Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

miércoles, 7 de julio de 2010

SOBRE LA EXIMENTE Y LA CULPABILIDAD.

Eximente de rasgos antisociales graves, que el abogado defensor del cabecilla de la banda de violadores del parque del Oeste pide que se considere para soltar a su defendido.
Defendido, criaturita, que rebuznó ante la Audiencia Provincial ayer -lo cuenta ADN, edición papel, pág, 3- que sólo me puede juzgar Dios.
Y defendido que está acusado de seis robos con intimidación y de cuatro violaciones, siendo dos de sus víctimas eran vírgenes lo cual -a mi modo de ver y sin justificar en absoluto las otras-, supone un mayor grado de perversidad y aberración por parte de ese degenerado.
Supongo que el abogado defensor cumple su labor. No entiendo que un ser humano llegue a la abyección absoluta de -por mucho que sea su oficio- procurar la libertad de un hijoputa, precisamente por serlo. Y lo que menos entiendo, es la aberración de que unos rasgos antisociales graves sean una eximente. Porque si esto es una eximente, el culpable no es sólo el cabrón violador, sino los legisladores que le facilitan la salida a la calle a estos desechos de la sociedad.
Desechos cuyo orígen extranjero sigue ocultando parte de la prensa, no sea que nos llamen xenófobos por decir que un inmigrante es violador y ladrón, pobrecito; ocultación de la cual me alegraría si sirviese para aplicarle una legislación también de orígen extranjero y se le condenara a la pena correspondiente en la escala islámica.
Hace poco, el imán de la mezquita Al Madina de Alcalá de Henares afirmaba que cortar la mano del ladrón impedía nuevos delitos de esa índole y servía de ejemplo. No parece que haya sido entrullado, luego la aseveración debe ser acorde con nuestro ordenamiento jurídico, en vista de lo cual propongo que al violador extranjero -no por extranjero, sino, obviamente, por violador; pero lo uno no quita lo otro- se le corte el instrumento del delito.
Pero nada de castración química ni mariconadas. Al estilo que -dicen las crónicas- se usaba en tiempos remotos para castrar a los perros: con dos piedras.
Y retransmitido en directo por televisión, para justicia y escarmiento.

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