Conocida es la respuesta que el padrecito Stalin -henchido de soberbia e hinchado de estupidez- dió a quien le insinuaba el peligro del catolicismo para su marxismo ateo y materialista: ¿cuántas Divisiones tiene el Papa?
No seré yo quien caiga en la fácil transposición de buscar Divisiones en estos jóvenes -y no tan jóvenes- que han asistido en Madrid a la llamada de Su Santidad. Evidentemente, el Papa no tiene Divisiones, ni Ejércitos, ni soldados; ni los tiene -más allá de la Guardia Suiza-, ni los necesita.
Andan el materialismo y el relativismo galleando, bravuconeando, berreando, como esos borrachos que gritan porque ni a sí mismos se oyen, o esos necios que gracias al ruído se piensan vivos. O como esos chulos cobardes, que presumen de lo que no tienen para engañar a los demás y tratar de creérselo ellos mismos.
Quedan partidas de bandoleros -los zapateriles, los rubalcabeños, los cayolaros, los indignos con fecha- que aún harán daño pero que, inevitablemente, acabarán en el muladar que les corresponde, vomitados por la Historia.
Pero lo que está claro, es que quien no tiene ninguna División, hoy, es Stalin.
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