Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

jueves, 2 de abril de 2009

SOBRE LA VENGANZA TURCA.

La que -según la prensa- preparaban los aficionados de aquél país para el partido de selecciones que se jugó ayer.
 
Comentaba 20 Minutos -página 12 de la edción en papel de Madrid, (1/4/09)- que un periodista turco afirmaba: Nadie esperaba la pitada y resultó una falta de respeto porque la bandera y el himno turcos son sagrados en nuestro país.
 
Como -me permito añadir- en cualquier lugar decente del mundo.
 
La mayor desgracia es que los incultos zarrapastrosos que se permiten silbar a los himnos nacionales de las selecciones con que se enfrenta la española, no lo hacen siquiera como ofensa al país. En su necedad oceánica, no entienden que lo que suena no es un himno de equipo futbolero -o baloncestístico, o balonmanero- sino el de una Nación. En su cortedad estúpida, en su imbecilidad adquirida televisivamente, no distinguen entre un club y una Patria.
 
Silban los himnos nacionales lo mismo que tararean el nuestro: sin saber lo que son. Lo mismo que sacan las banderas de España con el mismo sentimiento que sacan las de su equipo: sin el menor sentido patriótico, simples forofos anestesiados.
 
No es de extrañar, pués, que los turcos -gente seria- estuvieran cabreados. Lo lamentable es que -en sentido contrario- los españoles -esto es: ciudadanos de los chiringuitos, cortijuelos, cotarros y mamandurrias- no se sentirían molestos, o no más que cuando silban por ahí el himno del Real Madrid, o del Atlético, o del Sevilla. Probablemente menos, porque estos cabestros son españoles los quince, veinte, treinta días al año que existe la selección.
 
 

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