Resulta que, dado que un ciudadano
senegalés ha fallecido de un infarto, se ha revelado la existencia -al menos
para mi desconocida hasta ahora- de un Sindicato de
Manteros.
Esto es como si existiera un sindicato de aluniceros, un sindicato de butroneros, un sindicato de estafadores, un sindicato de corruptos... Perdón; sindicatos de corruptos ya existen, y se llaman partidos políticos. En fin, que la existencia de un sindicato de manteros supone dar categoría laboral a una actividad delictiva; esto es, sindicato del crimen, como les decía en el titular, que se dedica a estafar a los creadores de obras intelectuales -música, cine, moda- por otro lado tan inclinados a proteger a determinados criminales, y a perseguir furibundamente a otros de la misma calaña, porque díganme qué diferencia hay -para sus derechos de autor- entre el que vende una copia pirata o el que la pone a disposición pública en Internet.
Pues bien; este sindicato de manteros -de delincuentes que obtienen beneficio de una actividad ilegal causando perjuicio económico a autores, a vendedores, a comerciantes que pagan religiosamente los crecidos impuestos con que las autoridades nos esquilman a todos- pide la derogación de la Ley de Extranjería, porque mata y tortura, y que se sancione a los agentes culpables.
A mi, qué les voy a contar, me parecería de perlas que se sancionase a los causantes de los infartos; y a los de los cánceres, y a los de los ictus, y... Todo ello, a ser posible, antes de que alguno me alcance. Pero creo que el sindicato de manteros vive algo fuera de la realidad pidiendo cosas tan peregrinas.
Por otra parte, comprendo que pidan la derogación de la Ley de Extranjería. Yo también pediría la derogación de la ley que me obliga a pagar IRPF, que me obliga a pagar IBI, que me obliga a pagar tasas por cada acto administrativo necesario a quienes vivimos dentro de la Ley.
Pero los manteros extranjeros tienen una fácil solución. A mí, español, no me quedan más narices que cumplir la Ley y jorobarme cuando me quita parte de mi esfuezo para mantener parásitos en las instituciones públicas. Pero ellos tienen una salida sencilla si no les gustan estas leyes que se nos aplican a todos los españoles: irse por donde han venido.
Nadie les obliga a permanecer en un país cuyas leyes no les satisfacen; nadie les ha obligado a venir, nadie les cierra las puertas si quieren marcharse.
Esto es como si existiera un sindicato de aluniceros, un sindicato de butroneros, un sindicato de estafadores, un sindicato de corruptos... Perdón; sindicatos de corruptos ya existen, y se llaman partidos políticos. En fin, que la existencia de un sindicato de manteros supone dar categoría laboral a una actividad delictiva; esto es, sindicato del crimen, como les decía en el titular, que se dedica a estafar a los creadores de obras intelectuales -música, cine, moda- por otro lado tan inclinados a proteger a determinados criminales, y a perseguir furibundamente a otros de la misma calaña, porque díganme qué diferencia hay -para sus derechos de autor- entre el que vende una copia pirata o el que la pone a disposición pública en Internet.
Pues bien; este sindicato de manteros -de delincuentes que obtienen beneficio de una actividad ilegal causando perjuicio económico a autores, a vendedores, a comerciantes que pagan religiosamente los crecidos impuestos con que las autoridades nos esquilman a todos- pide la derogación de la Ley de Extranjería, porque mata y tortura, y que se sancione a los agentes culpables.
A mi, qué les voy a contar, me parecería de perlas que se sancionase a los causantes de los infartos; y a los de los cánceres, y a los de los ictus, y... Todo ello, a ser posible, antes de que alguno me alcance. Pero creo que el sindicato de manteros vive algo fuera de la realidad pidiendo cosas tan peregrinas.
Por otra parte, comprendo que pidan la derogación de la Ley de Extranjería. Yo también pediría la derogación de la ley que me obliga a pagar IRPF, que me obliga a pagar IBI, que me obliga a pagar tasas por cada acto administrativo necesario a quienes vivimos dentro de la Ley.
Pero los manteros extranjeros tienen una fácil solución. A mí, español, no me quedan más narices que cumplir la Ley y jorobarme cuando me quita parte de mi esfuezo para mantener parásitos en las instituciones públicas. Pero ellos tienen una salida sencilla si no les gustan estas leyes que se nos aplican a todos los españoles: irse por donde han venido.
Nadie les obliga a permanecer en un país cuyas leyes no les satisfacen; nadie les ha obligado a venir, nadie les cierra las puertas si quieren marcharse.
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