Que no es el del asesinato múltiple en Berlín
-eso es lo habitual en esta sociedad europea y floja- sino el de los medios de
comunicación españoles.
Medios de comunicación -de desinformación e
intoxicación, más bien- que de la desgracia y el crimen hacen propaganda
política. Y si, son los medios. Porque los partidos políticos están en su papel
al afirmar ante los posibles electores lo que opinan sobre lo que pasa; de
identificar los problemas y de proponer soluciones. Pero los periodistuchos y
tertulianines que aprovechan una matanza en Berlín para clamar contra la
"ultraderecha" que se muestra hasta donde no digan dueñas de los
atentados, están haciendo propaganda política. Propaganda política
"antifascista", evidentemente. Como si aún les pagara la III
Internacional y tuvieran que congraciarse con sus amos, llegando a la
desfachatez de afirmar que los atentados islámicos benefician a la
"ultraderecha" alemana o francesa. Vamos, que en cuanto les aflojen un poco más
la mosca, dirán que los crímenes han sido cometidos por los
"ultras".
Y no se cansan de clamar contra la "xenofobia de la
ultraderecha," por más que los partidos que tertulianuchos y periodistines
tildan de fascistas no pidan mas que el cumplimiento de las leyes y que se acote
el desparrame de buenismo suicida. Porque las "ultraderechas" europeas
-hasta donde alcanzo a saber, que es, sin duda, más que los parlanchines necios-
no reniegan del extranjero por ser extranjero, ni exigen cerrar la frontera a
cal y canto, como en su día hiciera el bolchevismo soviético. Lo que piden es
que no se permita la entrada de cualquiera que venga aunque no cumpla unas
mínimas condiciones de adaptación a su nueva residencia, y de respeto a las
leyes, normas y costumbres de quienes les acogen.
Porque lo contrario -la
autoreclusión en barrios cerrados y costumbres originarias- no hace sino
fomentar la posibilidad de terroristas de segunda generación; o sea, los hijos
de los inmigrantes, ya nacidos en Europa, que se sienten excluidos por los
países que acogieron a sus padres, pero a los que no se sienten
ligados.
No dejan los periodistas y tertulianos de asombrarse porque a
veces los terroristas islámicos tienen la nacionalidad del país -Francia,
Alemania, España- donde cometen sus fechorías. Y no entienden que, por mucho que
tengan la nacionalidad por nacimiento -ius soli- no están integrados en
sus respectivos países. No sienten, no piensan, no viven como alemanes,
franceses o españoles; viven y piensan y sienten como enemigos de sus propios
conciudadanos, a los que odian y a los que anhelan sojuzgar y -llegado el caso-
exterminar.
Y no entienden que esto es así por una razón simple: los
hijos de esos inmigrantes musulmanes -la segunda generación- se encuentra
generalmente apartada de una sociedad que no les ofrece trabajo, ni vivienda, ni
proyecto de vida; que los tiene apartados, en guetos medio autoimpuestos y medio
obligados por la sociedad que no se esfuerza en integrarlos.
La única
manera de poderlos integrar es que tengan trabajo, vivienda -ganada con su
esfuerzo, no regalada por ser distintos a los desgraciados que pagan impuestos-,
proyecto de vida.
Y la única manera de podérselo ofrecer, y que la
segunda generación de inmigrantes no se revuelva contra sus países de
nacimiento, es que no entren más nuevos inmigrantes de aquellos que la sociedad
puede acoger.
Lo contrario -lo que se lleva haciendo décadas- no es sino
sembrar el terrorismo futuro.
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