Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

miércoles, 11 de septiembre de 2013

SOBRE LA "CADENA"

Cadena que, tal día como hoy, no puede ser otra que la de los separatistas catalanes, que gozan -y hozan- celebrando la derrota del Archiduque Carlos de Austria -aspirante al trono de España- frente al nieto de Luis XIV de Francia que acabó reinando como Felipe V.

Ya alguna vez he dicho que lo de celebrar las derrotas tiene un puntito de masoquismo. O acaso sea la confirmación de que los celebrantes saben que lo suyo es perder, porque les sobra victimismo y les falta coraje. 

Las palabras del señor Mas que comentaba ayer mismo, sobre la diferencia entre las armas de principios del siglo XVIII y las actuales lo confirma, y lo demostraré con un cuentecillo o anécdota que leí hace muchos años: 

A cierto rey le habían ofrecido un presente, que consistía en un puñal de factura hermosísima; el mejor acero, las más finas piedras engastadas en la empuñadura... Sin embargo, la corte del rey le ponía un defecto, y es que lo consideraba demasiado corto. El rey le preguntó al príncipe, su hijo, qué le parecía el puñal, y este respondió que lo hallaba perfecto. Estos señores, en cambio, lo tildan de corto -dijo el rey.

Y el príncipe respondió: No hay tal, pues lo que le falta al puñal de acero, lo suple el corazón de valor.

Lo cual -se explica para cazurros separatistas- quiere significar que no basta con tener armas, sino que hace falta el coraje de usarlas.

Pero disculpen, que me he ido del tema, y hoy tocar hablar de cadenas.

Cadenas, hablando del separatismo, del aldeanismo, de bandera y banda de música para el retrete, y del tres por ciento, hay un tipo que salta a la mente de inmediato: la socorrida cadena del cuarto de baño, por el que desalojar la mugre.

Pero, para los aficionados a la Historia militar -¿es que hay otra?- la palabra cadena tiene las resonancias mágicas de la que se inventase Joaquín García Morato para mejor apoyar a sus camaradas de tierra; cadena que ponía los pelos de punta a los rojetes que la veían venir, y que les urgía a acudir a la mentada en el anterior párrafo.

(Note, señor fiscal, que no insinúo de ninguna manera que a la cadena paleta deba oponerse la aérea; cualquier insinuación en este sentido corre de su cuenta, y quien así piense es quien debe rendir cuentas ante la progresía. Pero ¡coño, qué fácil sería!)

Otras cadenas hay -como esas que antes se enviaban por correo y ahora, con Internet, se han elevado a la enésima potencia-, que amenazan con fieros males a quienes no la reenvíen a dos millones de contactos. ¿Acaso la no participación -la rotura de la cadena separatista-, supone la amenaza al eslabón que no se pliegue al aldeanismo cazurro?

También saltan a la memoria las cadenas de los tanques, que les permiten avanzar por cualquier terreno, sea calle asfaltada o masía inculta -entiéndase en el sentido de no cultivada-, y pasar por encima de piedras, peñascos, ladrillos o cadenas.

Pero -tal día como hoy, y con el ganado que ya conocemos- la cadena que mejor se adapta; la que sale a flote al primer esfuerzo de la mente, es la que tradicionalmente se adjudica a los fantasmas.

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