Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

martes, 3 de junio de 2014

SOBRE UN AVISO A LA SEÑORA SERVINI.

Señora o lo que sea, ya me entienden, que es la jueza -aquí, sí, en femenino- que ha venido a pasearse y preguntarles a los viejecitos por las feroces persecuciones sufridas en tiempos de Franco; persecuciones feroces que les han permitido sobrevivir con buena salud, aunque aún con el miedo de la mala conciencia.

 

La señora Servini, que se ha venido -ignoro si ya se ha ido- a España a investigar no se qué crímenes del franquismo, sin duda porque en Argentina no hay crímenes que investigar. O no le trae cuenta hacerlo, como al condenado prevaricador juez Garzón no le traía cuenta investigar delitos de narcotráfico.

 

Pues, señora Servini, como homenaje a mi nacimiento en Argentina le voy a facilitar las cosas dándole algún dato que acaso desconozca, o que prefiera ignorar.

 

Le voy a decir que determinado personaje que ha dejado de ser irresponsable -ante la Ley, se entiende- debe sus títulos, prebendas, sinecuras y -ya que no honor- honores, al franquismo. Individuo -ahora ya particular- que juró lealtad a Franco y a las leyes promulgadas por las Cortes en tiempos de Franco; que alabó al difunto Generalísimo y ordenó su entierro en el Valle de los Caídos; que nombró a Franco Capitán General de los tres Ejércitos a perpetuidad. Todo ello, antes de ser legalmente irresponsable.

 

Podría usted, señora Servini, investigar alguna otra cosilla -ajena a sus funciones públicas- en las que el referido personaje particular ha participado. Algunas amistades peligrosas de financieros condenados; algunos regalos -personales, no oficiales- poco claros; algunas ausencias físicas en momentos en que la presencia oficial se publicaba en el B.O.E.; algunas relaciones privadas que acabaron de mala forma, o costándonos un ojo de la cara a todos los españoles...

 

Comprenda, señora Servini, que todos somos iguales ante la Ley, pero -ya usted lo sabe, y lo practica- unos más iguales que otros, así es que no le puedo dar más detalles; pero lo que yo se es de dominio común, porque no tengo fuentes secretas. Algunas, tan públicas como para haber sido publicadas en un libro, puede usted encontrar en el de don Amadeo Martínez Inglés -Juan Carlos I el Ultimo Borbón, las Mentiras de la Monarquía-, que es un gilipollas rojo, con lo cual a usted le será totalmente fiable.

 

En fin, señora Servini: aproveche usted el viaje que tan caro le habrá costado a los hermanos argentinos.

 

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