Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

martes, 11 de septiembre de 2018

SOBRE UNA ANÉCDOTA NAPOLEÓNICA.

Andaba Napoleón Bonaparte investido de la dignidad de Primer Cónsul -elegido, al menos, tan democráticamente como don Pedro Sánchez-, cuando comentó con quienes le acompañaban sus impresiones al ver, unos años atrás y de Teniente, a las hordas que sitiaban el Palacio de Las Tullerías.

Alguien le preguntó si él -a la sazón ya convertido en brillantísimo General- hubiera podido hacer algo en aquél escenario. 

Napoleón fue breve y directo: unos cuantos cañonazos, y todavía estarían corriendo.

Evidentemente, señor fiscal, la anécdota que recuerdo en este modesto diario no tiene la menor relación con el aquelarre del separatismo catalanista, en tal día como hoy, cuando los lloricas, los ágrafos, los necios y los gilipollas -con máster o sin graduación- celebran que las tropas del primer Borbón les dieron p´al pelo a los partidarios de un archiduque de Austria.



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