Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

sábado, 23 de octubre de 2010

SOBRE TARZÁN

Lo mejor va a ser que lo transcriba sin más:

***

¡Ayer me encontré con Tarzán en el supermercado! Le pregunté que como estaba... si aun estaba haciendo películas...

Me dijo que ya no hacia películas porque tenía artritis en ambos hombros y no podía seguir lanzándose por las lianas...


Le pregunté por Jane y me contó que está en un hogar con Alzheimer, y que ya no reconoce a nadie. ¡Que triste!


Le pregunté por Boy y me contó que Boy se fué a la Capital y que se enredó con mujeres de mala vida, que se dedicó a las drogas y al trago y que la única vez que sabe de él es cuando llama para pedir ayuda o dinero.


Finalmente le pregunté por Chita... ¡se le iluminó el rostro! Me dijo que Chita estaba estupendamente bien, se hizo cirugía plástica... y ¡está viviendo en Madrid!



2 comentarios:

Rafa España dijo...

¡No hacía falta ser tán explícito!. Ya sabíamos a quién se refería la historia. Sobra la imagen de la derecha. ¿O es la de la izquierda?. Las confundo.

eloy r mirayo dijo...

El indito, la jamona y el jamón de Jabugo


La ministra de Asuntos exteriores de España, doña Trinidad Jiménez, hace unas pocas fechas, con motivo de visitar al presidente de Bolivia, don Evo Morales, en el lecho del dolor, por una intervención quirúrgica, como todos ya sabemos, además de mostrarle lo mucho que deseaba su curación, le hizo entrega de un sabrosísimo jamón de Jabugo, para que su convalecencia, le resultara más grata.
Antiguamente, a los indios, se les llevaba abalorios: collares con cuentas de vistoso colorido, espejos de mano que, cuando en ellos se veían reflejados, casi siempre los tiraban, saliendo a continuación corriendo como alma que lleva el diablo, asustados de ver una cara tan fea, coronada con una cabellera sucísima y mal peina. También solían llevarles bebidas alcohólicas, “con el fin de alegrarles su perra vida”, a cambio de alguna fruslería a la que ellos hacían poco caso, cómo por ejemplo, el oro o la plata, según donde estuviera establecida la tribu en cuestión.
Ahora, no; nada de fruslerías. Ahora, para ganar la amistad del indio, se le lleva un jamó de Jabugo (mira que si es vegetariano). Más adelante, se les enviran una cuantos millones de euros en créditos (quienes se quedarán con la comisiones), que nunca pagaran.
Bromas aparte, la señora ministra, ha tenido muy mala suerte al coincidir su nombramiento, casi al unísono con la crisis de Marruecos y el Polisario, por el asuntillo del Sahara (que fue español), una papeleta difícil de resolver. Pienso que a la señora Jiménez, en este caso, y en todos los que se le planteen de aquí al final de la legislatura, le ha ocurrido lo que le ocurrió a un individuo que conocí por casualidad. A ese individuo de mi historia, bancario de profesión, hasta que le echaron, por fusión empresarial, le colocaron a trabajar en La Remonta. El primer día de trabajo, hubo de poner al alcance del garañón, una jaca de pura raza española, de preciosa estampa. El buen hombre, como la señora Jiménez, sin saber qué hacer, no hizo absolutamente nada, así que, por escasa preparación de ambos, ni la jaca ni el Polisario, pudieron arreglar su problema.

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