El señor Homs, qué duda cabe, es un machote. Es tan machote como sólo puede serlo un mamarracho aldeano, que de su cazurrería hace blasón; de su necedad razón, y de su canguelo chulería.
Es un machote que él solito va y declara la guerra a España, ahí es nada; pa chulo él, y pa pegarse los cretinos que le siguen y le pagan las bromas.
El señor Homs, en su estupidez sobrevenida, afirma que «Ya hemos declarado la guerra y no tiene marcha atrás, las decisiones ya se han tomado, las ha tomado el pueblo; en términos bélicos ya se ha dado la instrucción de ''a la carga''». Si, como personas normales, no se lo pueden creer ustedes, compruébenlo en ABC y -para que no digan- en El Nacional de Barcelona.
Flotando en su nube -o intoxicado por sus propios excrementos mentales- el señor Homs afirma que el Gobierno -el español, claro; que aunque él lo ignore como buen cateto, es el que le da legitimidad al de su región- «aborda la cuestión catalana como una guerra convencional».
El señor Homs podría ser más tonto, si; pero entonces seguramente hubiera nacido besugo. Casi dan ganas -que es lo que él y los ignorantes de su cuerda parecen anhelar- de demostrarle cómo se hace una «guerra convencional». Pero ya les comenté hace unos días cual es el procedimiento adecuado para tratar con estos payasos, dicho sea en primera acepción: aplicar la Ley vigente, y punto. Pero aplicarla en serio, y mejor ayer que hoy.
Además, si el señor Homs -y los papanatas que le secundan- tuvieron un mínimo de cultura -ese obstáculo insuperable para ser catalanista- debería saber que la democracia internacional considera que el Estado que declara una guerra es, automáticamente, considerado culpable de la misma, razón por la cual en el ancho y largo mundo no ha habido una sola guerra -oficialmente declarada- desde que acabó la mundial segunda.
De esta forma, resulta que el señor Homs y sus cenutrios de guardia se han confesado culpables de una guerra de agresión que, según el precedente de Nuremberg les debería llevar -democráticamente- a la horca.
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