Lo que les importa hoy a esos individuos, individuas e individues que tienen voz en la prensa, la tele y la radio.
Lo que les importaba hoy, a tenor de lo oído, era la democracia y la Constitución. Que no se nos haga caquita la democracia; que no se nos estropicie la Constitución. Que los separatistas no nos toquen las leyes.
De España, ni media palabra. A los templagaitas que mangonean la opinión de los que no tienen capacidad de pensar, les importa la legalidad. Y si fuera legal -porque cualquier canalla puede legislar-, estaría muy bien que se rompiera España, porque cada cual puede pensar como quiera y se puede ser independentista, pero dentro de la ley.
En cambio, de las opiniones recabadas entre los asistentes, la mayoría lo tenía bien claro: somos españoles y catalanes, y no queremos que nos roben España, podría ser un resumen.
Y temo que -una vez más- los tibios, los cobardes, los blanditos, le echarán agua al vino de la reacción popular, y dentro de dos meses aquí no habrá pasado nada, y los españoles seguirán postergados, perseguidos, humillados por los separatistas.
Porque ya está claro lo que les importa a los que presumen de crear opinión: la democracia y la Constitución. España es un accesorio del que están dispuestos a prescindir.
***
Cuando, en marzo de 1762, un hombre nefasto, que se llamaba Juan Jacobo Rousseau, publicó El contrato social, dejó de ser la verdad política una entidad permanente. Antes, en otras épocas más profundas, los Estados, que eran ejecutores de misiones históricas, tenían inscritas sobre sus frentes, y aun sobre los astros, la justicia y la verdad. Juan Jacobo Rousseau vino a decirnos que la justicia y la verdad no eran categorías permanentes de razón, sino que eran, en cada instante, decisiones de voluntad.
Juan Jacobo Rousseau suponía que el conjunto de los que vivimos en un pueblo tiene un alma superior, de jerarquía diferente a cada una de nuestras almas, y que ese yo superior está dotado de una voluntad infalible, capaz de definir en cada instante lo justo y lo injusto, el bien y el mal. Y como esa voluntad colectiva, esa voluntad soberana, sólo se expresa por medio del sufragio –conjetura de los más que triunfa sobre la de los menos en la adivinación de la voluntad superior–, venía a resultar que el sufragio, esa farsa de las papeletas entradas en una urna de cristal, tenía la virtud de decirnos en cada instante si Dios existía o no existía, si la verdad era la verdad o no era la verdad, si la Patria debía permanecer o si era mejor que, en un momento, se suicidase.
(José Antonio Primo de Rivera,
Teatro de la Comedia de Madrid, tal día como hoy de 1933).
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