El señor Duque ministro, no uno de los que ostenten el título
nobiliario; ese mismo señor Duque, tan generoso, que se hizo con una sociedad
para alquilarse a sí mismo un pisito al objeto de -según afirmó él mismo que
había sido el resultado- pagar más impuestos.
El señor Duque -en declaraciones que recoge El
Mundo- asevera que es un debate sano el que los universitarios se
dediquen a hacer referemdums sobre monarquía o república, y que lo que no se
puede hacer es reprimir eso.
Que esto lo
dijera un catedrático o rector, cual nuevo Ortega y Gasset dedicado a destruir
la monarquía sería comprensible, aún sabiendo que estos personajillos de hogaño
jamás tendrían la capacidad intelectual -ni moral- de reconocer luego que no
es esto, no es esto; pero que lo diga un ministro de Ciencia, Innovación y
Universidades parece algo fuera de lugar.
No
se sabe muy bien si don Pedro Duque ha terminado de bajar de las nubes, pero a
mi me parece estupendo que diga estas cosas. Don Pedro probablemente no lo sepa,
pero estas actitudes universitarias nos llevan directamente a 1930-1931. Quien
guste, puede comprobar lo que digo leyendo el magnífico Madrid de corte a
cheka, de Agustín de Foxá.
Por otra
parte -prosigue el citado periódico-, Duque ha señalado en la misma entrevista que se plantea derogar
el Reglamento de Disciplina Académica vigente desde 1954 y firmado por el
dictador Francisco Franco, que todavía sigue aplicándose al alumnado
universitario. (...) Este reglamento tipifica como faltas graves, que suponen la
expulsión de la universidad, las manifestaciones contra los principios o
instituciones del Estado, contra la religión, la insubordinación contra las
autoridades académicas, la incitación de manifestaciones o las faltas de
"decoro", entre otras.
Uno se pregunta qué
de malo tiene sancionar las manifestaciones contra los principios o
instituciones del Estado. ¿Es que no se nos criminaliza a los que estamos en
contra de este Estado? ¿Es que no se nos buscan las vueltas, se nos coarta la
libertad de expresión tan generosamente distribuida cuando de lo que se trata es
de insultar desde el otro lado?
Uno se pregunta
qué de malo tiene sancionar las manifestaciones contra la religión. ¿Es
que la Constitución no impide la discriminación por razones religiosas? ¿Es que
no defiende las creencias religiosas? ¿Es que defender mi libertad
constitucional de ser católico no significa impedir que otro me venga a molestar
por serlo? ¿Es que defender mi libertad constitucional de ir a una iglesia a
rezar no significa impedir, por ejemplo, que alguna futura concejala venga a
gritar gilipolleces en ropa interior?
Uno se
pregunta qué de malo tiene penalizar la insubordinación contra las
autoridades académicas. ¿Es que -aunque de facto se consienta todo a
los grupúsculos de ultraizquierda- pretenden que los alumnos tengan carta blanca
para hacer lo que les salga de las gónadas y, por ejemplo, expedientar o
despedir a los profesores que les exijan estudiar? ¿O a los que les pidan que
las tesis doctorales sean originales, y no simples plagios?. Que si, que ya se
que se hace, que ya se que en la Universidad lo más importante es hacer
asambleas, huelgas y algaradas, porque hay cosas que no cambian, y el
antifascismo se le vende muy bien a los vagos. En mis tiempos, don Pedro,
lo que funcionaba muy bien era la huelga en solidaridad con los compañeros del
metal, ya ve usted qué cosa, aunque los compañeros del metal no se solidarizasen
conmigo cuando me ponían un examen final de matemáticas, un sábado a las cuatro
de la tarde en un mes de junio. Pero hombre, don Pedro, una cosa es que no haya
birretes para sancionar a los que sacan los pies del tiesto, y otra que se
consienta por escrito en un reglamento.
Uno se
pregunta qué de malo tiene penalizar la incitación de manifestaciones.
Porque -corríjame si me equivoco, señor Duque- a la Universidad se va a
estudiar. Salvo que uno sea político y le den gratis los másteres, las tesis
doctorales o las asignaturas para terminar una carrera. Que si, que siempre se
han hecho huelgas y manifestaciones, porque los estudiantes generalmente
prefieren -y preferíamos- no ir a clase; sobre todo, a algunas cuyos profesores
pasaban por la vida sin interés en enseñar nada útil, como las dos señoras
profesoras de Historia marxista que me tocaron en suerte en su día. (Por
supuesto, no es que la asignatura tratase de Historia marxista; es que ellas
metían el marxismo hasta en la sopa). Pero tampoco es cosa de
institucionalizarlo en un Reglamento. Lo que si podría usted, don Pedro,
institucionalizar reglamentariamente, es el derecho de los estudiantes a no
ser coaccionados por huelguistas y manifestantes.
Y por último, qué hay de malo en penalizar las faltas de
"decoro". Mire usted, don Pedro: como falangista -fascista, para los
iletrados y acaso para usted- me quedo en el deseo joseantoniano de una España
alegre y faldicorta. No me causa ninguna zozobra ver a una señora
o señorita -según cual, vaya- ligera de ropas. Supongo que a las señoras y
señoritas les pasará lo mismo con la contraparte correspondiente, o sea, ver
ligeros de ropa a los señores o señoritos. Y que tres cuartos de lo mismo
ocurrirá con los mediopensionistas de un lado y otro. Pero no me parece que las
aulas universitarias sean el lugar adecuado y, aunque me tenga usted por
anticuado, estas cosas las prefiero con cierta intimidad.
En fin, don Pedro, que no veo qué hay de malo en que la Universidad
sea un lugar de estudio y de trabajo, y que tenga un Reglamento que así lo
avale. Lo único que tiene de malo el vigente Reglamento de Disciplina Académica
es que lo firmó Francisco Franco.
¡Acabáramos!
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