Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

viernes, 15 de diciembre de 2017

SOBRE UN PRESUNTO PERIODISTA.

O nada presunto, porque -como verán- el fulano al que me voy a referir de periodista tiene, si acaso, el título universitario, que ya sabemos cómo se dan, y a quienes, en la actualidad, como demuestra el hecho de que sean profesores -digitales- individuos como don Pablo Iglesias.

A lo que voy: si los medios de comunicación que frecuenten han tenido a bien relatarlo, puesto que la víctima no ha sido ningún canalla progre, ningún guarroflauta, ningún hideputa con pedigrí progre, sabrán ustedes que hace unos días fue asesinado Victor Laínez, español que llevaba una bandera de España encima, en forma de tirantes.

Víctor Laínez -dicen algunas informaciones- era falangista y legionario, cosa que acaso acabe justificando el derecho del perroflauta, okupa, ultraizquierdista, y previamente condenado por agredir a un policía municipal de Barcelona hasta causarle daños cerebrales irreversibles y dejarlo tetrapléjico, a asesinarlo.

La criaturita en cuestión -o sea, el gorrino ultraizquierdista- se llama Rodrigo Lanza, y fue amplia y generosamente defendido por gentes como la señora Colau, actual alcalda de Barcelona, y la TV3 separatista y suvencionada por los gobiernitos autonómicos de Catalunlla, cuando fue condenado por el intento de homicidio del policía municipal.

Quizá por eso, el presunto periodista que firma como R.A. en la página 7 de 20 Minutos, lo define como joven. Ni una palabra más como calificativo del -demostrado judicialmente- canalla; sólo eso: joven.

Uno ignora -y mejor así- qué gilipollas se esconde tras las iniciales R.A.; uno ignora qué cómplice canallesco se oculta tras las iniciales R.A.; uno ignora qué giliprogre, qué ultrabasura, qué cerdokupa, qué cabestro, qué cuatezón, que ultraguarro se encontrará tras las iniciales R.A.

Lo que uno no ignora, es que estos becarios estúpidos, estereotipados, topiqueantes, pero con voz en prensa, son cómplices de agresiones, de homicidios, de asesinatos. Por consentidores. Y por imbéciles.

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