Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

sábado, 15 de julio de 2017

SOBRE TRES AÑOS SIN ARTURO.

Arturo es, evidentemente, Arturo Robsy. Amigo. Camarada. Maestro. Falangista. Español.

Hace ya tres años que se nos fue a los luceros, y así lo digo porque Arturo no dejó jamás de combatir. En primera línea y donde hiciera falta, incluidas las duras molleras de trogloditas aldeanos y las meninges inciertas de sarnosos con gusto, siervos de imperialismos ajenos.

Como en muchas otras cosas, sobre el separatismo catalán y el imperialismo de barretina dijo lo más acertado, lo más justo y lo más claro.

Quien lo conoció no necesita que se lo cuenten; quien no llegara a conocerlo, tampoco tiene que creerme, porque aquí mismo, un poco más abajo, tienen un buen ejemplo de cómo caló Arturo –hace ya 10 años, cuando campaban los Maragalles y los Pujoles- a los separatistas catalanes.

Pasen y lean:


AL CABO DE TREINTA AÑOS

Al cabo de treinta años
de vergonzosos acuerdos
el pueblo de España ve
lo que guardaban secreto
los hombres de mala fe,
los despreciables sujetos:
se ha entregado Cataluña
a una camada de perros
que viven del odio a España
y de abducir nuestros euros;
que odian con las entrañas,
que vengan falsos recuerdos
(iras bajas de sayones),
que se imaginaron ellos.
España ignoraba todo
al cabo de treinta infiernos:
no sabía de la furia
de tantos cobardes ciegos,
de tantos lobos sarnosos,
de tantos caciques viejos
que viven en Barcelona,
creyendo que irán más lejos
cuando mandan socialistas,
maragalles recaderos,
pujoles de furia en grito
que hicieron, con atropellos,
una Cataluña odiosa
para el común de los pueblos.

Ahora España lo sabe
y escucha el triste concierto
que el obispo y el sayón
entonan tocando a muerto.
Catalanes de remonta,
importadores de negros,
cabezas de barretina,
tiranos pluscuamperfectos:
sois los hebreos de España,
hombrecillos en barbecho,
ladrones de la verdad,
bandoleros al acecho
siempre esperando que España
sucumba a vuestros manejos.
Las guerras de tantos siglos
catalanes las hicieron
y quisieron ser franceses
antes que españoles rectos.

Pistolas quiero, pistolas,
pistolas de acero y fuego,
para bajaros los humos,
para subiros el miedo,
para romperos las ganas
de vernos a todos, lejos,
callando vuestras miserias,
creyendo vuestros lamentos.

Maragalles y Carodes:
se acercan los tiempos nuevos
en que la Patria pondrá
vuestras cabezas a precio,
y las voces de justicia
aplastarán vuestros retos.
Dirán España sin duda,
anhelado sacramento.
Valéis poco para todo;
valéis poco para menos,
y en las montañas de España,
por los llanos y en los cerros,
colgarán vuestras efigies
debajo de un gran letrero:

«Estos locos olvidaron
que España es una y no ciento:
una España para un mundo.
Y en su locura creyeron
que somos como Rajoy
o como el ruin Zapatero.
Pero somos españoles,
tan ciertos como luceros,
que bailaremos un día
sobre vuestros huesos secos,
cabrones acelerados.
Ay de quien le toque un pelo
a la unidad de la Patria:
Traidor sea sin remedio,
Maragall de rompe y rasga,
desde hoy hasta lo eterno.»

Al cabo de treinta años,
al cabo de treinta infiernos,
los hombres por fin despiertan
y piensan en los aceros
y sueñan en bayonetas,
que es bueno soñar despiertos.
Este cansancio de siglos,
este dolor sin remedio
de escuchar todos los días
los catalanes lamentos,
ha de tener un final,
un revivir justiciero,
un comulgar con la Patria,
anhelado sacramento,
porque ser hombre es luchar,
porque ser hombre es un reto.
Abajo, canes, abajo.
Quietos, requietos, los perros.


Hízome don Arturo,
español por el momento,
pensando que un día, algunos
veremos mejores tiempos.







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