Pasado y futuro que, siendo hoy 20 de Noviembre, ya se sabe por donde va.
El pasado no lo conocemos ninguno -porque lo que ahora cuentan que fue el pasado no se parece a la realidad que viví ni por el forro-, y el futuro, en cambio, es cada vez más evidente. Al menos, para algunos, y precisamente por conocer el pasado.
No debería ser este un día donde en éste diario aparecieran los tontos, los pijos, los papanatas, los zafios y groseros, los hideputas. Pero es que eso es lo que hay, y hacer oídos sordos y ojos ciegos a la realidad haría poco favor a la memoria de los que hoy recordamos las personas decentes. Los -a decir del refranero castellano, tan pródigo en buenas sentencias- bien nacidos, por agradecidos.
Pero, lógicamente, no se puede pedir peras al olmo, ni se puede pedir agradecimiento a los sinvergüenzas, ni se puede pedir actitud de bien nacido a los hideputas. De esta forma, la actualidad de esta España que ya no es, se centra en los cenutrios más groseros y zafios; en los rufianes -y no lo digo por el separatista catalán, aunque si se empeña le añado-, en los ladrones, en los mequetrefes y en los cabrones sin pintas.
Queda lejos de esta España que ya no es, todo lo que pueda parecer grandeza, integridad, patriotismo, decencia. Y en estas condiciones, se hace difícil nombrar siquiera a los que hicieron del deber, del servicio a la Patria, de la dignidad y del honor el motivo de su vida.
Se hace difícil nombrar a José Antonio, a Franco, a todos los que dieron su vida por una España mejor, y a todos los que ofrecieron su esfuerzo en el ara de esa España mejor que se iba logrando, hasta que llegó la horda de los vividores, de los traidores, de los canallas, y se dieron a sí mismos esta memocracia para vivir a costa de los españoles. Unos españoles, a estas alturas, perfectamente aclimatados al establo, contentos con quienes les ordeñan el bolsillo porque quienes les roban son "los suyos".
Tenemos lo que hemos querido y nos lo merecemos. Y algunos -que no queremos esto, pero nos lo merecemos- no tenemos más remedio que abrazarnos a la nostalgia por no ser capaces de darnos la mano entre nosotros.
La nostalgia no es sino la pena de verse ausente de la patria o de los deudos o amigos, o la tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida. Y hoy, las personas decentes -los bien nacidos del cantar- nos sentimos ausentes de la patria, y sentimos la tristeza del recuerdo de la patria perdida.
Pero la nostalgia no es forzosamente pasiva, y -al menos por mi parte- a lo que me conduce es a ponerme a disposición de quien quiera levantar la bandera. Porque no es momento de recrearse en la pérdida, sino de iniciar la recuperación; de lanzarnos a la reconquista de España, y de hacer de nuestros Caídos no un recuerdo, sino una referencia de la dignidad a la que aspiramos.
José Antonio ¡Presente!
Francisco Franco ¡Presente!
¡Arriba España!
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