Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

sábado, 14 de marzo de 2015

SOBRE LA TERCERA IDIOTEZ DE LA SERIE PAISANA.

Tercera idiotez del periodiquito antifranquista El País, que la verdad es que casi no merece comentario, porque el cenutrio que lo escribe se pasa todo el tiempo hablando de aquél divertidísimo payaso, José María Llanos, cura comunista que acabaría fotografiándose con los asesinos de sus propios hermanos, y eso ya describe al personaje.

“Él no quería, pero Franco se empeñó. Cada año hacía sus ejercicios con un jesuita y ese invierno se empeñó en hacerlos con Llanos”, dice Lamet -apunta el amarillento paisano. Y se queda tan ancho, aunque párrafos antes ha afirmado que el curita se dedicó a tirarle de los faldones de la guerrera a los ayudantes de Franco: “Mi distinguido amigo: Ruégole encarecidamente se tome la molestia de ponerme unas letras comunicándome si ha tenido alguna noticia sobre el proyecto de Ejercicios Espirituales, de que le hablé hace un mes para S. Excelencia el Jefe del Estado. Al mismo tiempo, aprovecho gustoso la ocasión para ofrecerme a vd. por si desea realice alguna nueva diligencia…”.

O sea: periodista gilipollas, que ni lee lo que lleva escrito. Normal, no hay quien se lo trague. Pero lo que ya es de traca, es que el cura Llanos le dijera a ese tal Lamet, su biógrafo -porque hay gente pa tó, que decía El Guerra- que Franco “... era un creyente milagrero, que no dejaba de narrar batallitas y que estaba convencido de que había sido la Virgen de África quien había ayudado a los legionarios a cruzar el Estrecho en lanchas salvándoles de caer ante la vigilancia, además de que se le había aparecido Santa Teresa para acompañarle en su cruzada”.

A saber cual de los tres -el periodista de El País, ese tal Lamet, o el cura comunista- se había rellenado de orujo. Porque los legionarios no cruzaron el Estrecho en lanchas, sino en los transportes que el cañonero Dato protegió de toda la escuadra roja de Cartagena, haciéndola volver popas con más miedo que vergüenza. Y Franco lo sabía, no sólo porque lo preparó, lo ordenó y lo vio, sino porque un ferrolano de estirpe militar y marinera sabe muy bien lo que es una lancha. Es más, Franco conocía de sobra las lanchas que entonces se usaban, porque fue el primero en saltar de ellas en el desembarco de Alhucemas, cuando las mismas eran incapaces de acercarse a la orilla y todo el despliegue estaba a punto de malograrse.

Tampoco nadie, salvo un cura borracho -de matarratas o de soberbia- ha dicho jamás que Franco pensara o dijera que se le había aparecido Santa Teresa. Lo que si es cierto, es que durante mucho tiempo llevó junto a sí una reliquia de la Santa, pero de lo uno a lo otro hay la misma diferencia que entre un periodista amarillo y asombrosamente estúpido y un escritor serio y riguroso.

Todo se explica en esta vida. Antes o después, pero se explica. Después de los ejercicios espirituales que al final el curita lameculos logró dar ante Franco, “entró a formar parte de la lista de intocables. Cuando las revueltas del Pozo, en el Consejo de Ministros varios de sus miembros se quejaban de él. Se lo advirtió Alberto Martín-Artajo, amigo suyo y encargado de Asuntos Exteriores. Pero Franco se mostró muy claro: A Llanos, ni tocarlo”. 

Así es que, lleno de fervor comunista, el curajo “se presentaba en la Dirección General de Seguridad y decía: ‘Vengo a que me detengan’. Pero los guardias no podían hacer nada. Figuraba en la lista”.

Un dechado de valor, vaya. Y un aguijonazo a su soberbia, porque en el fondo era consciente de que nadie se lo tomaba en serio.

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