Como ustedes saben, en español -probablemente también en
otros idiomas, pero lo desconozco- los apellidos tienen unos orígenes
determinados y más o menos reconocibles. Los hay que aluden simplemente a la
genealogía; los hay que aluden a la profesión de algún ancestro, los hay que
hacen referencia a cierta característica física de un tatarabuelo, los hay que
obedecen a la procedencia geográfica de algún antiguo predecesor.
Del primer caso son claros ejemplos los apellidos que terminan en ez, partícula que viene a significar hijo de: Hernández -hijo de Hernando-; Fernández -hijo de Fernando-; Rodríguez -hijo de Rodrigo-, etc.
Del segundo caso -profesión- podrían ser ejemplos apellidos como Herrero, Carbonero, Escribano, etc,. Del tercero -característica física- serán ejemplos apellidos como Rubio, Blanco, Moreno... Y del cuarto -origen geográfico- serían casos claros apellidos como Del Bosque, Del Río o, simplemente, el nombre de una población.
Así, mis propios apellidos son ejemplo de este último caso: algún camarada de armas empezaría a llamar Pedro el de Estremera a mi tatarabuelo, para diferenciarlo de cualquier otro Pedro de la hueste de Alfonso XI, y así nos ha llegado a la actualidad. Más claro y evidente es el caso de mi segundo apellido, Cuenca, literalmente el nombre de la ciudad.
Pero hay apellidos -discúlpenme la digresión previa- que uno no sabe en qué categoría situar. Ignoro si hay algún pueblo, villa o aldea que se llama Rufián; desconozco si Rufián puede relacionarse en el castellano antiguo con alguna característica física, y no sigue las reglas para significar hijo de Rufo o similar. También desconozco si la posibilidad que queda se ajusta a la realidad de los ancestros de este don Gabriel que nos solaza últimamente con sus gracias aunque, siendo los abuelos del susodicho de La Bobadilla -pueblito jienense próximo al Alcaudete originario de mi familia- le concedo el beneficio de la duda a la familia del separatista catalán.
Pero bueno, a lo que estamos. Don Gabriel Rufián ha concedido una entrevista al periódico 2o minutos, que la publica en su página 6 de la edición en papel de Madrid. En ella se explaya en el habitual victimismo, y hace unos ejercicios de sumisión -casi me atrevería a decir adoración- al líder verdaderamente significativos y sin otro parangón que la URSS estalinista.
Y esto no es puro servilismo, ni mera coincidencia. No lo es, porque vean ustedes lo que responde a dos preguntas de la entrevistadora:
¿Qué diría a los que no quieren la independencia?
Que lo que queremos es recuperar el país que le robaron hace 80 años.
¿Y cómo es ese lugar?
La república que nos robaron hace 80 años. Solo queremos democracia y que puedan defender las ideas con libertad.
(...) Muchos dejamos de pensar de manera individual hace mucho tiempo, porque eso te obliga a portarte bien.
Los 80 años nos sitúan -háganse con el cuadro- en 1938. Es decir; lo que añora el señor Rufián no es el Estatut segundorepublicano; no es el golpe de Estado de 1934 que la República abortó en la forma más razonable para estas cosas; no. Lo que el señor Rufián añora es la guerra civil interna entre comunistas y anarquistas y trostkistas, y de todos ellos -cada cual por su lado- contra los burgueses que no tenían callos en las manos, y contra los fascistas -siempre es bueno, ya se sabe, tener un fascista a mano- que llevaban bigote.
Y también es curioso que confiese -en el más puro ejercicio de estalinismo- que han dejado -ellos, los separatistas- de pensar de manera individual hace mucho tiempo, porque eso te obliga a portarte bien. Curioso, porque es la confesión más descarada de que lo suyo es puro seguidismo borreguil, y porque lleva implícita la admisión de que se están portando mal.
O sea, señor fiscal, que ya tiene la confesión, que con los rufianes es lo más difícil de obtener.
Del primer caso son claros ejemplos los apellidos que terminan en ez, partícula que viene a significar hijo de: Hernández -hijo de Hernando-; Fernández -hijo de Fernando-; Rodríguez -hijo de Rodrigo-, etc.
Del segundo caso -profesión- podrían ser ejemplos apellidos como Herrero, Carbonero, Escribano, etc,. Del tercero -característica física- serán ejemplos apellidos como Rubio, Blanco, Moreno... Y del cuarto -origen geográfico- serían casos claros apellidos como Del Bosque, Del Río o, simplemente, el nombre de una población.
Así, mis propios apellidos son ejemplo de este último caso: algún camarada de armas empezaría a llamar Pedro el de Estremera a mi tatarabuelo, para diferenciarlo de cualquier otro Pedro de la hueste de Alfonso XI, y así nos ha llegado a la actualidad. Más claro y evidente es el caso de mi segundo apellido, Cuenca, literalmente el nombre de la ciudad.
Pero hay apellidos -discúlpenme la digresión previa- que uno no sabe en qué categoría situar. Ignoro si hay algún pueblo, villa o aldea que se llama Rufián; desconozco si Rufián puede relacionarse en el castellano antiguo con alguna característica física, y no sigue las reglas para significar hijo de Rufo o similar. También desconozco si la posibilidad que queda se ajusta a la realidad de los ancestros de este don Gabriel que nos solaza últimamente con sus gracias aunque, siendo los abuelos del susodicho de La Bobadilla -pueblito jienense próximo al Alcaudete originario de mi familia- le concedo el beneficio de la duda a la familia del separatista catalán.
Pero bueno, a lo que estamos. Don Gabriel Rufián ha concedido una entrevista al periódico 2o minutos, que la publica en su página 6 de la edición en papel de Madrid. En ella se explaya en el habitual victimismo, y hace unos ejercicios de sumisión -casi me atrevería a decir adoración- al líder verdaderamente significativos y sin otro parangón que la URSS estalinista.
Y esto no es puro servilismo, ni mera coincidencia. No lo es, porque vean ustedes lo que responde a dos preguntas de la entrevistadora:
¿Qué diría a los que no quieren la independencia?
Que lo que queremos es recuperar el país que le robaron hace 80 años.
¿Y cómo es ese lugar?
La república que nos robaron hace 80 años. Solo queremos democracia y que puedan defender las ideas con libertad.
(...) Muchos dejamos de pensar de manera individual hace mucho tiempo, porque eso te obliga a portarte bien.
Los 80 años nos sitúan -háganse con el cuadro- en 1938. Es decir; lo que añora el señor Rufián no es el Estatut segundorepublicano; no es el golpe de Estado de 1934 que la República abortó en la forma más razonable para estas cosas; no. Lo que el señor Rufián añora es la guerra civil interna entre comunistas y anarquistas y trostkistas, y de todos ellos -cada cual por su lado- contra los burgueses que no tenían callos en las manos, y contra los fascistas -siempre es bueno, ya se sabe, tener un fascista a mano- que llevaban bigote.
Y también es curioso que confiese -en el más puro ejercicio de estalinismo- que han dejado -ellos, los separatistas- de pensar de manera individual hace mucho tiempo, porque eso te obliga a portarte bien. Curioso, porque es la confesión más descarada de que lo suyo es puro seguidismo borreguil, y porque lleva implícita la admisión de que se están portando mal.
O sea, señor fiscal, que ya tiene la confesión, que con los rufianes es lo más difícil de obtener.
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