El Himno danés que sonó ayer -en lugar del español- mientras el ciclista Alberto Contador era proclamado vencedor del Tour de Francia.
El hombre -Alberto Contador- que, si bien con una sonrisa entre incrédula y resignada, permaneció en lo alto del podio de los triunfadores.
Sin desmerecer la hijoputez gabacha y el amariconamiento de las autoridades españolas que hubiera presentes, esto me recordó un hecho parecido. Creo que lo he contado ya, pero merece la pena repetirlo.
Andaba Manolete en Méjico, toreando a su manera -esto es: de una forma físicamente imposible-, cuando cierta tarde vió que en la plaza de toros ondeaba la Bandera de la IIª República, en vez de la española. Manolete podría haber hecho caso omiso; podría haber mirado a otra parte; podría haberse dicho que lo suyo eran los toros y no la política -respuesta de todos los amariconados de hogaño-; podría haber salido a ganarse al público con su arte y su valor.
Pero Manolete -don Manuel Rodríguez- no salió. Se negó a hacer el paseíllo mientras aquella Bandera no fuera reemplazada por la que correspondía: la roja y gualda; la de España.
La cosa se prolongaba y el público protestaba en consonancia, hasta que al mandamás con autoridad para ello ordenó poner en el mástil la Bandera de España. Salió Manolete y soportó durante el paseíllo la mas estentórea pitada que nunca oyera torero alguno. Hasta que empezó a torear. Despues, herido, escuchó la más portentosa ovación de un público entregado y -ya- manoletista acérrimo.
Un hombre enemigo estaba en la plaza de toros de Méjico: Indalecio Prieto. Y de Manolete dijo, al ver aquella actitud, que era el único español que no había hecho el ridículo en Méjico desde la muerte de Hernán Cortés.
Ayer, el secretario de Estado para el Deporte, Jaime Lissavetzky, ante la repetición del Himno -esta vez el español, tarde y mal- declaró que queda como una anécdota que se ha resuelto como tenía que resolverse.
Otros tiempos, otros hombres. Que cada cual piense al respecto lo que tenga por conveniente. Aquí, en este diario, rindo mi homenaje emocionado al voluntario de los primeros días cordobeses, posterior soldado artillero, y siempre hombre de honor, don Manuel Rodríguez, Manolete.
El hombre -Alberto Contador- que, si bien con una sonrisa entre incrédula y resignada, permaneció en lo alto del podio de los triunfadores.
Sin desmerecer la hijoputez gabacha y el amariconamiento de las autoridades españolas que hubiera presentes, esto me recordó un hecho parecido. Creo que lo he contado ya, pero merece la pena repetirlo.
Andaba Manolete en Méjico, toreando a su manera -esto es: de una forma físicamente imposible-, cuando cierta tarde vió que en la plaza de toros ondeaba la Bandera de la IIª República, en vez de la española. Manolete podría haber hecho caso omiso; podría haber mirado a otra parte; podría haberse dicho que lo suyo eran los toros y no la política -respuesta de todos los amariconados de hogaño-; podría haber salido a ganarse al público con su arte y su valor.
Pero Manolete -don Manuel Rodríguez- no salió. Se negó a hacer el paseíllo mientras aquella Bandera no fuera reemplazada por la que correspondía: la roja y gualda; la de España.
La cosa se prolongaba y el público protestaba en consonancia, hasta que al mandamás con autoridad para ello ordenó poner en el mástil la Bandera de España. Salió Manolete y soportó durante el paseíllo la mas estentórea pitada que nunca oyera torero alguno. Hasta que empezó a torear. Despues, herido, escuchó la más portentosa ovación de un público entregado y -ya- manoletista acérrimo.
Un hombre enemigo estaba en la plaza de toros de Méjico: Indalecio Prieto. Y de Manolete dijo, al ver aquella actitud, que era el único español que no había hecho el ridículo en Méjico desde la muerte de Hernán Cortés.
Ayer, el secretario de Estado para el Deporte, Jaime Lissavetzky, ante la repetición del Himno -esta vez el español, tarde y mal- declaró que queda como una anécdota que se ha resuelto como tenía que resolverse.
Otros tiempos, otros hombres. Que cada cual piense al respecto lo que tenga por conveniente. Aquí, en este diario, rindo mi homenaje emocionado al voluntario de los primeros días cordobeses, posterior soldado artillero, y siempre hombre de honor, don Manuel Rodríguez, Manolete.
1 comentario:
Con dos cojones!Antón
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