Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

sábado, 24 de diciembre de 2016

SOBRE LO DE CADA AÑO.

Que es, por esta fecha, la conmemoración del nacimiento del Hijo de Dios, se pongan como se pongan los papanatas y los mamarrachos.

Se que no es demasiado cristiano lo que suelo decir en estos días, pero comprendan que -a efectos de este diario- me invade el espíritu navideño de los tres meses de compras compulsivas, de los papás noeles y -a poco que la señora CaCarmena y sus alegres chicas del bolchevismo feminista metan baza- mamás noelas.

O sea, que poco cristiano y tan poco católico como el mismísimo cura Paco, salvo hacia quienes no tragan con el ectoplasma de unas Navidades hechas a la imagen y semejanza de los palurdos eternamente deslumbrados por el más cursi esnobismo.

Por supuesto, sin la menor compasión, ni caridad, ni amor fraterno, ni leches, hacia los que celebran -solsticio de invierno- un acontecimiento astronómico, y que por presumir de laicos caen en el más puro panteísmo. Como la referida tribu de la señora CaCarmena.

Así es que, como de costumbre, deseo una Feliz Navidad a quienes saben que esta noche nos nace Dios, que se hace hombre en Su Hijo.

Y al resto, como de costumbre también, que les vayan dando.

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