Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

miércoles, 26 de agosto de 2009

SOBRE UN INCONMENSURABLE ARTICULO.

El que me envía mi camarada Arturo Robsy, en lujosa respuesta a una indicación mía sobre otro espléndido artículo suyo. Acaso a los posibles lectores les parezca que queda algo cojo el desarrollo, a falta de los antecedentes, y lo mismo un día de estos me atrevo a sugerir a Arturo y a otros cuantos camaradas que nos liemos la manta a la cabeza y hagamos una publicación periódica -evidentemente digital- donde quien quiera pueda entretener sus ocios.
 
Pero quede eso para otra ocasión. Ahora, el ensayo -más que artículo-, de Arturo:
 

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EL ROMANTICISMO Y NAPOLEÓN
 
 
En la conocida como Revolución Francesa hervía algo más que el Liberalismo que llenó el Siglo XIX de progresismo y muertos. Durante todo él los liberales afirmaron ser el progreso, hasta que, entrados en el XX, los marxistas les cogieron el nombre y el cientifismo. Se lo soplaron. Incluso, ahora mismo, se presentan como sumisos servidores de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad.
 
Mi camarada Rafael C. Estremera, me escribe, a propósito de un artículo, "es el loco XIX el padre de todas estas patochadas, con la exaltación del yo individual, aunque el individuo tenga un "yo" poco digno de ser exaltado."  Ciertamente los revolucionarios aquellos, entrenados y depurados con la Revolución Americana, destaparon el tarro del individualismo. Y el de la Diosa Razón, absoluta y absurda divinización de algo que en ellos era simple excusa, porque el mundo de Luis XVI era más razonable que el terror y la osadía antirreligiosa que instauraron, antes de echar a volar el Águila de Napoleón, que era más razonable que Danton o Robespierre, pero más peligroso.
 
La Revolución Francesa –como luego la bolchevique- usó todos los mecanismos de la época, ya presentes desde la Enciclopedia que se limitó  recogerlos en muchos casos. Fue una larga siembra desde los principios del Siglo XVIII, pero los principios de la Revolución no fueron todos hijos del liberalismo sino de una edad crítica en que, por ejemplo, ya se había creado y excomulgado la masonería.  El colapso revolucionario excitó lo que no había inventado, lo adornó y lo expandió.
 
Tuvo especial atención hacia el arte que se estaba gestando ya en Alemania, a cuyas ideas pareció adherirse. Era el cambio de los tiempos y la Revolución no podía seguir en un mundo dominado por el Neoclasicismo, tan medido, tan ordenado como reacción al Barroco, que en España dio glorias nunca repetidas.
 
Es ley de termodinámica que a toda acción corresponde una reacción. Tras el Renacimiento y sus variaciones, se impone un abigarramiento (no tanto en España) en muchas ocasiones próximo al desorden y al abuso. En España, a la vez, tenemos un Góngora  florido y un conceptista escueto, como Gracián. La normal reacción a esta floración barroca fue el intento de volver al Clasicismo y la consecuencia de ese Neoclásico empezó a aparecer en Alemania, con una necesidad de saltar la viejas normas y hacer un arte libre para una persona libre: El Romanticismo, que bien pronto lo exageró todo, muy probablemente al hilo de esa libertad proclamada y exaltada por la revolución. Novalis –nada malo- llegó a opinar que la filosofía no era más que una teoría de la poesía. Y Kant, en libro despreciado por Menéndez y Pelayo ("Sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime" era el libro), sufre un trastorno de subjetivismo y relativismo que luego desaparece, veinte años después, en sus obras cumbres.
 
Pero de eso se trataba: subjetivismo y relativismo, que son atributos de la libertad que se aclama en Francia y, poco después, en el mundo, o sea, en Europa. Llega entre las garras de las águilas de Napoleón y es un durísimo efecto colateral que todavía padecemos. Goethe, el gran romántico autor de las Cuitas del Joven Werther, es un declarado admirador de Napoleón hasta que ve las orejas al lobo. Beethoven le dedica, en un principio, la Heroica y Beethoven no es músico propiamente romántico, sino de la transición.
 
El grito revolucionario de Libertad se agota en sí mismo, primero ahogado en la sangre y en las guerras internacionales y, luego, a manos del Napoleón del Consulado y del Imperio El general y emperador no es un romántico pero es un héroe romántico capaz de llevar a los pueblos "la libertad" mientras los invade. Toda Europa fue liberada y su desarrollo natural quedó alterado para siempre.
 
Y vio el poder europeo que el Romanticismo era bueno. No había norma segura y lo moderado debía ser discutido y suplantado. Tempestad y empuje, decían. Era lo de siempre: la reacción ante el arte y la filosofía predominantes en el siglo anterior y la juventud inmolándose  en el altar de la rebeldía, como suele ser costumbre juvenil. Sólo que el romanticismo nacía cuando se estaba echando abajo el antiguo régimen y, de un modo artístico y social, justificaba el nuevo. La novela Werther, de Goethe (Göthe) provocó una epidemia de suicidios en nombre del amor, amor carnal, no correspondido. Viva el pistoletazo, que diría Larra, el gran romántico de los periódicos.
 
Lo natural, como había pasado con el Renacimiento, el Barroco y el Neoclásico, hubiera sido que, pasado apenas un siglo, otro movimiento cultural, filosófico y artístico, hubiera venido como reacción a las exageraciones románticas, cada vez más furiosas. Pero el Liberalismo había visto, como en el Génesis,  que el Romanticismo era bueno para sus planes:  una llama devoradora no sólo del Antiguo Régimen sino del mundo que el Liberalismo luchaba por cambiar desde las raíces.
 
La Libertad, atribuida a la voluntad de Dios por los Americanos, iba soldada al concepto de la felicidad y los románticos, en la búsqueda de la felicidad, andaban a tiros, de subjetivismo en relativismo, discutiendo los valores más sagrados, como la vida, como Dios, como la familia y cualquier otra cosa anterior a las Revoluciones. Como la tradición. Como la esperanza y la redención. Los románticos son hombres desesperados y explosivos.
 
Y el Romanticismo, cumplido su plazo, no desaparece en beneficio de otra corriente de arte y de vida. Parece hacerlo por un momento, pero en realidad sólo se acentúa aunque use otros nombres: El Realismo. El Naturalismo. Más libertad y más exploración de las zonas oscuras del alma y de la sociedad. Insistencia en la muerte, en la crueldad, en la depravación y en la violencia. El Romanticismo y sus derivados, bien presentes hoy, no son las novelas rosa, pero sí es la insistencia en lo sexual, cada vez más desnudo. Desde la muerte de Luis XVI al rock, sin escalas.
 
La sociedad, siempre menos permeable, sí reacciona contra los excesos y despropósitos del Siglo XVIII y mantiene una apariencia más honesta y más a favor de lo que ella misma llama las buenas costumbres, indiferente, de todos modos, ante los sufrimientos de los menos afortunados o los desmanes de las clases más altas. Pero es apenas una apariencia, puesto que el desorden se ha instalado ya en el comercio, los negocios en general, la explotación del campesino convertido en obrero, el aumento de la rapiña financiera (en el romanticismo nacen las grandes fortunas que aún existen, más descomunales aún) la guerra total cada vez más próxima al exterminio, al genocidio. Y a las batallas gigantescas.
 
La pintura, la música, la arquitectura, la poesía, el amor, la verdad y la justicia cambian de sentido permanentemente. Lo que hoy es justo puede que no lo sea mañana, o viceversa. Incluso el marxismo, el proyecto esclavista más furioso de la humanidad, se promociona citando la libertad, pero sólo para un sector de la sociedad: el desfavorecido, que, al estilo cristiano, deberá heredar la tierra. O desheredarnos a todos.
 
Andamos ya por el tercer siglo víctima de la libertad, con un mundo sometido a todo tipo de reacciones contra la norma, ya sea en arte, en convivencia, en filosofía, en música y, en general, en cualquier campo. Si el Siglo XIX tuvo la marca de haber sufrido las matanzas mayores de la historia, el XX, su sucesor,  lo superó con creces. Y, como el ansia de libertad falsa sigue siendo útil, es fácil prever un XXI más mortífero y cruel.
 
La libertad como arma psicológica, el relativismo que lleva asociado, el rechazo de normas y deberes, la ausencia de proyecto nacional, la dificultad creciente de la convivencia, el descrédito de la autoridad visible, los ataques a Iglesia, Familia, Enseñanza e Historia, son parte de los efectos colaterales de aquella República destructora que, a fuerza de querer sustituir a Dios, creó una Diosa a la que dedicó templos y rituales.
 
Y lo más histórico viene al calificar a los gobernantes españoles, tan parecidos al cornezuelo: ¿Se darán cuenta ellos, el Guerra, el Felípez, el Zapatero y la compaña, de que no son más que románticos de los últimos coletazos del romanticismo que ha desarmado a Europa? Imagínese cómo cuadra el aspecto de doña Mari Tere con lo que algunos todavía creen romanticismo Tere de fotonovela, Tere de Corín Tellado. Pujol, romántico. Carod no menos, como el silencioso y chantajista Montilla. Chaves, Corbacho, Elena Salgado…
 
Todos románticos, todos defendiendo el lema de la libertad, igualdad y fraternidad, como liberales enloquecidos, en el año en que se han celebrado las maravillas del 2 de Mayo sin la presencia de franceses cuando nuestro Regimiento de la Guardia fue a honorar el segundo centenario de la Revolución, protegiendo a Su Majestad, descendiente de la víctima de la guillotina. O sea, románticos, sí, pero colaterales y, por tanto, fantasiosos.
 
Todos nos despellejan, como Napoleón, para hacernos más libres y progresistas. De justicia no hablan. Será por no faltar a la verdad.
 
Arturo ROBSY
 
 
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Más que un artículo, Arturo, has escrito un ensayo que pone en su sitio toda la locura que nos envuelve, y te agradezco la cita, que me hace parecer importante.
 
El Romanticismo es la entronización del realganismo. No hay mas norma que el propio deseo, no existe -o no se lo reconoce- lo que pueda meter en vereda los apetitos rampantes. Y, so capa de poética espiritualidad, prima lo sensual y sexual. La vida del romántico es una sucesión de encabritamientos de potro rijoso, que ni por asomo aspira al amor que trae hijos a casa.
 
Más o menos como ahora, que creyéndose muy modernos -y por supuesto, sin saber qué fue el romanticismo literario- se comportan como decimonónicos. Decimonónicos aburguesados, que habrían merecido el radical desprecio de los decimonónicos románticos revolucionarios.
 
El romanticismo político no hay que estudiarlo por documentos históricos porque, ya lo indicas, lo padecemos día a día. Se ha perpetuado porque es el puro instinto elevado a categoría de razón. A falta de razones, apetitos. A falta de cabeza, bajovientre.
 
A falta de la norma clásica, imperial y armónica, la palabrería chapucera y engañabobos. No es ya el hombre portador de valores eternos, sino consumidor de objetos y de sus propios semejantes.
 
En fin, Arturo: que como me tienes concedido permiso para ello, abusaré de tu generosidad y pondré este extraordinario y lúcido artículo-ensayo en mi diario.
 
Rafael.

5 comentarios:

27puntos dijo...

Me quito el cráneo.

Enhorabuena.-

Apañó dijo...

El artículo de Arturo es un "arma de doble filo", a través del cual lo mismo puede indultarse o condenarse el movimiento romántico.
Si bien es cierto que el movimiento romántico significó la exaltación de la irracionalidad, no es menos cierto que fue el caldo de cultivo necesario para que germinase la semilla del sentir nacionalista.
Unamuno, por ejemplo, se reconocía tan subjetivo como patriota y no estaba exento, desde luego, de grandes dosis de irracionalidad.

¿Y acaso José Antonio no era un gran romántico, visceral y irascible, cuando el honor, la dignidad o la justicia, requerían ser defendidos?

Saludos y ¡Arriba España!

Apañó dijo...

Fe de erratas: e irascible

Rafael C. Estremera dijo...

Pero el nacionalismo decimonónico es el de la gaita, de lo pequeño, de lo que salta a los sentidos. Y en España, el de los burgueses catalanes. El de las beatas baskas de Sabino llegó más tarde.

El nacionalismo auténtico español es el que alentó desde don Pelayo hasta Carlos I.

En José Antonio veo el exaltamiento romántico, una vez pasado por el racionalismo clásico de la lira. Vehemente, pero no esclavo de la sensación del momento.

Apañó dijo...

La confusión apareció, en mi humilde opinión, cuando se consideró "nacionalismo" lo que no era sino provincianismo o regionalismo, como bien señalara Unamuno.
Y es que, si algo hicieron bien los tontilocos de Arana Y Macià fue, precisamente, pervertir el logos para hacer pasar sus pequeños terruños particularistas por peregrinas "naciones".
Al auténtico romántico lo mismo le emociona la lírica sublime que la épica más grandilocuente. Y ése era, creo, el caso de José Antonio, que tan pronto creaba una sensual poesía como recurría a la dialéctica de los puños para defender su honor.

Saludos y ¡Arriba España!

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