Que, como ustedes ya bien saben, es el señor Presidente del Desgobierno Perico
Sánchez.
En su afán de ser cada día más progre, de ser cada día más
guerracivilista, de ser cada día más digno sucesor de los que llevaron a España
a la guerra civil -y la perdieron-, don Perico se ha ido de visita a las
sepulturas de don Manuel Azaña y de don Antonio Machado, a los que los
ignorantes -bando profusamente surtido en todos los periódicos, radios y
televisiones- llaman exiliados, cuando es evidente que no fueron sino huidos de
la justicia porque -como cualquier criminal- sabían bien lo que les esperaba si
los jueces les echaban la mano.
En el caso del señor Azaña, que se
descolgó con aquello de paz, piedad, perdón cuando incluso para él fue
evidente que la guerra la habían perdido, pero no lo pidió cuando pensaba que lo
tenían todo, es innecesario comentar nada para quien no sea ignorante de baba.
Para los imbéciles, baste recordar el asuntillo de Casas Viejas y los tiros a
la barriga de los que el anarquista -y por tanto poco sospechoso- Ramó J.
Sender escribió en Viaje a la aldea del crimen. Ese asuntillo da buena
cuenta de esa moderación que los gilipollas le atribuyen hoy -bueno, y ayer, que
tampoco se quedó manco el señor Aznar-; pero tampoco estaría de más recordar la
arrogancia con que trituró el Ejército, y no por necesidad sino por la profunda
animadversión que sentía el pobre hombre hacia la gallardía, el valor y el
honor, dado que jamás tuvo esas virtudes y le repugnaban profundamente en los
demás porque le ponían al descubierto.
En el caso de don Antonio Machado,
aún más profundamente desfigurado por la giliprogresía, baste recordar lo que
contaba el maestro Rafael García Serrano en su dietario del 14 de mayo de
1984:
* * * *
*
Como precaución elemental
el cuartel general del SINSE abandonó su domicilio, por así decirlo, oficial, y
emplearon para reunirse los lugares en reserva. Nadie sabía la capacidad de
resistencia de Gonzalo Molina, y todos estaban seguros de que los rojos del SIM
—las chekas de Vallmayor de Barcelona, no eran desconocidas por los madrileños
metidos en faena— poseían una inventiva para el sufrimiento realmente
espeluznante.
(Lo sabía incluso el poeta rojo don
Antonio Machado —se empieza en progre y se acaba en inquisidor— que a los
valerosos escritores catalanes, separatistas y bermejos algunos de ellos, dicho
sea en su honor, que fueron a pedir que añadiese su firma de favorito del
serrallo intelectual de Líster, llamado también «el batallón del talento», en
favor de la libertad o al menos la salida de Vallmayor del escritor falangista
Félix Ros respondió «Nada, nada, no cuenten conmigo. Es un fascista ¿Quieren
ustedes que también a mi me arranquen las uñas?» Demostración de que el casposo
cantor de Líster estaba al tanto de los sistemas por muy buen poeta que fuera y
es. La sombra de Caín lucía en su chaleco como una leontina de mala calidad, de
manera que un veterano escritor le dijo a un jovencito que quedó desilusionado
con la actitud del discípulo del «maestro de la luz del alba» «No te preocupes,
hombre, que hoy no has conocido a Machado, sino al pelmazo de Juan de
Mairena».
Lo malo es que los había conocido a los
dos.)
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