Inocentada porque -aunque con un día de retraso, que demuestra por donde caen
estos trogloditas paisanos- el articulo titulado los nueve del
balandro, no puede ser otra cosa sino una burda broma, que nadie con dos
dedos de frente puede creer.
Con truculenta prosa, digna de mejor causa,
el necio que escribe en El País relata que un grupo de vascos se fabricó su
propio bote en 1950 para escapar a México y huir de la represión
franquista.
Y a partir de ahí, se lanza a contar que nueve vascos
fabricaron un balandro a escondidas. Tan a escondidas, que -lo dice el
becario paisanillo- lo construyeron en el taller de embarcaciones Alsa,
que -curiosamente- estaba al lado de un cuartel de la Guardia Civil. Y
cuenta: "¿Es ese su balandro?" preguntaron dos agentes una noche. San Mamés,
pálido, contestó que sí. "Allí han olvidado un saco". Avisaron y se fueron.
Nadie sospechó nada hasta que meses después notaron su
ausencia.
Nadie sospechó nada hasta que meses después notaron su
ausencia. Acaso, porque en la España de los años 50 -y en la de los 40 y 60,
si a ello vamos- nadie impedía a cualquiera viajar donde le viniese en gana.
Aquella España no era como Cuba de don Fidel, de la que había que salir en
balsas, o la URSS y países satélites, donde había que cruzar un campo minado,
recorrer una tierra de nadie barrida por las democráticas ametralladoras,
saltar una alambrada donde era fácil quedarse para siempre. No; en aquella
España franquista, bastaba con hacerse el pasaporte -como en cualquier
país moderno-, pedir el visado del país de destino -como en la mismísima UE, tan
democrática, de ahora-, y pagar un pasaje de tren, de barco o, los que podían,
de avión. Tan sencillo como eso.
Nadie tenía que construirse un barco
para escapar, salvo -como en cualquier país de cualquier época- tener cuentas
pendientes con la Justicia. Que no era el caso, puesto que los fugitivos
tenían sus trabajos y sus domicilios, y de estar en busca y captura se les
hubiera hallado fácilmente.
Nadie, pues, perseguía a estos presuntos
fugitivos, a los que la Guardia Civil que tenían al lado les avisaba de que se
habían dejado olvidado un saco al lado del barquito que se construyeron tan
secretamente. Lo que pasa es que resulta más barato construirse un barco con las
herramientas y los materiales de la empresa donde uno trabaja -y acaso incluso
durante la jornada laboral-, que pagarse un pasaje para nueve más
familiares.
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