Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

viernes, 10 de febrero de 2012

SOBRE EL CONDENADO GARZON.

Condenado, que en este caso vale por sujeto de sentencia judicial condenatoria, según se desprende del infinitivo condenar, y en ningún caso -¡líbreme Dios!- por endemoniado, perverso, nocivo, como entendería la RAE del uso del participio.

Lo aclaro porque, aunque ya el condenado Garzón no va a prevaricar en un tiempo, ni a abusar de su poder ilegítimo, nunca está uno libre de caer en las puñetas de los muchos garzonitas que en la judicatura y fiscalía existen. Si alguno de ellos piensa que me podía haber ahorrado esta entradilla, porque así lo que hago es, precisamente, llamar la atención sobre el significado de la palabra, será una apreciación suya de la que no me hago responsable.

El señor Garzón -ya no juez- ha sido condenado por el peor crimen que puede cometer un magistrado, que es el de tomar una decisión injusta a sabiendas.

Igualmente podría ser condenado por otras muchas cosas, y amonestado por otras tantas. Por ello, llama poderosamente la atención que los rojos anden despepitándose en la defensa de un juez delincuente.

Llama la atención que los rojos, rojetes, rojillos, rojazos, clamen a las nubes -ellos no pueden clamar al cielo porque son laicos- porque se condena a un individuo que ha vulnerado los derechos fundamentales de unos procesados y de -entiéndase bien- de unos trabajadores -los abogados- a los que se les ha impedido realizar su labor y a los que se ha privado de su intimidad profesional y personal. Porque eso, y no otra cosa, es lo que se ha juzgado y condenado: las escuchas ilegales entre abogado y cliente, garantizadas por el secreto profesional y por el derecho de defensa.

Que los acusados de la Gürtel sean unos ladrones, unos estafadores, unos sinvergüenzas, unos chorizos es cosa distinta. Que el PP se haya lucrado indebidamente de esos sinvergüenzas es tema diferente. Y la obligación del juez instructor es la de obtener pruebas de ello. Pero obtener pruebas de acuerdo con la Ley.

El ya no juez Garzón sabe perfectamente -lo sabe porque más de una vez se lo han afeado las sentencias de procesos por él mal instruidos- que una prueba obtenida sin respetar los derechos procesales del acusado no vale en el juicio. El ya no juez Garzón sabía que las pruebas que obtuviera ilegalmente no valdrían de nada, pero que las filtraciones habituales en su juzgado -en casi todos, pero más en el suyo- ya habrían condenado públicamente a los acusados, y ya habrían levantado la -salvo prueba- calumnia contra el PP.

El ya no juez Garzón se prestó, una vez más, a hacerle el juego a una determinada política; a la política socialista, de la que él formó parte en su día. Y el ya no juez Garzón se ha encontrado con que por una vez -y esperemos que siente precedente- los poderes del Estado han sido independientes.

Para el ya no juez Garzón, el ideal parece ser el de un Estado en que el Partido infiltra todos los estamentos de la sociedad y, por tanto, si un juez es amado por el aparato del Partido está por encima de la Ley. Para el ya no juez Garzón, el ideal es el estalinismo, donde la real gana del miembro bien situado del Partido es Ley.

Y esa es la postura de los cientos -nada de miles, que hacía frío- de rojillos nostálgicos que defienden a un juez -por ser socialista- que conculca los derechos que a estos rojetes no se les caen de las fauces. Los mismos que protestan porque la Guardia Civil tiene que darle un par de collejas a unos asesinos etarras para poderlos detener, y balan acusando a los guardias de torturadores que no respetan los derechos humanos -todo ello falso, según sentencia posterior-, son los que alaban al ya no juez Garzón por incumplir la Ley y vulnerar derechos fundamentales. Los mismos que alaban al ya no juez Garzón por investigar presuntos procesos sin garantías durante el franquismo, son los que se manifiestan para protestar de que a un juez se le condene por no respetar las garantías procesales de los acusados.

¿Ven ustedes alguna lógica? Yo, si. Y la respuesta la da la declaración que recoge Público de un tal Julio Villarrubia, que dicen que es portavoz de Justicia del PSOE: "No nos gusta ver que un juez con este perfil sea condenado por un delito tan grave y que curiosamente sea el primer condenado en esta trama de corrupción".

O sea, que lo que cuenta es el "perfil" del condenado: el que sea socialista.

Y otro socialista, Eduardo Madina, ha reconocido que es "imposible comprender que Camps esté absuelto en la mayor trama de corrupción de la historia y el juez que lo investigó, declarado culpable." Esto es: que lo que les jode, es que la Ley no les permita manipular pruebas -es lo que hizo el ya no juez Garzón- para condenar al enemigo político. A fin de cuentas, está en el código genético del socialismo: aceptar la Ley mientras les beneficie; subvertirla cuando no les de la razón.

Y el ex juez Garzón; el condenado Garzón, es socialista. Se presentó en las listas del PSOE, y ocupó cargos en el Gobierno de Felipe González, antes de ponerse a despejar las X del GAL que nunca llegó a encontrar, como mal alumno de matemáticas.

Quizá por esa nulidad matemática, el condenado Garzón no supo tampoco distinguir las cuentas de las subvenciones del Banco de Santander -antes de que archivara una causa que por casualidad tenía en su mesa-, ni sabía diferenciar entre los pagos que recibía. Y esto -que un juez se unte y se deje sobornar- también le parecerá bien a los sociatas, a los rojazos antediluvianos, a los nostálgicos estalinistas.

Pero lo que mejor retrata al condenado ex juez Garzón y a la tropa que le alaba y defiende y protege, es una frase de la carta que ha remitido su señora -o señorita, o señoroto- hija a los medios de comunicación, en la que -dice la prensa- felicita con ironía a "los que hoy brindarán con champán."

Esto les retrata, porque evidencia lo que son: gentes mezquinas, que harían eso mismo, o quizá ya lo han hecho en alguna ocasión, quien sabe si en aquellas cacerías ilegales con el rojo Bermejo, cazador furtivo. Les define en la mínima categoría personal y moral de los que brindan por la desgracia ajena.

Como aquellos héroes que brindaron por el fallecimiento -natural y de puro viejo- del Generalísimo Franco, que se murió sin que los brindones le dieran el más pequeño dolor de cabeza.

Y es que son así: pequeños, cobardes, mezquinos. Por lo menos, ahora, también condenados. Y la madre Academia tampoco anda muy descaminada con el participio.

3 comentarios:

ansiadalibertad dijo...

Pues eso

Anónimo dijo...

Con ver esas asquerosas banderas rojas y tricolores ya te puedes hacer una idea de que colectivo siente afecto por el marxista este.

Rafael C. Estremera dijo...

Por eso mismo las he elegido, pacoNP ;)

Y si, Carlos: pues eso.

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