Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

viernes, 11 de septiembre de 2009

SOBRE DIRECTORES.

Directores hay muchos y de muchas clases, evidentemente.
Hay directores generales de empresa y de la administración; hay directores de cine y de teatro; hay -o había- directores de pista en el circo, y payasos -primera acepción- que se creen que dirigen algo.
Y hay directores de periódico.
Mi primer director fue el General don Manuel Ballesteros, que lo era de Fuerza Nueva -revista- allá por el lejano 1979. Me acogió con una benevolencia y cariño a los que intenté corresponder sacando lo mejor de mí. Ignoro si llegué a cubrir sus expectativas, pero el caso es que debió ver en mi quehacer una aceptable madera, ya que no maneras, porque me publicó en páginas centrales un par de larguísimos artículos, amén de otra veintena de más considerada extensión. En cierta forma, don Manuel Ballesteros es el culpable de que siga aquí, aporreando teclas.
Casi sin tocar baranda pasé a ser -con la inevitable petulancia de la juventud- mi propio director en varias publicaciones pequeñitas, de Distrito, en las que apliqué las enseñanzas que había recibido. Con cierto éxito, y no lo señalo por vanidad, sino en justo reconocimiento de lo mucho y bien que trabajaron aquellos Distritos madrileños, que consiguieron un casi imposible: que ni un sólo ejemplar fuese a la basura, y que incluso nos llegaran -de muy arriba- solicitudes de números atrasados que hubo que fotocopiar porque no quedaba ninguno sin vender.
Tuve después otro director, y esto son ya palabras mayores: Antonio Izquierdo en El Alcázar, que tuvo la gentileza de publicarnos a mi camarada Eloy y a mi algunos articulillos en aquél Escaño Nacional, a mitad de camino entre las Cartas al Director y los artículos de opinión.
Vino luego la aventura de EJE en Juntas Españolas, y en ella estaba cuando apareció La Nación, que comenzó siendo semanario dirigido por Félix Martialay.
A Félix Martialay lo conocí en el sótano de Florestán Aguilar donde La Nación tuvo su primer local. Era difícil que coincidiéramos, porque él trabajaba en horario de tarde y al periódico sólo podía ir por las mañanas, y a mí me ocurría exactamente lo contrario. A cuenta de ello, nuestra relación fué más bien telefónica, y en un par de ocasiones me obsequió con una portada, supongo que más por el tema que tocaba que por el merecimiento del firmante.
Ahora -ayer, con el retraso del que no puede dedicar al conocimiento del mundo todo el tiempo que debiera- conozco por El Nuevo Alcázar la triste noticia de su fallecimiento el pasado 9 de septiembre.
Fue Félix Martialay un buen periodista, un esforzado director de El Alcázar en una época en que ya la prevaricación gubernamental socialista lo sitiaba por hambre; esto es, por la negación de la publicidad institucional obligada por ley. Fue un gran director y editor de La Nación y fue, sobre todo, un hombre fiel.
Descansa en paz, Félix. Y échanos una manita desde ahí arriba.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Descanse en paz.

finisterre dijo...

Como buen capitan se mantuvo en la nave hasta el final en medio de tantas renuncias.

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