El señor Anson es el único monárquico de España. Lo fue cuando serlo era la
forma de destacarse, en vista de que su vulgaridad le incapacitaba para
destacar, que no es lo mismo. Entonces -cuando Luisito se destacaba- había en
España, desgraciadamente, dos monárquicos: él -lo cual nos importaba a todos
tres leches- y Franco.
Ahora, el señor Anson escribe esto en su columna
de El Mundo de hoy:
EL DÍA 18 de octubre de 1992, Don Juan III recibe
en la Clínica Universitaria de Pamplona a dos redactores del Diario de Navarra,
Javier Errea y Santy Mendive, y les dice: «Veo a España mal, algo desgarrada y
con su unidad amenazada». Se anticipaba así en más de 20 años al órdago
secesionista de Arturo Mas y Oriol Junqueras.
¡Menuda anticipación,
Luisito! ¡20 años!. Realmente pasmosa la anticipación del difunto Juan tres
palos, habida cuenta de que habíamos sido cientos de miles los españoles que
-desde el nivel de la calle, y sin un mal palacete que llevarnos a las
entrevistas con los consejeros- lo habíamos venteado hace exactamente 40 años.
Algunos hubo que lo vieron venir antes, y lo escribieron, y algunos lo dijimos
de palabra ya en 1976, y empezamos a decirlo, por escrito, en 1977.
Concretamente en la revista Fuerza Nueva, y después en la sección del Escaño
Nacional de El Alcázar, y luego en EJE, y a continuación en La Nación y ahora en
este blog.
Hablo de mi trayectoria personal porque no quiero meter a
nadie en líos pero, evidentemente, no he sido el único. Ni mucho menos. Así es
que podríamos decir -puedo decir- que en lo que a anticipación se refiere, le
hemos dado sopas con honda al difunto no rey. A Luisito Anson, por supuesto,
también.
Y eso que el pobre Luisito, tan monárquico, intenta colarnos
aquél patético manifiesto de 1945 como prueba de larga lucidez política.
En aquél año, el Conde de Barcelona -el mismo que en 1936 se había presentado
ante el General don Emilio Mola Vidal vestido con camisa azul y boina roja
pidiendo incorporarse a los, en palabras de Anson, "secuestradores de la
soberanía nacional"- clamaba por la aprobación inmediata, por votación
popular, de una Constitución política; reconocimiento de todos los derechos
inherentes a la persona humana y garantía de las libertades políticas
correspondientes; establecimiento de una Asamblea legislativa elegida por la
Nación; reconocimiento de la diversidad regional; amplia amnistía política; una
más justa distribución de la riqueza y la supresión de injustos contrastes
sociales.
Pero -añade Luisito- gobernaba España el dictador
Francisco Franco, que encarnaba un régimen profundamente totalitario. Vencedor
en 1939 de la guerra incivil, el caudillo, amigo del fürher Hitler y del duce
Mussolini, era el amo de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire y de todos los
resortes del Estado, sin excepción. Don Juan fue perseguido hasta la
náusea.
Pero el dictador Franco presentó a los
españoles, para su ratificación mediante el voto, la Constitución que tomó el
nombre de Leyes Fundamentales. Varias Leyes, entre otras cosas porque es absurdo
meter en el mismo saco la exigencia de que el heredero al trono sea
preferentemente varón -cuestión de poca importancia para el Estado y para los
españoles- y la unidad nacional.
El dictador Franco llevó a las
Cortes -la asamblea legislativa elegida por la nación a que aludía el no rey
Juan- el Fuero de los Españoles, que reconocía "los derechos inherentes a la
persona humana" -incluyendo el derecho a un salario mínimo suficiente para
el desarrollo de la vida familiar, consignado casi veinte años antes en el Fuero
del Trabajo- y las "libertades políticas correspondientes" a los
ciudadanos que no se ven sometidos a las castas parasitarias de los políticos
profesionales.
El dictador Franco favoreció la conservación de las
diversidades culturales regionales, recomendando a la Sección Femenina la
recuperación de un folclore que casi desaparecía; y -pasados los primeros
momentos en que los catalanes hartos de separatistas acuñaron aquello de la
lengua del imperio- se celebraron certámenes literarios en catalán o
gallego. En lo que ahora llaman euskera no, porque no existía. El actual euskera
no es sino el batúa, refrito de diversos dialectos vascongados realizado por una
comisión de lingüistas en plena época de Franco. Véalo el señor Anson, si no me
cree, en la hemeroteca de su antiguo periódico; la de ese ABC del que le echaron
por causas que no conozco, pero imagino.
Para Luisito Anson, Franco era
amigo de Hitler y de Mussolini. Se comprende que, dada su provecta
senectud, el monárquico juanista no se acuerde de que Hitler prefería un
dolor de muelas a entrevistarse con Franco -tanta era la amistad que se
tenían, Luisito- y de que Mussolini -menos alejado que Hitler del carácter
hispano- podía resultar más simpático como Jefe del Gobierno de la monarquía
italiana.
Y claro: como Franco no llamó al Conde de Barcelona para
regalarle la corona que su señor padre, Alfonso XIII el huidizo, había arrojado
por el camino de Cartagena, el triste Juan sin tierra fue perseguido hasta la
náusea.
Mira, Luisito: a ese Juan III que nunca existió en España
sólo lo recordaban tres aficionados a la Historia, dos desocupados de algún
casino de pueblo, cuatro monigotes como tu y, desgraciadamente, el Excelentísimo
señor D. Francisco Franco. Eso es lo que le debía doler al Conde de Barcelona:
el que nadie le hiciera el menor caso, el que España se hubiera olvidado de su
efigie y de su nombre, al mismo tiempo que olvidaba la miseria, la marrullería
política, el clasismo infundado de la monarquía alfonsina; los robos, desmanes y
asesinatos de la república que nos dejó su señor padre.
Marrullería
política, clasismo; robos, desmanes y asesinatos que ese Juan sin tierra al que
Luis María Anson le concede un ordinal que nunca tuvo, estaba empeñado en
devolvernos. Porque lo que él quería era reinar. Reinar a costa de lo que fuera,
incluso de volver a España de la mano de los socialistas que habían asesinado a
tantos monárquicos, de los republicanos que habían echado a su padre. Reinar aún
a costa de la secesión nacional, porque en su camarilla nunca hizo ascos a los
separatistas.
Franco lo sabía; se lo vio venir -era mucho D. Francisco
para tan poco Juanito- y Juan de Borbón no pasó de ser el eterno pretendiente de
una Corona fenecida. Por mucho que su hijo -en uso de las prerrogativas de Jefe
de Estado que le otorgó el pueblo español a propuesta del Generalísimo- le
mandara enterrar en El Escorial con la inscripción «Ioannes III, Comes
Barcinonae», Juan III, Conde de Barcelona.
Pues te jodes,
Ansón que insulta muertos y difama héroes, que no pudo poner Ioannes III,
Hispoaniarum Rex.
Porque nunca lo fue.
1 comentario:
Ansón es un hijo de la gran puta. Un tarado mental que repite una y otra vez las mismas estupideces y las mismas mentiras.
Publicar un comentario