Por lo que se ve, y por mucho que los medios más o menos pepero clericales quieran agarrarse a clavos ardiendo de tiquismiquis jurídicos, los señores, señoras y señoros que constituyen el Tribunal Supremo se han manifestado a favor de la obligatoriedad de esa asignatura, inútilmente llamada Educación para la Ciudadanía.
Asignatura donde no se enseña a los niños a conocer la Constitución, a cumplir la Ley, a conocer sus derechos y respetar los de los demás, y a entender que la libertad de cada uno termina donde empiezan el derecho de los otros.
Asignatura en la que, por el contrario y según los textos preparados para impartirla, lo que se quiere enseñar es que hay que ser lesbiana o maricón, así de claramente dicho. No se enseña que hay que respetar a la persona, aunque sus inclinaciones sean contra natura, sino a probar a ser antinatural.
No se enseña a respetar a la persona -a todas las personas, porque hijos de Dios somos todos- sino a refocilarse en la xenofilia. Y menos aún se enseña eso tan difícil de respetarse a uno mismo, sino que se anima a practicar todas las perversiones posibles. Se anima a la blandenguería de todo calibre, al meapilismo zapateril -que es peor que el clerical, porque es cursi con máster-; al hedonismo y al realganismo. Y todo ello -por lo que la prensa ha ido diciendo, recuérdese aquello de Alí Babá y los cuarenta maricones- con claras intenciones de proselitismo homosexual.
El objetivo es claro: una sociedad alienada y bestializada; embrutecida y emputecida, como gusta decir mi camarada Arturo con más razón que un santo y más acierto que un tirador de primera. Una sociedad sin más horizonte ni aspiración que los tres infinitivos de la segunda conjugación: comer, beber, joder.
Lo que me gustaría saber, es por qué parte se arriman las puñetas del Trubunal Supremo a la educación para la sodomía.
Asignatura donde no se enseña a los niños a conocer la Constitución, a cumplir la Ley, a conocer sus derechos y respetar los de los demás, y a entender que la libertad de cada uno termina donde empiezan el derecho de los otros.
Asignatura en la que, por el contrario y según los textos preparados para impartirla, lo que se quiere enseñar es que hay que ser lesbiana o maricón, así de claramente dicho. No se enseña que hay que respetar a la persona, aunque sus inclinaciones sean contra natura, sino a probar a ser antinatural.
No se enseña a respetar a la persona -a todas las personas, porque hijos de Dios somos todos- sino a refocilarse en la xenofilia. Y menos aún se enseña eso tan difícil de respetarse a uno mismo, sino que se anima a practicar todas las perversiones posibles. Se anima a la blandenguería de todo calibre, al meapilismo zapateril -que es peor que el clerical, porque es cursi con máster-; al hedonismo y al realganismo. Y todo ello -por lo que la prensa ha ido diciendo, recuérdese aquello de Alí Babá y los cuarenta maricones- con claras intenciones de proselitismo homosexual.
El objetivo es claro: una sociedad alienada y bestializada; embrutecida y emputecida, como gusta decir mi camarada Arturo con más razón que un santo y más acierto que un tirador de primera. Una sociedad sin más horizonte ni aspiración que los tres infinitivos de la segunda conjugación: comer, beber, joder.
Lo que me gustaría saber, es por qué parte se arriman las puñetas del Trubunal Supremo a la educación para la sodomía.
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