En el aniversario de su muerte, traigo aquí un artículo de mi camarada
Luis Tapia Aguirrebengoa, publicado en el Nº 10 de EJE, correspondiente a Marzo
de 1990.
Han pasado casi treinta años, y si tienen la bondad de leerlo verán que
aquí –allí- ya estaba previsto el resultado del descojonamiento autonómico, la
escalada del separatismo y la respuesta tibia y pacata del Estado,
prácticamente inexistente, reaccionando tarde y mal. Una cosa de las que
vaticinaba Luis Tapia Aguirrebengoa no se ha cumplido, ni se va a cumplir –vean
el penúltimo párrafo-, porque él, Coronel Legionario, nunca pudo pensar hasta
qué nivel de abyección podrían caer determinados personajes.
Les dejo con lo que escribió entonces mi Coronel, camarada y amigo:
AUTODETERMINACIÓN, IMPOSIBLE
Luis Tapia Aguirrebengoa.
Dice el punto primero de la Síntesis
Ideológica y Programática de Juntas
Españolas que es una unidad histórica
irrevocable. Y que, en cuanto entraña una
grave contradicción, propugnamos la revisión del articulo 2º y la supresión del Título VIII de la vigente
Constitución española, que admite el termino
nacionalidades referido a las comunidades regionales, puesto que no existe en nuestro territorio mas nación que, síntesis de
peculiaridades regionales, culturales e idiomáticas
que es preciso res-petar,
descentralizando al máximo la
organización administrativa del Estado, con un único e insoslayable limite: la soberanía
nacional reside únicamente en el estado de la nación española, y cualquier traspaso de competencias de este a las autonomías habrá de ser revocado y derogado a todos los efectos.
Se trata de una profesión de amor a España y
de una declaración de propósitos que podrían ser asumidas por cualquier partido u organización política que no contenga en
su ideario el virus separatista. La
Constitución debe ser reformada sin tardanza para arrancar de su texto cuanto respalde cualquier
veleidad nacionalista.
Así sucede que casi desde los comienzos de la instauración democrática, y mas aun en las ultimas semanas, la autodeterminación se ha convertido en un tema muy delicado que ha originado enfrentamientos
dialécticos y puede ser causa de graves
tensiones. Todo comenzó en esta última fase
con una desdichada sesión del Parlamento Catalán, seguida por una iniciativa nacionalista vasca en la que se proclama que el pueblo euskaldun tiene derecho a la autodeterminación, haciendo alusión al
autogobierno, aunque se omita, púdicamente,
el termino independencia, que ha estado en la mente de todos ellos, desde que Sabino Arana, en las postrimerías del siglo XIX, enarboló la
bandera de la secesión.
Hay quienes se extrañan cuando, ante tan
intolerable pretensión, nos
escandalizamos los que, desde las
entrañas, nos nace el amor a España. Y los mas extrañados, por lo que hemos oído y
leído, son quienes creen que todo es posible dentro
de la legalidad de un estado
democrático, incluso la separación de
una región o territorio, por el simple ejercicio del voto popular.
Siempre resulto inquietante jugar con el término, que, con el actual o parecido enunciado, nació
cuando el romanticismo abrió en el siglo pasado la caja de Pandora de los nacionalismos, y aun ahora, en las postrimerías del siglo XX y del milenio, resulta extraño
y confuso su significado. ¿Que es autodeterminación? ¿Que pretenden sus partidarios? Mal que les pese a algunos, autodeterminación es secesión o independencia, y los que la exigen
abogan por un Estado propio,
escalando estadios autonómicos
intermedios de autogobierno, representados por los modelos autonómico, de autonomía profunda, que es a la
que aspiran ahora los nacionalistas vascos y catalanes, federal, en el sentido disgregador no unificador, y confederal, hasta recibir el
ultimo impulso que lleve a la separación
total. Puede ser que aun se tarden años, diez, quince, una generación, pero siguiendo
el actual camino vamos derechos hacia la disgregación nacional, cuando Europa y el mundo marchan en la dirección contraria, la del abatimiento de muros separadores y
barreras fronterizas, creando superestados
que conservan las variedades y
peculiaridades de las naciones que los constituyen.
No nos quepa
la menor duda, los nacionalistas españoles, solo pretenden romper España, aquejados de la
enfermedad del cantonalismo y el
enfrentamiento, a la que tan propicia
es nuestra individualista sociedad.
Nosotros, los hombres y mujeres de Juntas Españolas no comprendemos cómo aun quedan quienes creen que todo se reduce a una mera y beneficiosa descentralización administrativa,
de la que somos partidarios, cuando los propósitos separatistas se
presentan tan claros. El derecho a la autodeterminación -ha dicho un
portavoz nacionalista- es la opción a constituirse, por propia y libre decisión, en estado independiente, o a separarse del
territorio de un estado por elección
mayoritaria de la población. Aunque, como antes se ha dicho, puede ser que
todavía no este el fruto suficientemente
maduro, y que el desenlace sea a
plazo medio. A este respecto,
Arzallus cifraba en una generación el
tiempo que podían aguardar para alcanzar
la independencia. Mientras tanto,
continuarán las presiones, las
escaramuzas dialécticas, la petición
de mas libertades políticas, la escalada en el campo de las transferencias, pues mucho es lo alcanzado hasta ahora,
pero aun quedan importantes
aspiraciones que arrancar al débil estado español. He aquí algunas: en Cataluña, la catalanización
lingüística, la reorganización territorial y la asunción de competencias y
despliegue de los Mossos d'Esquadra; en el País Vasco, el despliegue de la
Ertzaintza, simultaneo al repliegue
de las fuerzas de seguridad del
Estado, la transferencia de medios y facultades de la administración de justicia,
la sustitución de la escuela pública estatal por la escuela pública vasca, y, a mas largo
plazo, la creación de un ejercito vasco,
con mandos autóctonos, para caso de una invasión extranjera (¿la
española?) y la autorización de un banco
nacional vasco. Y no piensen que estas son exageraciones, que no somos dados a ellas, se trata de una denuncia formulada en la prensa de
Bilbao por Adolfo Careaga, ex diputado a Cortes.
Semejantes pretensiones son como querer forzar las leyes y el sentido de la Historia, pues ni
el País Vasco ni Cataluña fueron nunca independientes, y la
autodeterminación no aparece como fórmula política en la Constitución, ni podrá contemplarse nunca, pues cualquier
reforma al respecto sería como legislar
la propia autodestrucción del Estado. Y el alegato nacionalista de que la firma
de la Carta de las Naciones Unidas
lleva implícita el reconocimiento por
España de este derecho, no es válido
por referirse a los pueblos en vías de
descolonización, y ni el País Vasco
ni Cataluña fueron nunca colonias. Garaicoechea ha dicho, también, que va a trasladar las aspiraciones vascas al Parlamento Europeo y al seno de la Alianza libre europea, que
reúne a las diversas organizaciones
nacionalistas del continente, lo
cual es algo así como recurrir al
Archipampano de las Indias, ya que
ni el primer organismo, ni menos el segundo tienen facultades para hacer nada en favor de su desdichada causa.
De todos
modos, no puede ignorarse la gravedad del
tema, cuyos resultados atentan contra la unidad de España, pues las actuales aspiraciones de
autodeterminación pueden tomar la forma de
una explosión nacionalista incontrolada,
cuando agotada la capacidad
negociadora del Estado, hechas por este todas las concesiones posibles en el elástico marco constitucional, maltrecha la soberanía española y preparada la
sociedad española a aceptar lo inaceptable,
se alcance el techo de la unidad nacional.
Se llega así al aspecto mas delicado
del problema, el de la unidad de España,
incuestionable en los limites actuales del territorio nacional; nada ni nadie puede alterarla, no
siendo válidas las urnas, ni supuestas
reformas constitucionales para
lograrlo. España ha existido a través
de los siglos por voluntad de muchas generaciones de españoles, que la construyeron y sostuvieron, a veces
con muchos sacrificios, y la determinación de
una minoría de una cierta época
carece de fuerza y de derecho a
romperla mediante el cauce
democrático del voto o el cauce bélico de la violencia. Es ineludible
deber de todos los españoles defenderla, y el
Ejército, pieza básica de la
unidad, aplicará, sin duda, toda su fuerza y toda su
pasión en el cumplimiento del mandato que el pueblo español le tiene confiado; varios Capitanes Generales así lo han proclamado. En principio, bastará con la disuasión
de su presencia, pero si fuera
necesario, recurriría a otros medios.
Los españoles, incluidos los secesionistas, deben estar convencidos de que así se hará.
Procuremos entre todos que no sea necesaria
la intervención del Ejercito; unámonos, para
ello, en un frente común ante los separatistas; no persistamos en
el error cometido en los comienzos de la transición democrática, cuando se dio a los nacionalismos unas alas que ahora va a ser muy difícil cortar con procedimientos pacíficos. El punto de arranque del nuevo camino está, sin duda, en
la reforma constitucional, y Juntas Españolas aboga por ella. Hagamos lo imposible
para lograrla.
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