Porque las algaradas que han dado en tierra con el ditador tunecino Ben Alí, se han propagado a Egipto y amenazan extenderse son -para un colaborador de El País-, un movimiento democrático.
Nada extraño que El País -con su conocida clarividencia- vea democracia en cualquier algarabía. Más extraño -aunque tampoco demasiado llamativo, por igual razón de demostrada clarividencia- es que los EE.UU. y la Unión Europea -dice El Imparcial-, insten al Gobierno egipcio a permitir las protestas.
Estas actitudes, entre los sectarios de la prensa amarilla y entre los ignorantes que hacen comentarios en los periódicos digitales de ultraizquierda, serían normales; entre las cancillerías estadounidense y europeas, es preocupante. Y si le sumamos los comentarios de esa ciudadanía que compra sus quince segundos de gloria enviando mensajitos a la tele -Intereconomía en este caso- congratulándose de las revueltas tunecina y egipcia, la cuestión alcanza la necedad máxima.
Por mi parte -ya me gustaría equivocarme- creo que la cosa no va a terminar en una democratización, entendida al liberal modo, sino en un polvorín islámico que nos puede llevar a todos por delante. Porque ya Público lo contaba: "acudieron juntos al rezo del viernes a la mezquita de Mustafá Mahmud. Los miles de asistentes, que no fieles, que había en los alrededores aplaudieron cuando el imán criticó la actitud del Gobierno."
No serían fieles -para Público- pero estaban en la mezquita y aplaudiendo al imán. Y nadie en su sano juicio puede pensar que los grupos radicales islámicos no aprovechen la coyuntura.
Nada extraño que El País -con su conocida clarividencia- vea democracia en cualquier algarabía. Más extraño -aunque tampoco demasiado llamativo, por igual razón de demostrada clarividencia- es que los EE.UU. y la Unión Europea -dice El Imparcial-, insten al Gobierno egipcio a permitir las protestas.
Estas actitudes, entre los sectarios de la prensa amarilla y entre los ignorantes que hacen comentarios en los periódicos digitales de ultraizquierda, serían normales; entre las cancillerías estadounidense y europeas, es preocupante. Y si le sumamos los comentarios de esa ciudadanía que compra sus quince segundos de gloria enviando mensajitos a la tele -Intereconomía en este caso- congratulándose de las revueltas tunecina y egipcia, la cuestión alcanza la necedad máxima.
Por mi parte -ya me gustaría equivocarme- creo que la cosa no va a terminar en una democratización, entendida al liberal modo, sino en un polvorín islámico que nos puede llevar a todos por delante. Porque ya Público lo contaba: "acudieron juntos al rezo del viernes a la mezquita de Mustafá Mahmud. Los miles de asistentes, que no fieles, que había en los alrededores aplaudieron cuando el imán criticó la actitud del Gobierno."
No serían fieles -para Público- pero estaban en la mezquita y aplaudiendo al imán. Y nadie en su sano juicio puede pensar que los grupos radicales islámicos no aprovechen la coyuntura.
2 comentarios:
Yo lo que me pregunto es que había en esos países antes de que estallara todo.
Las encuestas abren el camino a un posible resultado, después de rastrear a un determinado número de personas. Perogrullada de aúpa, que he soltado para empezar.
El día 4 de enero de 2011, el Centro de Investigaciones Sociológicas, divulgó los datos recogidos en el mes de diciembre, cuyos resultados o clasificación fu la siguiente: en primer puesto; el Paro. En segundo lugar; la Economía. En tercer puesto; la clase política y, parece ser que en cuarta posición, los españoles, pusieron la inmigración. Después todo lo demás.
Esta clasificación está falseada. La Política –no, los políticos-, la unen a las demás preocupaciones patria, sin darle el adecuado tratamiento. Todas las preocupaciones, habría que agruparlas y, todas ellas, cargárselas a la “Madre de todas las preocupaciones”: los políticos que forman la hez de las raleas conocidas.
Pasemos revista a todas las cosas en las que los políticos introducen sus pecadoras manos; pasemos revista a todas las cosas que en las que, sin deber estar ahí, se han introducido, dejando fuera a quienes tenían mejores condiciones.
En primer lugar, no porque sea la más importante, metieron mano, literalmente hablando, en las cajas de ahorro, haciéndose dueños y señores de sus capitales, utilizándoles en su beneficio personal; en beneficio del partido donde militan, y si aún queda algo, siempre habrá algún amiguete al que ayudar.
¿Qué decir de la Justicia? Pisoteando sus propias leyes, los políticos, se han hecho dueños de la judicatura, de tal forma, que despreciando su naturaleza, nombran jueces a personas, con más méritos para ser reos, que para ser jueces; nombran, como si tuvieran capacidad intelectual para ello, a las personas que deberán ocupar puestos de tanta responsabilidad como el de presidente del Tribunal Constitucional e incidir en el nombramientos de los demás miembros de este alto tribunal, del Supremo y hasta del de “Operación Triunfo”.
En la Educación, sustituyendo la educación natural, llena de valores, dentro de la familia, por una ley de adoctrinamiento, filo hijaputista, que vaciara de valores, buscando con ello la despersonalización del individuo/a –no se nos enfaden las feministas-, haciéndoles fácil presa de una dictadura sobre el pensamiento.
¿Qué han hecho con la Industria? ¿Qué han hecho con la Energía? ¿Qué negociadores pone el ministerio, que las empresas extranjeras cierran sus plantas en España, para abrirlas en otros países? El ministro señor Sebastián, como su idea más luminosa, no para crear energía si no para ahorrar, prometió una bombilla de bajo consumo, y no ponerse corbata en verano, para no hacer gasto del aire acondicionado (cosas de políticos). Quizá, como Zerolo, cundo hizo esa promesa estaría pensando en los orgasmos que lo proporcionaría su marido, en vez de pensar en cómo cumplir con su obligación.
¿Cuántos folios se necesitarían para demostrar que, cualquier hecho desgraciado que ocurra en la vida nacional, es culpa de los políticos? Lo siento, no tengo tantos. Así, que para abreviar, he de decir -parafraseando al Generalísimo Franco, cuando alguien declino el aceptar el encargo de un ministerio, arguyendo el que él no era político; a lo que El Generalísimo contesto -como seguramente sabéis-, “haga usted lo que yo; tampoco soy político” que, lo mejor que le podría ocurrir a España, es quedarse sin políticos.
Definitivamente; mejor sin políticos.
Por Eloy R. Mirayo
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