Cadena que, tal día como hoy, no puede ser otra que la de los separatistas catalanes, que gozan -y hozan- celebrando la derrota del Archiduque Carlos de Austria -aspirante al trono de España- frente al nieto de Luis XIV de Francia que acabó reinando como Felipe V.
Ya alguna vez he dicho que lo de celebrar las derrotas tiene un puntito de masoquismo. O acaso sea la confirmación de que los celebrantes saben que lo suyo es perder, porque les sobra victimismo y les falta coraje.
Las palabras del señor Mas que comentaba ayer mismo, sobre la diferencia entre las armas de principios del siglo XVIII y las actuales lo confirma, y lo demostraré con un cuentecillo o anécdota que leí hace muchos años:
A cierto rey le habían ofrecido un presente, que consistía en un puñal de factura hermosísima; el mejor acero, las más finas piedras engastadas en la empuñadura... Sin embargo, la corte del rey le ponía un defecto, y es que lo consideraba demasiado corto. El rey le preguntó al príncipe, su hijo, qué le parecía el puñal, y este respondió que lo hallaba perfecto. Estos señores, en cambio, lo tildan de corto -dijo el rey.
Y el príncipe respondió: No hay tal, pues lo que le falta al puñal de acero, lo suple el corazón de valor.
Lo cual -se explica para cazurros separatistas- quiere significar que no basta con tener armas, sino que hace falta el coraje de usarlas.
Pero disculpen, que me he ido del tema, y hoy tocar hablar de cadenas.
Cadenas, hablando del separatismo, del aldeanismo, de bandera y banda de música para el retrete, y del tres por ciento, hay un tipo que salta a la mente de inmediato: la socorrida cadena del cuarto de baño, por el que desalojar la mugre.
Pero, para los aficionados a la Historia militar -¿es que hay otra?- la palabra cadena tiene las resonancias mágicas de la que se inventase Joaquín García Morato para mejor apoyar a sus camaradas de tierra; cadena que ponía los pelos de punta a los rojetes que la veían venir, y que les urgía a acudir a la mentada en el anterior párrafo.
(Note, señor fiscal, que no insinúo de ninguna manera que a la cadena paleta deba oponerse la aérea; cualquier insinuación en este sentido corre de su cuenta, y quien así piense es quien debe rendir cuentas ante la progresía. Pero ¡coño, qué fácil sería!)
Otras cadenas hay -como esas que antes se enviaban por correo y ahora, con Internet, se han elevado a la enésima potencia-, que amenazan con fieros males a quienes no la reenvíen a dos millones de contactos. ¿Acaso la no participación -la rotura de la cadena separatista-, supone la amenaza al eslabón que no se pliegue al aldeanismo cazurro?
También saltan a la memoria las cadenas de los tanques, que les permiten avanzar por cualquier terreno, sea calle asfaltada o masía inculta -entiéndase en el sentido de no cultivada-, y pasar por encima de piedras, peñascos, ladrillos o cadenas.
Pero -tal día como hoy, y con el ganado que ya conocemos- la cadena que mejor se adapta; la que sale a flote al primer esfuerzo de la mente, es la que tradicionalmente se adjudica a los fantasmas.
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