Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

miércoles, 26 de diciembre de 2018

SOBRE LA DISCIPLINA UNIVERSITARIA DEL SEÑOR DUQUE.


El señor Duque ministro, no uno de los que ostenten el título nobiliario; ese mismo señor Duque, tan generoso, que se hizo con una sociedad para alquilarse a sí mismo un pisito al objeto de -según afirmó él mismo que había sido el resultado- pagar más impuestos.

El señor Duque -en declaraciones que recoge El Mundo- asevera que es un debate sano el que los universitarios se dediquen a hacer referemdums sobre monarquía o república, y que lo que no se puede hacer es reprimir eso.

Que esto lo dijera un catedrático o rector, cual nuevo Ortega y Gasset dedicado a destruir la monarquía sería comprensible, aún sabiendo que estos personajillos de hogaño jamás tendrían la capacidad intelectual -ni moral- de reconocer luego que no es esto, no es esto; pero que lo diga un ministro de Ciencia, Innovación y Universidades parece algo fuera de lugar. 

No se sabe muy bien si don Pedro Duque ha terminado de bajar de las nubes, pero a mi me parece estupendo que diga estas cosas. Don Pedro probablemente no lo sepa, pero estas actitudes universitarias nos llevan directamente a 1930-1931. Quien guste, puede comprobar lo que digo leyendo el magnífico Madrid de corte a cheka, de Agustín de Foxá.

Por otra parte -prosigue el citado periódico-, Duque ha señalado en la misma entrevista que se plantea derogar el Reglamento de Disciplina Académica vigente desde 1954 y firmado por el dictador Francisco Franco, que todavía sigue aplicándose al alumnado universitario. (...) Este reglamento tipifica como faltas graves, que suponen la expulsión de la universidad, las manifestaciones contra los principios o instituciones del Estado, contra la religión, la insubordinación contra las autoridades académicas, la incitación de manifestaciones o las faltas de "decoro", entre otras. 

Uno se pregunta qué de malo tiene sancionar las manifestaciones contra los principios o instituciones del Estado. ¿Es que no se nos criminaliza a los que estamos en contra de este Estado? ¿Es que no se nos buscan las vueltas, se nos coarta la libertad de expresión tan generosamente distribuida cuando de lo que se trata es de insultar desde el otro lado?

Uno se pregunta qué de malo tiene sancionar las manifestaciones contra la religión. ¿Es que la Constitución no impide la discriminación por razones religiosas? ¿Es que no defiende las creencias religiosas? ¿Es que defender mi libertad constitucional de ser católico no significa impedir que otro me venga a molestar por serlo? ¿Es que defender mi libertad constitucional de ir a una iglesia a rezar no significa impedir, por ejemplo, que alguna futura concejala venga a gritar gilipolleces en ropa interior?

Uno se pregunta qué de malo tiene penalizar la insubordinación contra las autoridades académicas. ¿Es que -aunque de facto se consienta todo a los grupúsculos de ultraizquierda- pretenden que los alumnos tengan carta blanca para hacer lo que les salga de las gónadas y, por ejemplo, expedientar o despedir a los profesores que les exijan estudiar? ¿O a los que les pidan que las tesis doctorales sean originales, y no simples plagios?. Que si, que ya se que se hace, que ya se que en la Universidad lo más importante es hacer asambleas, huelgas y algaradas, porque hay cosas que no cambian, y el antifascismo se le vende muy bien a los vagos. En mis tiempos, don Pedro, lo que funcionaba muy bien era la huelga en solidaridad con los compañeros del metal, ya ve usted qué cosa, aunque los compañeros del metal no se solidarizasen conmigo cuando me ponían un examen final de matemáticas, un sábado a las cuatro de la tarde en un mes de junio. Pero hombre, don Pedro, una cosa es que no haya birretes para sancionar a los que sacan los pies del tiesto, y otra que se consienta por escrito en un reglamento.

Uno se pregunta qué de malo tiene penalizar la incitación de manifestaciones. Porque -corríjame si me equivoco, señor Duque- a la Universidad se va a estudiar. Salvo que uno sea político y le den gratis los másteres, las tesis doctorales o las asignaturas para terminar una carrera. Que si, que siempre se han hecho huelgas y manifestaciones, porque los estudiantes generalmente prefieren -y preferíamos- no ir a clase; sobre todo, a algunas cuyos profesores pasaban por la vida sin interés en enseñar nada útil, como las dos señoras profesoras de Historia marxista que me tocaron en suerte en su día. (Por supuesto, no es que la asignatura tratase de Historia marxista; es que ellas metían el marxismo hasta en la sopa). Pero tampoco es cosa de institucionalizarlo en un Reglamento. Lo que si podría usted, don Pedro, institucionalizar reglamentariamente, es el derecho de los estudiantes a no ser coaccionados por huelguistas y manifestantes.

Y por último, qué hay de malo en penalizar las faltas de "decoro". Mire usted, don Pedro: como falangista -fascista, para los iletrados y acaso para usted- me quedo en el deseo joseantoniano de una España alegre y faldicorta. No me causa ninguna zozobra ver a una señora o señorita -según cual, vaya- ligera de ropas. Supongo que a las señoras y señoritas les pasará lo mismo con la contraparte correspondiente, o sea, ver ligeros de ropa a los señores o señoritos. Y que tres cuartos de lo mismo ocurrirá con los mediopensionistas de un lado y otro. Pero no me parece que las aulas universitarias sean el lugar adecuado y, aunque me tenga usted por anticuado, estas cosas las prefiero con cierta intimidad. 

En fin, don Pedro, que no veo qué hay de malo en que la Universidad sea un lugar de estudio y de trabajo, y que tenga un Reglamento que así lo avale. Lo único que tiene de malo el vigente Reglamento de Disciplina Académica es que lo firmó Francisco Franco. 

¡Acabáramos!

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