Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

lunes, 23 de diciembre de 2024

SOBRE LA NAVIDAD.


Navidad que -pese a memos de solsticios de invierno y otras pequeñas hideputeces- sigue siendo la celebración del nacimiento de Dios
Los memos astronómicos pueden meterse por donde les quepan -que les cabrán, por supuesto-  las fiestas, y no digamos el solsticio. Y los hijoputas que felicitan el Ramadán a quienes se lo obliga su religión, pero eluden la palabra Navidad como si les quemara -que si, que les quema como el agua bendita al diablo- pueden irse dando por no felicitados, ni saludados, ni bien deseados.
Porque aquí, en estepaís -que antes era España- y en este diario -que es mi casa- sólo se desea felicidad, paz y -en lo que los rojos y los progres y los memócatas en general lo permitan- prosperidad, a los españoles que lo son y lo sienten y lo tienen a gala, y se desea feliz Navidad -o sea, Natividad del Señor- a los católicos. 
A ser posible, tridentinos a machamartillo, lo cual -me temo-, excluye a la mayoría de los curas presuntamente católicos, a los los directivos eclesiásticos de relaciones públicas -Obispos por otro nombre- y a ese señor al que suelo llamar cura Paco para no faltarle a ningún inmerecido respeto.
Y que Dios -ese Dios que nace para quien lo quiera recibir- me perdone la falta de caridad. Pero -en mi modesto y creo que no equivocado modo de ver las cosas- no estamos en tiempos de tibieza, ni de permisividad, ni de tolerancia mansa y culpable, sino de -como Pedro- sacar a paseo la espada.


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