Ese señor apellidado Albares, que dicen que es Ministro de Asuntos Exteriores de España, ha tenido a bien insinuar una especie de solicitud de perdón por la Conquista de Méjico.
Y yo me siento obligado -a mi vez- a solicitar perdón; sin subterfugios, sin excusas, sin insinuaciones. Pedir perdón sin ambages.
Pedir perdón a Hernán Cortés, por no haber mandado al carajo -pregúntele a un marino lo que eso significa, señor fiscal, antes de hacer el ridículo- a ese fulano Albares y, por supuesto, a su amo prevaricador, hermano de defraudador y marido de suplantadora.
Pedir perdón a Hernán Cortés por los gobernantes españoles que no fueron capaces de mantener al Virreinato de la Nueva España beneficiando a los nativos, a esos que lucharon bravamente contra los señoritos separatistas que les robaron la Patria a la que tenían derecho y les dieron un sucedáneo derivado en dictadura centenaria y corrupta del PRI, y en un narcoestado criminal de su propio pueblo.
Pedir perdón a Hernán Cortés por no haber defendido ni siquiera de palabra, salvo algunos de los grandes escritores de la lengua española, como Rafael García Serrano, o de los grandes historiadores como Marcelo Gullo Omodeo, la obra de aquellos españoles que concitaron la adhesión de todos los pueblos americanos que ansiaban liberarse de la esclavitud -incluso "gastronómica"- de los mexicas.
Pedir perdón a Hernán Cortés por no hacerle un corte de mangas a la charanga narcoterrorista que desgobierna en el querido Méjico, a los mariachis de la lengua larga y la mano pedigüeña, a los sinvergüenzas que reniegan de España mientras hablan -rebuznan- en español.
Pedir perdón a Hernán Cortés por no tener un Ministro de Asuntos Exteriores capaz de decirle a los pervertidos envenenadores del pueblo mejicano que se vayan al teocalli mayor y se hagan extraer el corazón con un cuchillo de obsidiana.
O, en su defecto, a tomar por culo.



