Arturo
es, evidentemente, Arturo Robsy. Amigo. Camarada. Maestro. Falangista. Español.
Hace
ya tres años que se nos fue a los luceros, y así lo digo porque Arturo no dejó
jamás de combatir. En primera línea y donde hiciera falta, incluidas las duras
molleras de trogloditas aldeanos y las meninges inciertas de sarnosos con
gusto, siervos de imperialismos ajenos.
Como
en muchas otras cosas, sobre el separatismo catalán y el imperialismo de
barretina dijo lo más acertado, lo más justo y lo más claro.
Quien
lo conoció no necesita que se lo cuenten; quien no llegara a conocerlo, tampoco
tiene que creerme, porque aquí mismo, un poco más abajo, tienen un buen ejemplo
de cómo caló Arturo –hace ya 10 años, cuando campaban los Maragalles y los
Pujoles- a los separatistas catalanes.
Pasen
y lean:
AL
CABO DE TREINTA AÑOS
Al
cabo de treinta años
de
vergonzosos acuerdos
el
pueblo de España ve
lo
que guardaban secreto
los
hombres de mala fe,
los
despreciables sujetos:
se
ha entregado Cataluña
a
una camada de perros
que
viven del odio a España
y
de abducir nuestros euros;
que
odian con las entrañas,
que
vengan falsos recuerdos
(iras
bajas de sayones),
que
se imaginaron ellos.
España
ignoraba todo
al
cabo de treinta infiernos:
no
sabía de la furia
de
tantos cobardes ciegos,
de
tantos lobos sarnosos,
de
tantos caciques viejos
que
viven en Barcelona,
creyendo
que irán más lejos
cuando
mandan socialistas,
maragalles
recaderos,
pujoles
de furia en grito
que
hicieron, con atropellos,
una
Cataluña odiosa
para
el común de los pueblos.
Ahora
España lo sabe
y
escucha el triste concierto
que
el obispo y el sayón
entonan
tocando a muerto.
Catalanes
de remonta,
importadores
de negros,
cabezas
de barretina,
tiranos
pluscuamperfectos:
sois
los hebreos de España,
hombrecillos
en barbecho,
ladrones
de la verdad,
bandoleros
al acecho
siempre
esperando que España
sucumba
a vuestros manejos.
Las
guerras de tantos siglos
catalanes
las hicieron
y
quisieron ser franceses
antes
que españoles rectos.
Pistolas
quiero, pistolas,
pistolas
de acero y fuego,
para
bajaros los humos,
para
subiros el miedo,
para
romperos las ganas
de
vernos a todos, lejos,
callando
vuestras miserias,
creyendo
vuestros lamentos.
Maragalles
y Carodes:
se
acercan los tiempos nuevos
en
que la Patria pondrá
vuestras
cabezas a precio,
y
las voces de justicia
aplastarán
vuestros retos.
Dirán
España sin duda,
anhelado
sacramento.
Valéis
poco para todo;
valéis
poco para menos,
y
en las montañas de España,
por
los llanos y en los cerros,
colgarán
vuestras efigies
debajo
de un gran letrero:
«Estos
locos olvidaron
que
España es una y no ciento:
una
España para un mundo.
Y
en su locura creyeron
que
somos como Rajoy
o
como el ruin Zapatero.
Pero
somos españoles,
tan
ciertos como luceros,
que
bailaremos un día
sobre
vuestros huesos secos,
cabrones
acelerados.
Ay
de quien le toque un pelo
a
la unidad de la Patria:
Traidor
sea sin remedio,
Maragall
de rompe y rasga,
desde
hoy hasta lo eterno.»
Al
cabo de treinta años,
al
cabo de treinta infiernos,
los
hombres por fin despiertan
y
piensan en los aceros
y
sueñan en bayonetas,
que
es bueno soñar despiertos.
Este
cansancio de siglos,
este
dolor sin remedio
de
escuchar todos los días
los
catalanes lamentos,
ha
de tener un final,
un
revivir justiciero,
un
comulgar con la Patria,
anhelado
sacramento,
porque
ser hombre es luchar,
porque
ser hombre es un reto.
Abajo,
canes, abajo.
Quietos,
requietos, los perros.
Hízome
don Arturo,
español
por el momento,
pensando
que un día, algunos
veremos
mejores tiempos.
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