No creo en casualidades, y menos cuando andan por medio los progres, los moderados, los tolerantes, los modernos y -condiciónes no excluyentes- los gilipollas.
Por lo tanto, las tres noticias que he conocido ultimamente sobre temas religiosos no me pueden parecer causales.
Una de ellas indica que un ex dominico mariquita, Mark Dowd, ha sido encargado por la BBC para hacer un documental que emitirá con motivo de la visita de Benedicto XVI. Y que el referido marica rebotado, a principios de año mostró su «temor y aprensión» ante la llegada del Papa Ratzinger a su país: temor y aprensión a que la idea de lo católico fuese «secuestrada» por lo que considera grupos conservadores. «Éste es un tiempo aterrador para ser católico progresista», afirmaba en un artículo publicado en enero por The Guardian.
La segunda noticia, a través de una entrevista de El País a un tal José Arregui, franciscano que dice cosas como que el pontificado de Juan Pablo II, con Ratzinger al frente de la Congregación para la Doctrina y la Fe, ha invertido el rumbo de la Iglesia, ha truncado los sueños conciliares de aggiornamento (puesta al día), ha alterado el perfil del episcopado. Ha vuelto a la Iglesia la persecución antimodernista que el Vaticano II parecía haber desterrado para siempre.
Y añade: Si el cristianismo no quiere convertirse en una pieza de museo o en una secta, deben darse unas enormes transformaciones de fondo: democratización de todas las instituciones, lectura crítica de la Biblia (y, con más razón, del dogma), vivencia de una espiritualidad mística y transformadora más allá de todo dogmatismo y moralismo, aceptación del principio de la laicidad...
Total, que el franciscano se pasa por el forro del aggiornamento el voto de obediencia, y todavía se asombra de que la jerarquía eclesiástica le mande a tomar viento fresco cuando propone la "lectura crítica de la Biblia". ¡Coño, don José, para eso no hacía falta que usted hiciera el capullo, ya teníamos a Lutero!
En tercer lugar, la que informa que un joven rompe y pisotea una hostia consagrada y el cura le abofetea y expulsa al grito de sacrílego. Y ante la reacción perfectamente lógica, humana, valiente y encomiable del cura, en la misma noticia aparecen comentarios que critican a ese santo varón por haberle dado un soplamocos al sacrílego, en vez de dialogar con él.
Y toda esta propensión al diálogo, al aggiornamento conciliar -ya dijo Pablo VI que el humo de Satanás había entrado en la Iglesia-, a la tolerancia, a dejarse pisotear, en suma, me ha recordado un relato breve del maestro Rafael, que da -pienso- justa y adecuada respuesta a todo ello.
Aquí lo tienen:
Por lo tanto, las tres noticias que he conocido ultimamente sobre temas religiosos no me pueden parecer causales.
Una de ellas indica que un ex dominico mariquita, Mark Dowd, ha sido encargado por la BBC para hacer un documental que emitirá con motivo de la visita de Benedicto XVI. Y que el referido marica rebotado, a principios de año mostró su «temor y aprensión» ante la llegada del Papa Ratzinger a su país: temor y aprensión a que la idea de lo católico fuese «secuestrada» por lo que considera grupos conservadores. «Éste es un tiempo aterrador para ser católico progresista», afirmaba en un artículo publicado en enero por The Guardian.
La segunda noticia, a través de una entrevista de El País a un tal José Arregui, franciscano que dice cosas como que el pontificado de Juan Pablo II, con Ratzinger al frente de la Congregación para la Doctrina y la Fe, ha invertido el rumbo de la Iglesia, ha truncado los sueños conciliares de aggiornamento (puesta al día), ha alterado el perfil del episcopado. Ha vuelto a la Iglesia la persecución antimodernista que el Vaticano II parecía haber desterrado para siempre.
Y añade: Si el cristianismo no quiere convertirse en una pieza de museo o en una secta, deben darse unas enormes transformaciones de fondo: democratización de todas las instituciones, lectura crítica de la Biblia (y, con más razón, del dogma), vivencia de una espiritualidad mística y transformadora más allá de todo dogmatismo y moralismo, aceptación del principio de la laicidad...
Total, que el franciscano se pasa por el forro del aggiornamento el voto de obediencia, y todavía se asombra de que la jerarquía eclesiástica le mande a tomar viento fresco cuando propone la "lectura crítica de la Biblia". ¡Coño, don José, para eso no hacía falta que usted hiciera el capullo, ya teníamos a Lutero!
En tercer lugar, la que informa que un joven rompe y pisotea una hostia consagrada y el cura le abofetea y expulsa al grito de sacrílego. Y ante la reacción perfectamente lógica, humana, valiente y encomiable del cura, en la misma noticia aparecen comentarios que critican a ese santo varón por haberle dado un soplamocos al sacrílego, en vez de dialogar con él.
Y toda esta propensión al diálogo, al aggiornamento conciliar -ya dijo Pablo VI que el humo de Satanás había entrado en la Iglesia-, a la tolerancia, a dejarse pisotear, en suma, me ha recordado un relato breve del maestro Rafael, que da -pienso- justa y adecuada respuesta a todo ello.
Aquí lo tienen:
*****
APERTURA AL CIRCO
Rafael García Serrano
El temporal se había desencadenado en julio. Exactamente en julio del año 64 de la Era Cristiana, cosa que, al menos cronológicamente, ignoraba casi la entera humanidad, salvo una pequeña patrulla de iluminados.
Con el temporal ardieron de pura chamba las tiendas y tenderetes que rodeaban al Gran Circo de Roma, que estaba en plena temporada, y los servicios apagafuegos funcionaron tan mal que las llamas se propagaron a toda la ciudad y la fueron tomando para sí como un ejército invasor e implacable.
Los romanos, malévolos desde la mismísima teta de la loba, pensaron que si hay fuego la culpa es del Gobierno, y cargaron el siniestro a la cuenta de Nerón, Emperador y Pontífice felizmente reinante. Nerón, tanto si era culpable como si no lo era ni por pienso, decidió que lo mejor que podía hacer sería descargar la temible acusación en otras cabezas menos queridas que la suya propia, que él, particularmente, valoraba en mucho, de modo que echó mano de los cristianos y los declaró responsables de la catástrofe. La verdad es que las casas de los cristianos habían ardido igual que las de los que no lo eran, pero nadie se detuvo a meditar sobre tan deleznable argumento.
Así comenzó la gigantesca y alegre cacería.
Sumidos en la clandestinidad, los cristianos continuaron sus reuniones y procuraban ayudarse unos a otros. Decidieron los más que sería conveniente salvar a Pedro, ya que Cristo le había encomendado su Iglesia y no se consideraba, ni por los más ultras, que ésta estuviese asentada tan firmemente como para prescindir de su piedra fundamental. Fue una determinación tomada democráticamente, y Pedro, lleno de dudas sobre la validez y eficacia, no del procedimiento (este compilador, si bien desvergonzado, nunca se atrevería a tachar a Pedro de prefascista y mucho menos de fascista), sino más bien de la rentabilidad en propaganda de tal decisión, tomó el portante una mañanita hermosa y, acompañado de un fiel amigo, se alejó de Roma por la Vía Apia, y miraba los olivos de la campiña y un rebaño de ovejas y unos potrillos en un prado y algunas avanzadillas de vides y los claros y azules montes Albanos y el corazón se le llenaba de una infinita y lejanísima congoja. Una vez se había dormido al pie de un huerto de olivos y ese recuerdo no le gustaba.
Entonces fue cuando se encontró con una Persona Muy Amiga e Influyente y Muy Bien Informada, que le dijo:
-¿A dónde vas, Pedro?
Y Pedro, turbado y descontento, contestó:
-Mis hermanos me han recomendado que me aleje de Roma mientras Nerón sustancia las responsabilidades del incendio, para así salvar nuestra Iglesia...
-¡Alabado sea Dios, y en esto veo una de sus tantas maravillas! -exclamó el amigo influyente-. Precisamente yo me encaminaba a Roma con toda discreción para aconsejarte lo mismo.
Y Pedro, lleno de confianza, le abrió su corazón:
-¿Tú crees que hago bien abandonando a mis hermanos en este trance?
-Por supuesto, Pedro. No otra cosa te recomendaría el Señor si viviera...
-El Señor vive. Yo soy testigo de su Resurrección -objetó rápidamente Pedro, que era muy suspicaz en estas cuestiones y no dejaba pasar una a nadie, ni siquiera a una persona tan amiga, influyente y muy bien informada como su interlocutor.
-Perdón, Pedro. Hablaba con mi terminología usual. Yo soy un senador, un hombre de realidades, un pragmático, y no puedo evitar tratar incluso los santos negocios como un ejecutivo. La política no es otra cosa que un comercio en el que se compra, se vende, se compensa, se trata...
-Bien, bien, perdonado -dijo Pedro ligeramente molesto, pero dominando su leve irritación porque conocía muy bien sus prontos y todavía no había olvidado sus arrebatos de pescador bronquista ni tampoco la destreza con que desorejó a Malco.
-Ya sé que has cumplído maravillosamente con tus tareas de jefe -siguió el ejecutivo-. Alertaste a tiempo a las iglesias del Ponto, Asia, Bitinia y Capadocia. Yo he meditado mucho estos días y, tras una prolongada valoración de las circunstancias, me parece que resulta evidentemente feliz que los hermanos de Roma y tú hayáis adoptado la misma decisión que yo me hubiera atrevido a recomendarte. Desaparecer. No vamos a tirar tus veinticinco años de fecunda labor en Roma. Nos sobran mártires y nos faltan negociadores. Ahora es el momento oportuno para que intentemos una apertura hacia el Circo y un contraste de pareceres con el Prefecto, el Senado, los verdugos, los crucificadores, los leones, los tigres e incluso ¿por qué no? con el mismo Emperador. Hay que sentarse juntos a la mesa y charlar sobre el porvenir, pensar juntos. No conseguiríamos nada con que te hubieras hecho crucificar en la colina Vaticana, ni mucho menos con que tu sangre y la de nuestros hermanos enrojezca el Tíber. Y no digo nada de intentar el juego de la espada con los centuriones amigos... Ya recuerdas lo de la espada, ¿no?...
Y Pedro bajó la cabeza y sus mejillas enrojecieron porque justamente hacía un momento había recordado la espada y la oreja de aquel insensato Malco.
-Cuando las cosas se complican hasta extremos de incivil salvajismo -continuó diciendo el amigo Importante, Influyente y Bien Informado-, no hay nada como la política y la diplomacia. Jesús, y era el Hijo de Dios....
-Es -corrigió Pedro.
-Eso. Jesús, y es el Hijo de Dios, no se negó a dialogar con el mismisimo Tentador.
-Claro, claro -balbuceó un tanto confuso Pedro, que como era un anciano no sabía si tenia derecho o no a la asistencia del Espiritu Santo por cuestiones de jubilación, y que además se sentia horrorizado por el recuerdo de la oreja de Malco.
-Así, pues, querido y respetado Pedro, permíteme que te ofrezca mi villa de Campania. Allí tengo montada una oficina de propaganda que nos permitirá saturar el mercado político de sugestiones para el diálogo mediante cartas, manifiestos y hasta pintadas. Tengo un equipo de esclavos griegos habilísimos para crear esas frases que desde una pared hacen más efecto que un discurso. Antes de un mes, te prometo que podremos hablar de triclinio a triclinio con el Emperador en persona. Mis agentes ya trabajan en ello dentro del mismo Palatino.
-Sin embargo -se inflamó súbitamente el Apóstol-, el Maestro se dejó matar.
-Estaba escrito, Pedro; estaba escrito -le replicó el senador.
Y por dentro pensaba que el Maestro fue un poco exaltado, y los apóstoles y discípulos excesivamente impulsivos.
Y Pedro, entonces, dijo que sí, que bueno, pero que se le permitiera acercarse a la villa de su influyente amigo por sus propios medios, a fin de no perturbar con algún desagradable tropiezo la nueva política de apertura al Circo ni tampoco poner en peligro la importante vida de quien tanto se esforzaba por el porvenir de los fieles del Cristo. El nombre de Cristo ya era conocido por toda Roma y no se le llamaba, como años antes por falta de información, un cierto Cresto.
Y el Apóstol y su discípulo se despidieron del influyente amigo y continuaron su camino hacia Campania, mientras éste siguió a Roma para ir preparando el terreno como una especie de administrador ideológico de Pedro y mover banqueros, cónsules, senadores y grupos de presión, amén de algunos intelectuales de plantilla especializados en impregnar el ambiente y también interesar a personas de la buena sociedad, que siempre quieren estar a la última.
Y entonces fue cuando el discípulo de Pedro vio que el anciano pescador caía de rodillas y su faz se transfiguraba y de sus ojos se desprendían lágrimas amargas, y con todo ello se quedó como turulato cuando Pedro deshizo su camino y emprendió el de la muerte y no entendió nada de nada porque sus oídos mortales no pudieron escuchar el diálogo entre Pedro y el Maestro, ni sus ojos mortales pudieron ver la figura del Maestro, aunque sí se le quedaron como deslumbrados por una maravillosa luz.
-Domine quo vadis?
-Venio iterum crucifigi.
Por eso ahora hay en la Via Apia una pequeña iglesia que se llama del Domine quo vadis?, y también, si mal no recuerda el compilador de algunas tradiciones desconocidas, una alegre tratoría para pecadores, amantes y novios que se llama Qui non se muore mai y que el compilador ha visitado alguna que otra vez para comer y beber en buen amor y buena compañía.
Cada uno de estos lugares conmemora dos instantes distintos de una misma jornada, y si el orden de ubicación en la Via Apia no se corresponde con el de ambas tradiciones, cuestión que la memoria del compilador no determina a punto fijo, es de sospechar que ello se deba a la natural imprecisión que siempre rodea a lo maravilloso. Lo que sí es seguro es que sobre la colina Vaticana, regada con la sangre de Pedro, se alza firmemente el corazón de la Iglesia única y verdadera, y no un rascacielos de aluminio y cristal, sede de un «trust» de compañías multinaciones, como a veces pudiera parecer.
-
LAUS DEO
Madrid, octubre 75
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