Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

martes, 26 de febrero de 2019

SOBRE LA VISITA DEL DESENTERRADOR.


Que, como ustedes ya bien saben, es el señor Presidente del Desgobierno Perico Sánchez.

En su afán de ser cada día más progre, de ser cada día más guerracivilista, de ser cada día más digno sucesor de los que llevaron a España a la guerra civil -y la perdieron-, don Perico se ha ido de visita a las sepulturas de don Manuel Azaña y de don Antonio Machado, a los que los ignorantes -bando profusamente surtido en todos los periódicos, radios y televisiones- llaman exiliados, cuando es evidente que no fueron sino huidos de la justicia porque -como cualquier criminal- sabían bien lo que les esperaba si los jueces les echaban la mano.

En el caso del señor Azaña, que se descolgó con aquello de paz, piedad, perdón cuando incluso para él fue evidente que la guerra la habían perdido, pero no lo pidió cuando pensaba que lo tenían todo, es innecesario comentar nada para quien no sea ignorante de baba. Para los imbéciles, baste recordar el asuntillo de Casas Viejas y los tiros a la barriga de los que el anarquista -y por tanto poco sospechoso- Ramó J. Sender escribió en Viaje a la aldea del crimen. Ese asuntillo da buena cuenta de esa moderación que los gilipollas le atribuyen hoy -bueno, y ayer, que tampoco se quedó manco el señor Aznar-; pero tampoco estaría de más recordar la arrogancia con que trituró el Ejército, y no por necesidad sino por la profunda animadversión que sentía el pobre hombre hacia la gallardía, el valor y el honor, dado que jamás tuvo esas virtudes y le repugnaban profundamente en los demás porque le ponían al descubierto.

En el caso de don Antonio Machado, aún más profundamente desfigurado por la giliprogresía, baste recordar lo que contaba el maestro Rafael García Serrano en su dietario del 14 de mayo de 1984:


* * * * *


Como precaución elemental el cuartel general del SINSE abandonó su domicilio, por así decirlo, oficial, y emplearon para reunirse los lugares en reserva. Nadie sabía la capacidad de resistencia de Gonzalo Molina, y todos estaban seguros de que los rojos del SIM —las chekas de Vallmayor de Barcelona, no eran desconocidas por los madrileños metidos en faena— poseían una inventiva para el sufrimiento realmente espeluznante.

(Lo sabía incluso el poeta rojo don Antonio Machado —se empieza en progre y se acaba en inquisidor— que a los valerosos escritores catalanes, separatistas y bermejos algunos de ellos, dicho sea en su honor, que fueron a pedir que añadiese su firma de favorito del serrallo intelectual de Líster, llamado también «el batallón del talento», en favor de la libertad o al menos la salida de Vallmayor del escritor falangista Félix Ros respondió «Nada, nada, no cuenten conmigo. Es un fascista ¿Quieren ustedes que también a mi me arranquen las uñas?» Demostración de que el casposo cantor de Líster estaba al tanto de los sistemas por muy buen poeta que fuera y es. La sombra de Caín lucía en su chaleco como una leontina de mala calidad, de manera que un veterano escritor le dijo a un jovencito que quedó desilusionado con la actitud del discípulo del «maestro de la luz del alba» «No te preocupes, hombre, que hoy no has conocido a Machado, sino al pelmazo de Juan de Mairena».

Lo malo es que los había conocido a los dos.)


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