Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

jueves, 20 de noviembre de 2025

SOBRE EL ANIVERSARIO.

Aniversario del día en que los canallas del Frente Popular asesinaron a José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia en Alicante, y del que falleció Francisco Franco Bahamonde en un hospital de los que tenía derecho a usar cualquier español afiliado a la Seguridad Social. De esa Seguridad Social que los canallas y los hideputas dicen que no se creó bajo el mandato de Franco.


Como coincide con el medio siglo exacto de la defunción -por enfermedad y, si se me apura, de puro viejo- del Excelentismo Señor D. Francisco Franco, Generalísimo de los Ejércitos y Caudillo de España por la Gracia de Dios, los liliputienses que hogaño manejan la madeja de los hilos del gobierno -y que han conseguido hacer con ella lo mismo que un gato juguetón y revoltoso con la correspondiente de lana- han decidido volver a combatir contra Franco.

Volver a ser heroicos luchadores contra el "franquismo", cosa que a los cincuenta años de haberse muerto por su cuenta el atacado, tiene su mérito. Suena a chiste -son un chiste los cabrones que lo celebran- pero es una verdad bien grande: sin Franco no son nada. Necesitan seguir combatiendo a Franco, porque en España, desde Felipe II, ningún gobernante ha dejado más huella, ni ha creado más, ni ha elevado más al pueblo español, sacándolo de la miseria de la monarquía alfonsina y borbónica y de la criminalidad rampante de la republiquita de sangre y mierda que la sucedió. 

Nadie, desde Felipe II, ha hecho más por España, y estos enanos -referencia, fiscal prevaricador de guardia, a un artículo de José Antonio Primo de Rivera, y no menosprecio hacia nadie- se le enredan en los pies del recuerdo para hacerle caer, sin saber -necios, al fin- que no puede caer quien ya está más allá de la miseria de los trileros, de la mugre espiritual de esta banda de puteros y ladrones, de hembristas garrulas y zafias.

Nadie ha hecho tanto por España que el hombre al que los canallas siguen atacando después de muerto. Después de muerto, porque antes ninguno de ellos tuvo cojones, caso de rondar los 70 años, para decir ni "mu." Y eso que a ellos, bovinos con pedigrí de ungulado y cornamenta estacional, decir "mu" les sonaría a palabra paterna.

Todos están contra Franco hoy, este año en que los cuatezones festejan una muerte. Desde los hijos de puta hasta las putas sin hijos, y si alguien se pica sus razones tendrá. Todos contra Franco, desde los infrarrojos que mangonean en los medios de manipulación social comunistas que pagamos todos, hasta los cobardes sinvergüenzas que lloriquean y gimen como pelanduscas desde los medios de manipulación derechoides. 

Contra Franco los prevaricadores, los corruptos, los ladrones, los puteros, las marisabidillas de alquiler enchufadas en la tele, o colocadas sin fichar en empresas que pagamos todos; los canallas sin pedigrí y los sinvergüenzas con prosapia. 

Contra Franco los que, gracias a que a Franco le salió de las narices -y de otro sitio-, pueden decir hoy que son falangistas, porque si a Franco no se le pone entre ceja y ceja que las nuevas generaciones conocieran a José Antonio, a Ramiro, a Onésimo; si a Franco le da la gana de ocultarlos, hoy serían simple nota a pie de página para historiadores. Contra Franco los que así pretenden congraciarse con el enemigo. Ya conocí ejemplares de ese talante hace varias décadas, y fue suficiente para que nunca tuviera la tentación de afiliarme a ninguna de las falanges existentes entonces. Soy, eso si, nacionalsindicalista. Profesar una fe no requiere de permisos administrativos ni necesita autorización del sanedrín. 

Yo soy joseantoniano. Racionalmente soy nacionalsindicalista y eso no me lo puede quitar nadie, ni nadie me puede reclamar por no cumplir sus complejos antifranquistas. Pero emocionalmente soy franquista -tome la confesión el fiscal prevaricador que guste- y si conocí a José Antonio es por el asco que me produjo ver a los enanos -repito, para fiscales corruptos o simplemente necios, lo que dije antes sobre el artículo del hijo del General Primo de Rivera acerca de su padre- enredarse en el recuerdo del hombre que acababa de fallecer -hace ahora medio siglo- en el vano intento de hacerlo caer de su lugar en la Historia. En la Historia grande, no las historietas de burdel de los socialistas carroñeros, ladrones y prevaricadores, ni en la cerviz baja de la ruindad derechoide, tan blandita, tan  cobarde, tan dispuesta a dejarse apiolar gimoteando, dispuesta a morir de rodillas porque no tiene cojones para ponerse en pie.

José Antonio queda lejos de esto. Ni siquiera los cabrones del gobiernillo, con sus pequeñas furcias y sus pelanduscas del tres al cuarto enchufadas en la tele pública, sus catedráticas iletradas, sus sacos de billetes, sus cuentas en República Dominicana y sus mordidas en Venezuela, su pleitesía al moro; ni siquiera esta gentuza, esta hez de la podredumbre semihumana, puede con él. Sólo algún pequeño cabrón, -zorra que dice despreciar por verdes las uvas a las que no puede llegar; y esto, fiscalillo servil, es referencia a una fábula de don Félix María de Samaniego-, se atreve a tratar de ensuciar su recuerdo. Pobres puercos que nunca saldrán de la cochiquera donde hozan entre la mierda. Pobres cabritos que no merecen ni siquiera una respuesta, porque sería elevarlos a la categoría humana de la que carecen.

Ni uno ni otro; ni José Antonio ni Franco, están ya al alcance de esta infrahumanidad de ladrones, putas, falsificadores, prevaricadores, corruptos y vendidos. Ellos están por encima de la cochambre, de los complejos de perdedores y de canallas; de las treinta monedas del traidor. 

Ni uno ni otro; ni José Antonio ni Franco, van a estar menos en la Historia -la de verdad, no la propaganda de los vividores y los cabritos- porque unos pobres desgraciados, mamarrachos zafios, grotescos, de tópicos deformes, busquen sus diez segundos de popularidad mintiendo como los golfos -y golfas, y golfes, no se me molesten los papanatas- que son. Golfos -y golfas, y golfes- a los que nadie recordará cuando José Antonio y Franco sigan siendo luz en la Historia del mundo.

Como no quiero que nadie me venga a pedir cuentas y tenerle que responder como me pida el cuerpo en el instante -que ya aventuro que no sería con moderación de cordero-, no voy -por primera vez desde que escribo para el público que guste leerme, y pasan de 45 años- a saludar a mis caídos con el ¡Presente! de ritual. 

Pero uno y otro, José Antonio y Franco, están presentes en mi recuerdo.


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