En el mundo hay muchas profesiones. Algunas conocidas de antiguo; otras, plenamente inmersas en la progresía canallesca. Entre estas -aunque evidentemente enraizada con la mas antigua del mundo- debe figurar la de salteador de tumbas.
Por supuesto, y como bien habrán supuesto ya, me refiero a los hijos de puta -condición personal, independiente de la biología- que vuelven a vivir cojonudamente contra Franco y arremeten -ni siquiera embisten, los cuatezones- contra el Valle de los Caídos.
Como los hijos de puta no merecen mas, me voy a limitar a transcribir lo que ya llevo escrito sobre el tema en diversas ocasiones:
Informa El Semanal Digital de que la llamada Ley de la presunta Memoria Histórica tropieza con una grave dificultad: los amigos de Rodríguez, el nieto de asesino, no se ponen de acuerdo sobre qué hacer con las tumbas de José Antonio y Franco, ni con el Valle de los Caídos donde -por cierto- también están enterrados combatientes republicanos.
El Valle de los Caídos fue concebido como un monumento de reconciliación, en la forma en que siempre habían visto los nacionales -falangistas, requetés- a los enemigos. A los enemigos, no a las hienas.
Lo que pienso sobre esto, ya lo dejo explicado en un artículo que La Tribuna de España ha tenido la gentileza de permitirme publicar (1). Pero el respeto debido a esa página me ha impedido explayarme a gusto, declarando que cada vez estoy más cerca de pensar que deberíamos ir olvidando las palabras de José Antonio acerca de las tumbas de Galán y García Hernández.
Cuando el enemigo -no adversario, no oponente: enemigo- viene de cara, se le combate de frente. Cuando el enemigo es una turba de golfos y zorras, de hienas y buitres, de salteadores de tumbas, tenemos el irrenunciable deber de combatirlo con todas las armas, con todas las triquiñuelas, con toda la maldad que podamos movilizar.
La Oración por los muertos de la Falange de Rafael Sánchez Mazas es, para mi, la más bella jamás escrita. Pero acaso esté llegando el tiempo de reservarla para nuestros Caídos, olvidándola como código de conducta. Tenemos que dejar de preferir la derrota a la victoria que no sea clara, caballeresca y generosa, porque el enemigo es turbio, canallesco y cicatero.
Los que vengan detrás podrán volver a ser caballeros. A nosotros se nos impone que seamos, por lo menos, tan hideputas como estas hienas que nos circundan.
martes 9 de febrero de 2010
SOBRE LOS 15.000 HIJOS DE...
Disculpen que no lo diga en el titular, pero hay que evitar en lo posible darle facilidades a los husmeadores electrónicos del Gran Hermano Zapatero.
Supondrán -bien- que a estas alturas no les voy a hablar de los hijos de San Luis -que eran cien mil- que nos metieron por la senda absolutista del rey felón. Fernando VII, digo, no me malinterpreten. Curioso espectáculo, personaje para media España felón y para otra media deseado. Curiosidad histórica que se suele repetir, y ahí tenemos a un señor Rodríguez al que ya no recuerdo si diez u once millones de votantes le agradecen las caenas, porque piensan que son para los otros tantos millones. Tan contentos los idiotas, dale caña a los fachas aunque yo me muera de hambre.
Como ya se han, sin duda, imaginado, la frase completa es acerca de los 15.000 hijos de la gran puta, y la refiero a los que en eso de Facebook -a lo que en su día me apunté, pero que tengo abandonado porque confieso que me sobrepasa- piden "que pongan el cementerio nuclear en el Valle de los Caídos" porque “hay mucho terreno” y, además, “si se le tocan los cojones a los dos que están enterrados, mejor que mejor”. Lo cuenta Minuto Digital.
Estos quince mil hijos de puta están en lo suyo, que es vitorear las caenas rojas y hacer el caldo gordo al malandrín felón. Vociferan, con abyección propia de plebe servil, mientras su amo pone cerco por hambre al Valle, cerrado y sin fecha de reapertura al público, pese a ser el monumento más visitado de España según datos de Patrimonio Nacional.
Estos quince mil hijos de puta, al igual que su amo felón y deseado, se comportan como siempre lo han hecho los invasores que nos querían civilizar. Los gabachos de la francesada, tan liberales, igualitarios y fraternales, que usaban los templos como cuadras o almacenes; los liberales de la carlistada, que mataban frailes al compás del trágala aunque otra cosa era irse al monte tras Zumalacárregui; los liberales y fraternales republicanos de la Segunda, que iniciaban su camino quemando templos; los bolcheviques de nuestra guerra, que quemaban las iglesias, asesinaban a los obispos, a los curas, a las monjas y a los católicos sin graduación.
Lo suyo -lo de estos felones y lo de estos hijos de puta- es profanar templos y cadáveres.
(Entre paréntesis: ya se que me repito; que a estos 15.000 hijos de puta se les puede llamar de otras muchas formas, a saber y por orden alfabético: ababoles, bestias, cabrones, desgraciados, estúpidos, fantasmas, guarros, herbívoros, idiotas, jíbaros, lameculos, mamarrachos, necios, obtusos, papanatas, rapaces, sinvergüenzas, tontolabas, ungulados, vagos, zopencos...; pero lo suyo es ser hijos de puta, hideputas que dijera nuestro señor D. Quijote)
Son tan hijos de puta, que se disponen a profanar el enterramiento y los cadáveres de los mismos suyos; de los rojos que memorizan. Porque saben -lo mismo el felón que los hideputas, condiciones no excluyentes- que en el Valle de los Caídos están enterrados los muertos de ambos bandos. Lo saben, no porque sea verdad y haya documentación, sino porque lo dice hasta El País.
Son salteadores de tumbas, necrófagos que continúan viviendo contra Franco, contra José Antonio, contra los que les dieron tantas carreras en pelo a los suyos, y contra los suyos propios. Y ahora, ya que Rodríguez el rojo -se lo dice él, no yo- cerrará el Valle de los Caídos, y que Mariano el corto no lo reabrirá si llega al poder, esos quince mil hijos de puta (asnos, borricos, cuatezones...) proponen que en la Basílica se establezca el almacén de residuos nucleares.
Y estoy de acuerdo. Primero, porque ni en sueños el mandril -y sin r también- Rodríguez y sus ministrillos serán capaces de hacer algo tan sólido, tan bien terminado, tan soberbiamente fuerte y seguro como la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos; y segundo, porque así sabremos dónde están los residuos nucleares, y los tendremos a mano para metéroslos por el culo a no mucho tardar.
miércoles 30 de noviembre de 2011
SOBRE EL VALLE DE LOS CAIDOS.
"... allí están enterrados 33.847 españoles muertos en la guerra a los que debemos memoria y respeto, sea cual sea el bando en el que estuvieran luchando. Los españoles tenemos una obligación moral con estas personas, que están hermanados e igualdados en la muertes."
(La cita es textual de Público, así es que las reclamaciones por la ortografía y la sintaxis, a los ignorantes de su redacción.)
Esto, que es indudablemente cierto; que lo ha sido desde que se proyectó el Valle, y que lo venimos repitiendo muchos desde que empezó el asedio -por dejadez, y por hambre- al monumento de reconciliación enclavado en Cuelgamuros, no lo dijo ayer Blas Piñar, ni es una cita de Vizcaíno Casas, ni de Ángel Palomino, ni de Rafael García Serrano, ni de ningún otro de los que los hideputas llaman fascistas. Ni siquiera lo he dicho yo, y perdóneseme la inmodestia de ponerme a la par de los mencionados, desfachatez que me permito sólo a los efectos de compartir la leña a que haya lugar.
Las frases citadas; las que determinan que los enterrados en el Valle de los Caídos están hermanados e igualados en la muerte, las dijo ayer el ex ministro socialista, y presidente de la Comisión de Expertos digital del Gobierno, don Virgilio Zapatero.
Nada extraño, si tenemos en cuenta que la propia Comisión reconoce -véase el documento íntegro pulsando sobre la imagen- que el entonces Ministro de la Gobernación, Don Camilo Alonso Vega, dirigía una carta a los Gobernadores Civiles con fecha 23 de mayo de 1958, en la que se decía que se debían adoptar las medidas necesarias para dar cumplimiento a la finalidad perseguida por el monumento, que era "la de dar en él sepultura (...) a cuantos cayeron en nuestra Cruzada, sin distinción del campo en que combatieran, según el espíritu cristiano de perdón que inspiró su creación, siempre que unos y otros fueran de nacionalidad española y religión católica."
Lo cual quiere decir que se respetaron las ideas de los fallecidos, no imponiéndole sepultura en lugar sagrado a quienes en vida se declarasen ateos o profesasen otra confesión.
Miente la Comisión establecida a tal efecto –o sea, el de mentir- cuando afirma que "no ha empezado a ser de dominio público hasta hace muy pocos años" que en el Valle estuvieran enterrados "soldados que murieron sirviendo en el Ejército de la República". Miente con todas las letras, porque eso es algo de sobra conocido por quien lo quiso saber. El que suscribe, sin ir más lejos, que así lo escuchó al guía oficial de una visita efectuada en 1976.
En cambio, si es verdad -aunque sólo a medias- lo que se dice en ese documento, acerca de que "junto a personal contratado fue construído por numerosos presos políticos bajo las normas del Patronato Central de Redención de Penas por el Trabajo." Hubo presos, sí, aunque no fueron numerosos, ni fueron políticos, ya que no habían sido condenados por sus ideas, sino por sus actos. Y trabajaron allí para redimir condenas, de acuerdo con las leyes vigentes, y cobrando un sueldo por ello. No hubo "esclavos", ni nadie fue obligado. También hubo presos por delitos comunes no relacionados con la guerra, que se acogieron a esa fórmula para purgar sus condenas.
A propósito de los presos políticos, y para que los tontos me entiendan: preso político es el que está perseguido por sus ideas. Por ejemplo, Pedro Varela, el editor barcelonés encarcelado por pensar que podía vender o editar libros cuya edición y venta no está prohibida. Porque en España no hay una Ley que prohiba publicar libros o venderlos, aunque si las haya para prohibir que se escriba lo que no le gusta al Gobierno y a los progres. Pero, en todo caso, la ley persigue la expresión de las opiniones non gratas; en ningún caso la venta de lo que no está prohibido vender. Por tanto, Pedro Varela es un preso político, encarcelado por pensar que puede vender libros a quien tenga interés en comprarlos, lo cual no está prohibido. Si las ideas expuestas fueran suyas propias si estaría sujeto a la censura de lo políticamente correcto, y sería responsable si vulnerase una Ley que si existe. Eso es un preso político: el que se encarcela por pensar, aunque no haya hecho nada. Y la Causa General -documento que los historiadores admiten como fidedigno- da fe de que los presos rojos no lo eran por sus ideas, sino por los actos que habían realizado. Aquí tienen el enlace al documento por si gustan verlo.
Declara el informe de la Comisión que "para la exhumación y traslado de restos individuales identificados (...) había de mediar el consentimiento expreso de los familiares." Y añade: "En caso de falta de unanimidad de los familiares, no debía procederse a la exhumación. En los enterramientos con restos no identificados se ordenó proceder a la exhumación y traslado sin otras diligencias, ni de identificación ni tampoco de autorización de familiares."
Normal, porque a finales de los años 50 no existían las pruebas de ADN, y como no se podían identificar los cadáveres, difícilmente se podía pedir autorización a las familias. Sobre todo, teniendo en cuenta -como toda la barahúnda de salteadores de tumbas subvencionados ha encontrado, aunque no lo hayan dicho- que en las fosas de la guerra lo normal es encontrar a muertos de ambos bandos, mezcladas hoces y martillos con yugos y flechas, estrellas de cinco puntas y estrellas de seis, porque los nacionales -que eran los que salvo en cuatro o cinco casos ocuparon el terreno del enemigo- sepultaban juntos a todos los muertos en aquella acción.
Destaca la Comisión el deterioro creciente del conjunto monumental, basado en un informe de Patrimonio Nacional que reconoce que "las labores de mantenimiento que requiere (...) son tan cuantiosas que los trabajos de conservación y mantenimiento (...) han resultado insuficientes."
Puedo dar fe de que en el verano de 1990 -más de tres décadas después de su construcción- el Valle de los Caídos estaba en perfectas condiciones. ¿Acaso estará la clave en ese insuficiente mantenimiento? ¿Acaso estará la clave en haberlo cerrado al público, perdiendo por ello los cuantiosísimos ingresos que dejaban los turistas en las taquillas? ¿Acaso estará la clave en el odio? ¿Acaso no se habrá dejado el Valle a su suerte -sin el mantenimiento inherente a cualquier obra- para finalmente darle un destino prefijado de abandono y ruina?
Por mucho que el referido informe proponga, ahora, que se mantenga el Valle para hacer de él un monumento a "todos" -como si no lo fuera desde su concepción-, y para explicar al visitante la simbología -según ellos malísma- y las circunstancias de su construcción, el objetivo final es el que siempre ha sido: asaltar tumbas, profanar cadáveres.
Queda por ver si la Iglesia, que tiene la última palabra, permitirá el sacrilegio a cambio de otras treinta monedas, o será digna sucesora de aquellos "mártires de la persecución religiosa en España."
Por lo demás, podréis hacer lo que queráis. Tenéis, hoy, la fuerza.
Pero José Antonio volverá a ocupar su lugar en el Valle de los Caídos, porque en él no sólo quisísteis matar al hombre; quisísteis -inútilmente, por supuesto- asesinar una idea. Quisísteis asesinar la honradez, la dignidad, la generosidad, la fe, la razón; quisísteis matar -ayer lo confesó vuestra fracasada directora de campaña electoral, Elena Valenciano: en los congresos del PSOE nunca se ha gritado ¡Viva España!-, a España. Quisísteis matar la juventud, la inteligencia, la hombría de bien, el Destino Universal de España -lo vuestro era el viva Rusia-; quisísteis asesinar la gallardía, el valor, la verdad. Quisísteis matar la vida digna de seres humanos, porque lo vuestro es el refocile en las más puercas zahúrdas.
Volverá Franco al Valle de los Caídos, porque aunque aún os escuezan en los lomos -lo único que sabéis mostrar cuando el de enfrente no está desarmado- las carreras en pelo, lo cierto e inamovible es que perdísteis la guerra que en febrero del 36 pedíais a gritos en vuestros mítines torvos, covachuelas de asesinos y chulos. Lo inamovible y cierto es que Franco levantó una España hundida en la miseria hasta llevarla a la mayor prosperidad que en su Historia ha conocido; que Franco creó una Seguridad Social que ni siquiera vosotros, manirrotos y chorizos, habéis conseguido hundir todavía. Creó un Fuero del Trabajo que concedía al trabajador muchos más derechos que ese malhadado Estatuto de los Trabajadores que convierte al hombre en mercancía que se ofrece en los mercados. Volverá, no porque su entierro allí lo ordenase Juan Carlos I, el borbón -minúsculas de calificativo- al que Franco hizo Rey de España porque le salió de los cojones, sino porque lo mandamos nosotros, el pueblo que os correrá a gorrazos cualquier día de estos.
Y vosotros, sinvergüenzas, cabrones, canallas, hideputas, también iréis allí. Pero como no tenéis categoría de seres humanos que merezcan sagrada tierra os pondremos -esto no es amenaza, sino premonición-, como abono de los rosales que canten la nueva primavera.
(1) "LA HORA DE LOS ENANOS"
26-9-07
El Presidente de Gobierno que llegó a la Moncloa en tren de cercanías; el demócrata que llegó a la presidencia a través de un golpe de Estado, vulnerando la Ley Electoral; el del talante, aupado sobre 200 cadáveres, tiene ahora dificultades para sacar adelante su Ley de Memoria Histórica. No se pone de acuerdo con sus amigos separatistas sobre qué hacer con dos cadáveres más.
Ellos, que tantos tienen en sus armarios y en su biografía de partidillos abrazados a ETA en los años previos a la llamada Transición -en sus conciencias no; para tener algún peso en la conciencia hay que tener alma, cualidad de la que carecen las hienas y los asnos-, no logran llegar a un acuerdo sobre el método de profanación de cadáveres a elegir.
No saben qué hacer con las tumbas de José Antonio y de Franco. Del intelectual -más filósofo y poeta que político- que supone un punto de inflexión insustituible en la historia del pensamiento; de la espada más limpia de Europa.
No saben qué hacer con sus cadáveres, porque en la cerrilidad de sus mentes putrefactas, rebosantes de bilis y envidia, no alcanzan a comprender que ellos -José Antonio, Franco- están más allá de los mentecatos de pacotilla que, borrando la inscripción de una tumba, creen borrar la Historia.
Son como aquellos faraones pequeñitos -tiranuelos incapaces de Gloria propia, botarates engreídos-, que borraban las estelas funerarias de los antepasados para falsificarlas con su nombre ayuno de fama propia.
Vulgares salteadores de tumbas, malditos de la Historia y del futuro. Falsarios indecentes, cretinos babosos. Simples puntitos de sombra, apenas visibles junto a la luz de aquellos cuya tumba quieren profanar.
Ahora es la hora de los enanos. ¡Cómo se vengan del silencio a que los redujo! ¡Cómo se agitan, cómo babean, cómo se revuelcan impúdicamente en su venenoso regocijo! ¡Hay que tirarlo todo! Que no quede ni rastro de lo que él hizo! Y los más ridículos de todos los enanos –los pedantes– sonríen irónicamente.
El también sonríe. Pero su risa es clara, como su espíritu sencillo y fuerte. Nosotros padecemos –como él antes– todas las torturas de la injusticia. Pero el ya goza el premio allá en lo alto, en los ámbitos de la perpetua serenidad. Nada puede inquietarle, porque desde allí se disciernen la grandeza y la pequeñez. Pasarán los años, torrente de cuyas espumas sólo surgen las cumbres cimeras. Toda esta mezquina gentecilla –abogadetes, politiquillos, escritorzuelos, mequetrefes– se perderá arrastrada por las aguas. ¿Quién se acordará de los tales dentro de cien años? Mientras que la figura de él –sencilla y fuerte como su espíritu– se alzará sobre las centurias, grande, serena, luminosa de gloria y de martirio.
("La hora de los enanos", José Antonio Primo de Rivera. ABC, 16 de marzo de 1931.)
Así es. Vosotros, nietos de asesinos, hijos de puta -el español que no es hijo de España sólo puede serlo de una vulgar meretriz-, borraréis las tumbas de aquellos a quienes -de sobra lo sabéis- nunca podréis siquiera igualar. Pero la Historia se alzará con su propia voz. Y en tanto ellos tendrán su lugar reservado en las estrellas, vosotros os hundiréis en el fango del olvido.
Amén.
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