Supongo que los habituales ya están al tanto de mi
intención de escribir siempre con la máxima corrección que me sea posible. En
manos de otros quede dilucidar si lo consigo o no, y hasta dónde.
El
caso es que en mi ya lejano Bachiller, aprendíamos -casi todos- a escribir y
hablar con cierto decoro y, por tanto, se perfectamente que colocar un
la delante del nombre de una persona tiene un significado
despectivo y menospreciante en el idioma español. Y de ahí que lo haya escrito
ante el nombre de esa individua llamada Ana Rosa Quintana. Y que lo explique, no
sea que alguien me tome el número cambiado y entienda como falta de corrección
-que las tendré, por supuesto, pero no en este caso- lo que es lisa y llanamente
desprecio hacia una mengana -acaso fulana- que siempre ha parecido tonta y ahora
lo demuestra.
Parece que la Ana Rosa -véanlo en La Gaceta, si gustan-
dijo que le parecía bien que le hubieran partido la cara, a esa
chica de Murcia a la que una recua de mulos y mulas -discúlpenme los de la acera
de en medio, pero es que el mulo es de por sí un animal generalmente estéril-
dio una salvaje paliza por llevar una pulsera con la Bandera de España.
Lo dijo, claro, fuera de cámara, aunque no fuera de micrófono, por lo que se
pudo escuchar.
Por supuesto, no espero que a la Ana Rosa la
enchiqueren por un delito de xenofobia -porque es evidente que los españoles
somos de algún lugar distinto a la zahúrda en que viven estos gorrinos-; por un
delito de odio ideológico, por un delito de incitación a la violencia en
general, y de género en particular o -en su caso-, por gilipollas, que hoy en
día no es delito, pero está claro que debería serlo. Aunque entonces no habría
casi nadie por la calle.
Otro guarro de la misma cochiquera, el ya más
que aburrido Guillermito Toledo -actorcete fracasado, vago cum laude y
tontolaba máximo- también se ha sumado a la jauría de perros rabiosos -a lobos
no llegan ni de coña, los mamones- declarando que la agresión de ocho o diez
hideputas a una chica sola era justicia poética.
Espero que, en
justa reciprocidad, el día que alguien le pegue dos bofetadas al Guillermito, o
media colleja a la Ana Rosa, digan que es una muestra de justicia épica, de
novela caballeresca o -por ponérselo fácil a los papanatas- de donde las dan
las toman.
Porque, por mucho que la autodenominada Coordinadora
Antifascista de Madrid -o sea, dos mamarrachos que viven del cuento, y seis
idiotas que se lo creen- justifiquen la brutal paliza diciendo que es
legítima la autodefensa en nuestros barrios, y que la izquierda radical
-ellos nunca son de ultraizquierda, claro- sufre la violencia y la barbarie
fascista en sus calles, el hecho es que se juntaron ocho o diez cabrones -y
cabronas, no se me ofendan las feministas- para pegarle a una chica sola. ¿Cual
es pues la autodefensa, la violencia y la barbarie? Pues evidentemente, la de
una chica sola que no hace mas que llevar una pulsera con la bandera del país
donde ha nacido y donde vive. Los guarros -puercos, gorrinos, hideputas....-
deben haber nacido todos en la Unión Soviética, o ser incluso más tontos de lo
que ya parecen. O más vagos y maleantes, por recordar la clasificación
que hacía de esta gentuza la Ley segundorepublicana de don Manuel
Azaña.
Y para remate, llega Pablito -el señorito Iglesias, digo- y se
declara antifascista. Como Stalin, que es lo moderno y lo actual. Para
ser demócrata hay que ser antifascistas. Atocha, hermanos, nosotros no
olvidamos, escribió en Twitter.
Lo cual me agrada muchísimo, porque
indica donde estamos -es decir, por marzo o abril del 36- y hacia donde vamos.
Incluso me justifica para decir que nosotros tampoco olvidamos Paracuellos,
citado sea como símbolo de tantas matanzas como los rojos llevan
cometidas.
Y me confirma en la idea de que es legítima la
autodefensa en nuestros barrios, que es una frase
tan pronunciable por los rojos de mierda como por mi mismo, fascista y todo eso
que ya saben ustedes.
Así es que ¡hale!; vengan pasando de diez en diez, y
luego no vengan con lloriqueos.
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