zerolo fue políticamente homosexual; esto es: hizo de su condición título de mérito para ocupar cargos. 

Y fue, además, un homosexual exhibicionista; de los que presumen y se refocilan en lucir públicamente lo íntimo, de manera que hasta para alabar a su jefe de manada sacaba a relucir sus inclinaciones. Recuerden cuando dijo aquello de que Zapatero le daba unos magníficos orgasmos... orgasmos -se vió obligado a precisar- democráticos. O sea: que don Pedro Zerolo -fuese bujarrón, bardaje, o ambivalente, y las reclamaciones al diccionario- usaba la democracia para metérsela en el culo.

Por supuesto, tiene mucho más derecho que Vázquez de Mella a tener una plaza en este Madrid.


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