Me llega el enlace a una noticia que publica Forum Libertas, y con el titular queda claro de qué va: Científicos ateos, de aquelarre “la ciencia ha de acabar con la religión”
Ni que decir tiene que respeto y admiro profundamente a quien hace de su vida un esfuerzo continuado por acercarse al conocimiento, por descubrir esas misteriosas relaciones que nos describen la física o la química; por acercarnos a la maravillosa arquitectura de la biología y a la esperanza alegre de la medicina; por describirnos los cielos y la tierra para que cualquiera -incluso yo- comprenda la belleza de las galaxias y la fragilidad de las placas tectónicas.
Pero, para mí al menos, la ciencia es fruto de una perenne curiosidad. Querer saber los cómos y los porqués de las cosas -eso que nos hace diferentes de los animales- es el fundamento de la ciencia. Algunos animales -los simios que usan palos, las aves que usan piedras- pueden alcanzar, siquiera inconscientemente, los para qué. Pero los porqués son exclusivamente humanos.
Cuando la ciencia deja de preguntarse los cómo y porqué, deja de ser ciencia y se transforma en imposición y superchería. ¿Qué fue, sino superchera imposición -no tanto de la Iglesia sino de los astrónomos de la época, ligados al geocentrismo-, la condena del heliocentrismo de Galileo?
En fin, digo todo esto para sustentar mi idea de que para ser científico no basta con autoproclamarse como tal, sino tener y mantener unas cualidades determinadas, más allá del apesebramiento. Y lo digo, porque esos científicos a que aludía al principio se propusieron -desde la comodidad de sus más o menos relevantes puestos agarbanzados- en una reunión mantenida en noviembre de 2006, hacer todo lo posible para debilitar la posición de la religión, trabajar contra la escolarización religiosa, y sustituir la religión por una mística del “todo está bien en el mundo material, tal como debe ser”.
“Enseñemos a nuestros hijos la historia del universo y su increible riqueza y belleza. Es mucho más glorioso y sobrecogedor e incluso reconfortante que nada que yo conozca ofrecido en alguna Escritura”, decía Carolyn Porco. “Ofrezcamos el Universo a la gente. Estamos en el Universo y el Universo en nosotros. No conozco un sentimiento espiritual más profundo que estos pensamientos”, predicaba el astrofísico Tyson. Y un tal Sam Harris, cargaba sobre la ciencia el peso de dar felicidad: “es tarea de la ciencia presentar un informe plenamente positivo de cómo ser felices en este mundo y reconciliados con nuestras circunstancias”.
Afortunadamente, otra autodenominada científica nos da la respuesta: para Patricia Churchland, de la Universidad de San Diego California, nuestros valores éticos y morales tienen una base bioquímica y de dinámicas de grupo animal; no necesitan un apoyo religioso. Somos animales sociales que cuidamos nuestras relaciones, dijo.
Pués ahí esta, ellos mismos se lo dicen: son animales.
Ni que decir tiene que respeto y admiro profundamente a quien hace de su vida un esfuerzo continuado por acercarse al conocimiento, por descubrir esas misteriosas relaciones que nos describen la física o la química; por acercarnos a la maravillosa arquitectura de la biología y a la esperanza alegre de la medicina; por describirnos los cielos y la tierra para que cualquiera -incluso yo- comprenda la belleza de las galaxias y la fragilidad de las placas tectónicas.
Pero, para mí al menos, la ciencia es fruto de una perenne curiosidad. Querer saber los cómos y los porqués de las cosas -eso que nos hace diferentes de los animales- es el fundamento de la ciencia. Algunos animales -los simios que usan palos, las aves que usan piedras- pueden alcanzar, siquiera inconscientemente, los para qué. Pero los porqués son exclusivamente humanos.
Cuando la ciencia deja de preguntarse los cómo y porqué, deja de ser ciencia y se transforma en imposición y superchería. ¿Qué fue, sino superchera imposición -no tanto de la Iglesia sino de los astrónomos de la época, ligados al geocentrismo-, la condena del heliocentrismo de Galileo?
En fin, digo todo esto para sustentar mi idea de que para ser científico no basta con autoproclamarse como tal, sino tener y mantener unas cualidades determinadas, más allá del apesebramiento. Y lo digo, porque esos científicos a que aludía al principio se propusieron -desde la comodidad de sus más o menos relevantes puestos agarbanzados- en una reunión mantenida en noviembre de 2006, hacer todo lo posible para debilitar la posición de la religión, trabajar contra la escolarización religiosa, y sustituir la religión por una mística del “todo está bien en el mundo material, tal como debe ser”.
“Enseñemos a nuestros hijos la historia del universo y su increible riqueza y belleza. Es mucho más glorioso y sobrecogedor e incluso reconfortante que nada que yo conozca ofrecido en alguna Escritura”, decía Carolyn Porco. “Ofrezcamos el Universo a la gente. Estamos en el Universo y el Universo en nosotros. No conozco un sentimiento espiritual más profundo que estos pensamientos”, predicaba el astrofísico Tyson. Y un tal Sam Harris, cargaba sobre la ciencia el peso de dar felicidad: “es tarea de la ciencia presentar un informe plenamente positivo de cómo ser felices en este mundo y reconciliados con nuestras circunstancias”.
Afortunadamente, otra autodenominada científica nos da la respuesta: para Patricia Churchland, de la Universidad de San Diego California, nuestros valores éticos y morales tienen una base bioquímica y de dinámicas de grupo animal; no necesitan un apoyo religioso. Somos animales sociales que cuidamos nuestras relaciones, dijo.
Pués ahí esta, ellos mismos se lo dicen: son animales.
3 comentarios:
¿No se dan cuenta de que lo que están haciendo en realidad es convertir en una divinidad a la ciencia?.
¡Los reyes magos no existen o no son tan magos como se dice! Y espero que nadie me corrija. ¿Por qué pongo en duda esta tradición bi-milenaria? Sencilla se me pone la respuesta: este servidor lleva siete años pidiendo a “los reyes magos” que se lleven para Oriente al presidente Rodríguez y sus intelectualmente incompetentes marionetas socialistas, y no me han dado esa alegría, a pesar, si existieran deberían de saber, por magos, que me haría, mejor dicho, nos daría a la mayoría de los españoles, el mejor de los regalos. Esperaré, que junto al premio gordo de la lotería de Navidad o la del niño, me lo conceda el año próximo.
La visita que el señor Li Keqiang a nuestra patria de la que “el Memo monclovita” esperaba, además de la “foto” para la colección, que la amarilla mano, del impolutamente vestido y calzado comunista, le prometiera una buena cantidad de millones de euros, invertidos en nuestra moribunda industria, que le valiera para transformar el fracaso en triunfo, de cara a su electorado ovejuno, de su desastrosa gestión de la crisis.
Pero el chino, que no es tonto, tendrá un informe detallado de la industria española (refrendado por los chinos de “todo a cien” y por los de los restaurantes) y, parece ser que ha decidido soltar únicamente los 5.550 prometidos desde el mes de octubre pasado. Eso sí, le ha asegurado al “Memo monclovita”, que seguirá comprando deuda española. Yo, si se me sacan de “El T.B.O, y me hablan de otra materia, me pierdo. Pero, en mí escasito entendimiento llego a entender que si China, República Democrática (tiene gracia la denominación), tiene comprada, posiblemente la mayor parte de la deuda europea, y en su banco nacional hay casi más dólares que en el Banco de la Reserva Federal, USA; prácticamente todo el mundo desarrollado, incluyendo los Estados Unidos, nos vamos a ver obligados a trabajar pa los chino, hasta que se nos pongan los ojos oblicuos y los pelos lacios como ellos ¿nos veremos obligados los españoles, los demás no me importan, ha trabajar en estrechos cuchitriles hacinados como las sardinas en lata, hasta que satisfagamos la deuda? Dios con menos motivos, rescató a los judíos de la esclavitud.
Aquí, a esta lamentable situación hemos llegado por “culpa” del Caudillo. Nunca debió, con los antecedentes familiares, dejar a un Borbón la responsabilidad de la Jefatura del Estado. España se merecía a alguien que la supiera defender en todo momento, de todos, incluyendo los españoles. De los que lo son, y de los que siendo, no lo quieren ser. Ser Jefe del Estado es más que regatear en la bahía de Palma, esquiar en Vaqueira y de hacer de recadero de unos políticos indecentes.
P.D aunque tarde, te deseo, apreciado camarada, un inmejorable año 2011.
Rafa eso de los Reyes Magos lo he escrito yo. si hay algo que no se deba publicar, lo quita y punto. un fuerte abrazo
Eloy r. mirayo
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