La celebrada ayer en el Valle de los Caídos, a la que según El Mundo asistieron cientos de personas y que, un día más, hubo de retrasarse por el monumental atasco en la carretera, organizado por la Delegación del Gobierno al enviar Guardia Civil a registrar los coches de los pacíficos ciudadanos que no delinquen.
Entre paréntesis: por el mismo precio, la Delegación del Gobierno podría mandar a la Guardia Civil que registrase los vehículos de los asaltantes de chalets, o de los traficantes de droga, o de los traficantes de explosivos; pero eso no conviene, porque lo mismo los encuentran y meten al Gobierno en un lío. Fin del paréntesis.
Pues bien: al parecer, durante la Misa ha aparecido una pancarta con la leyenda PSOE profana tumbas, lo que ha valido la identificación de los culpables de tal delito, a cargo de varios miembros de seguridad vestidos de paisano -esto es, de la secreta, que husmea quien va a Misa o quien reza por Franco, acaso para los futuros paseos-, y la reprimenda -no sacar las cosas de quicio- a cargo del oficiante.
Nunca criticaré a quien cumple su deber, de forma que nada tengo que decir sobre la Policía o la Guardia Civil que realiza su obligación. Otra cosa es si también lo hace con fruición, en cuyo caso entrarían en la categoría de chulos prepotentes; pero no es ese el tema.
El tema es la tibieza del cura oficiante, de los benedictinos de la Abadía, de la jerarquía eclesiástica en general, y de muchos de los asistentes a esas Misas del Valle de los Caídos. Todo ello está magistralmente explicado en un artículo de Germán Menéndez, en Religión en Libertad, cuya lectura les recomiendo pulsando sobre el enlace.
La persecución a Franco -a lo que representó, a lo que hizo, a lo que vivimos con él los que tuvimos el privilegio de existir en su tiempo- es consustancial con la persecución al catolicismo. Y mientras la Iglesia no se entere de ello, ponga las cosas en su sitio y se enfrente con la verdad por delante a lo que sea menester, poco quehacer le queda en España.
Entre paréntesis: por el mismo precio, la Delegación del Gobierno podría mandar a la Guardia Civil que registrase los vehículos de los asaltantes de chalets, o de los traficantes de droga, o de los traficantes de explosivos; pero eso no conviene, porque lo mismo los encuentran y meten al Gobierno en un lío. Fin del paréntesis.
Pues bien: al parecer, durante la Misa ha aparecido una pancarta con la leyenda PSOE profana tumbas, lo que ha valido la identificación de los culpables de tal delito, a cargo de varios miembros de seguridad vestidos de paisano -esto es, de la secreta, que husmea quien va a Misa o quien reza por Franco, acaso para los futuros paseos-, y la reprimenda -no sacar las cosas de quicio- a cargo del oficiante.
Nunca criticaré a quien cumple su deber, de forma que nada tengo que decir sobre la Policía o la Guardia Civil que realiza su obligación. Otra cosa es si también lo hace con fruición, en cuyo caso entrarían en la categoría de chulos prepotentes; pero no es ese el tema.
El tema es la tibieza del cura oficiante, de los benedictinos de la Abadía, de la jerarquía eclesiástica en general, y de muchos de los asistentes a esas Misas del Valle de los Caídos. Todo ello está magistralmente explicado en un artículo de Germán Menéndez, en Religión en Libertad, cuya lectura les recomiendo pulsando sobre el enlace.
La persecución a Franco -a lo que representó, a lo que hizo, a lo que vivimos con él los que tuvimos el privilegio de existir en su tiempo- es consustancial con la persecución al catolicismo. Y mientras la Iglesia no se entere de ello, ponga las cosas en su sitio y se enfrente con la verdad por delante a lo que sea menester, poco quehacer le queda en España.
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