Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

domingo, 2 de marzo de 2014

SOBRE LA PRÓXIMA MASCARADA ELECTORAL.

Que nos caerá, si Dios no lo remedia, el próximo mes de mayo.

La cuchipanda urnil se centrará en torno a la coña marinera europea, cosa que a los españoles nos trae más bien al fresco, porque aún no nos hemos enterado de que de allí -en esa Europa que digan lo que digan sigue empezando en los Pirineos- nos cortan el bacalao para bien y -generalmente- para mal.

Pasamos de las elecciones europeas -también, cada vez más, de las autóctonas- porque no creemos en los políticos y porque la mayoría no sabe de política. Como si por no saber, o no querer saber, de política, la política fuera a olvidarse de nosotros, y los políticos fueran a sacarnos la mano del bolsillo.

Pasamos de las elecciones europeas porque eso de Bruselas nos pilla muy lejos, pese a los viajes basura -low cost, pero basura-, y pese a los erasmus y otras soplagaiteces que nos ponen -más que nos quitan- el pelo de la dehesa. 

Pasamos de las elecciones europeas porque ni siquiera cuatro décadas de papanatismo han conseguido que los españoles dejemos de ser españoles, mal que a muchos les pese. Y precisamente por ese carpetovetonismo recalcitrante, no nos queremos enterar de que el mundo se ha hecho muy pequeñito, y aunque haya sido a empujones, estamos metidos en la entelequia europea que nos marca el anca a fuego y nos señala el camino.

Así es que más nos vale dejar el pasotismo, ponernos las pilas y enterarnos de que de ese conciliábulo de mercachifles y de politicuchos nos va a venir el futuro, y de que aquí podemos empezar a decir que estamos hasta donde no digan dueñas.

Estamos en el punto justo para plantarnos, dejar de seguir la huella en torno a la noria y votar de una vez a favor de lo que queremos, y no en contra de lo que aborrecemos. No creo que lo que digo vaya a tener ninguna influencia, ni vaya a conseguir que recapacite nadie. Ando ya curado de espantos, y hace tiempo -mucho- aprendí que es más fácil seguir la corriente que afirmarse en contra. Pero lo tengo que decir, aunque sirva de poco. O de nada. 

Para las próximas elecciones europeas se ha formado una coalición entre Alternativa Española, Comunión Tradicionalista Carlista y Partido Familia y Vida. Su nombre, Impulso Social.

Quisiera saber por qué no se ha unido a esta coalición ningún grupo más; quisiera saber por qué seguimos sin aprender la lección de que cada uno por un lado no iremos a ningún sitio. Pero eso quedará, acaso, para otro día.

Me dirán que qué hace un nacionalsindicalista proclamando -que es lo que hago, por si no se había notado- que votará a Impulso Social, y que anima a quien lea a lo mismo. Pues bien: lo que hago es -siguiendo mi costumbre inveterada- leerme el programa que Impulso Social presenta -véanlo si gustan en este enlace-, compararlo con mi pensamiento y llegar a la conclusión de que se ajusta a lo que quiero.

Algo falta, algo sobra; pero este programa, estos partidos y estas personas me ofrecen la garantía necesaria para ir a votar. 

A Impulso Social.

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