Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

miércoles, 7 de diciembre de 2016

SOBRE MI AMIGO ESPARTANO.

Amigo, no pensaba traerte a este diario, donde tanta basura, tanta estupidez, tanta zafiedad tengo que comentar cuando no me vence el aburrimiento de una actualidad esperpéntica.

No quería mezclarte en esta zahúrda de miserias; pero, pese a lo que aquí me veo obligado a comentar, esta sigue siendo mi casa virtual, y en mi casa siempre tienes las puertas abiertas.

No quería mezclarte en la mezquindad actual, pero tu hijo -mi casi sobrino- me dijo que escribiera algo bonito. Me lo dijo -¡fíjate qué hijos has criado, y qué orgulloso puedes estar de ellos!- mientras me consolaban a mi por tu pérdida. Porque -lo sabes- al final me pudo el corazón, no logré mantener la serenidad para apoyarlos, y di rienda suelta a mi propio dolor mientras me abrazaba a ellos. Y a ti.

No se si de aquí saldrá algo bonito, si saldrá regular o siquiera legible. Se que nunca podrá salir lo que tu te mereces, y con la tristeza de saber que no estaré a la altura me pongo a la faena.

Y también con la nostalgia de esas conversaciones que ya no tendremos; de esos tiros a un bote que ya no pegaremos mano a mano; de esas cervezas, caducadas de cuatro o cinco años, que tan bien nos supieron, o de las que te esperan en mi casa, junto a las aceitunas y las almendras.

Quizá no sea nostalgia la palabra. La nostalgia es la tristeza por la ausencia, y se que tu no sólo no estás ausente de nuestras vidas, sino que estás -si cabe- más presente. Porque antes estabas con uno, dos, tres de nosotros; y ahora estás con todos.

Porque, ¿sabes?, no te has ido. No nos da la gana de que te hayas ido, así es que sigues con nosotros. Con todos y cada uno. Te has ido como un espartano, luchando como un león, peleando con uñas y dientes -y a mordiscos, cuando ha hecho falta- porque la única forma digna de irse -de volver- es sobre el escudo.

 Y los que vuelven sobre el escudo, siempre permanecen.

Te has ido porque el cuerpo tiene sus límites, porque las fuerzas físicas se agotan, porque somos mortales y hemos de morir. Pero tu espíritu no se ha rendido, no se ha doblado, no se ha permitido un descanso ni una derrota. Tu espíritu de león espartano que, en la adversidad, sacaba fuerzas para animar a quienes te rodeaban.

Nos has dejado -sólo por ahora- con un ejemplo de dignidad, de fortaleza y de valor. Con la dignidad de un Cónsul romano, la fortaleza de un león y el valor de un espartano.

Quiero decir tantas cosas que me lío. En las horas de insomnio es más fácil, todo cuadra, todo se hila; pero a la hora de ponerlo sobre el papel -sobre la pantalla- se deslavaza y sale a trompicones.

Se preguntarán los que lean a santo de qué viene tanto hablar de espartano. Tu lo sabes, amigo; lo sabe tu familia, y lo se yo. El resto, me harán la merced de aceptar mi palabra.

Los que no te conocieron -los que si te conocían y valen la pena no lo necesitan- también aceptarán mi palabra si digo que fuiste -eres- un hombre de bien, un amigo de los que están cuando hacen falta, de los que saltan sobre cientos de kilómetros cuando se les necesita. De los que hacen mejor este mundo. De los que dejan huella en el alma, no sólo en la memoria.


Por eso, Iñaki -amigo, hermano- no le pido a Dios que te acoja. Se que estás con Él y, por eso, lo que te pido -a ti, espartano- es que nos eches una manita.

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