Después de un mes largo sin dar señales de vida, supongo que algunos se habrían
hecho la ilusión de que me hubiera muerto, y otros habrán imaginado que la
actualidad me aburre profundamente.
Lamento desilusionar a los primeros
-bueno, no, ¡que coño!, no lo lamento en absoluto-, y doy la enhorabuena por su
perspicacia a los segundos.
Lo que ocurre es que todo esto ya lo conozco;
no diré que lo he vivido, pero sí que lo he leído, y es inútil comentar o
vaticinar sobre algo cuyo final se conoce. La Historia se repite o, como
afirmaba mi camarada Arturo Robsy -¡presente!-, personas igualmente tontas,
sinvergüenzas y canallescas, realizan acciones idénticas que acaban de la misma
forma.
Sea lo que sea, el caso es que -con las inevitables diferencias de
forma, producto de tiempos distintos- el fondo de la cuestión viene a ser el
mismo.
Y a lo que iba, que me enrollo.
El PSOE -no Pedro Sánchez,
sino el PSOE, porque los socialistas son quienes lo han puesto al frente- tiene
muy claras sus prioridades.
Lo primero, pagar a sus socios. No pagar,
como cualquier persona honrada, porque sea lo justo, sino para poder contar con
la misma voluntad comprada en el futuro. Así pues, ya hemos visto cómo en pocas
semanas don Pedro Sánchez le regalaba -lo intentaba, al menos- RTVE a Pablo
Iglesias. No le ha salido la jugada porque el candidato podemita era tan
impresentable, que ni siquiera la banda que aupó al PSOE a la Moncloa ha sido
capaz de tragárselo.
Segundo pago, el traslado de los asesinos etarras en
prisión a cárceles próximas a su domicilio, ya en trámite. En el mismo plano,
traslado de los golpistas catalanes a prisiones de Cataluña, con la cesión de
las competencias sobre los centros penitenciarios al separatista gobiernito del
señor Tuesta -Rufian dixit-, también previsto o en trámite.
Tercer pago,
la vuelta al más cerril guerracivilismo, iniciado por Rodríguez Zapatero y tan
querido por toda la caterva de canallas emperrados en ganar una guerra que
perdieron hace casi ochenta años, y que no tardando mucho convertirá en delito
una cabecera como la que abre este diario, o decir que con Franco se vivía
mejor. Tienen que prohibirlo por ley, los cabritos, a ver si así se olvida la
gente de quién instauró las pagas extraordinarias; de quién creó la Seguridad
Social; de quién -43 años después de muerto- nos facilita aún el agua de
nuestros grifos; de quién abrió la Universidad a todo el mundo; de quién llevó
la economía al octavo lugar del mundo; de quién bajó el paro a niveles
prácticamente inexistentes; de quién dió a los trabajadores -Fuero del Trabajo-
más derechos de los que nunca antes, ni después, tuvieron; de quién construyó
cientos de miles de viviendas de protección oficial.
Será delito decir
todo esto -por más que los datos lo sigan demostrando- en tanto que la señora
Carmena, alcalda de la desgraciada ciudad de Madrid, proyecta un monumento
-paralizado hoy por decisión judicial, pero todo se andará- de homenaje a los
chequistas rojos.
Y, como colofón, don Pedro Sánchez se entrega -como
antes Rodríguez- a la necrofilia. En su primera acepción, que se sepa.
Necrofilia de profanador de tumbas -fijación habitual entre los socialistas
durante la guerra que perdieron, entre otras cosas porque en vez de ir al frente
iban a desenterrar cadáveres de decenios o de siglos-, que no tiene mejor cosa a
la que dedicarse desde el Gobierno al que ha accedido por las componendas, y no
por las urnas.
Don Pedro Sánchez tiene como prioridad de su Gobierno
desenterrar el cadáver del Excelentísimo Señor Don Francisco Franco Bahamonde,
Generalísimo de los Ejércitos y Caudillo de España. Desenterrar el cadáver de
José Antonio Primo de Rivera, Jefe Nacional de Falange Española de las JONS
asesinado en Alicante tras un simulacro de juicio, con un tribunal ilegal y unos
cargos insostenibles habida cuenta de que llevaba encarcelado varios meses.
Y también, por supuesto, una muestra de necrofilia mucho más perversa:
la primera ley promovida por los socialistas, es la que permitirá pasaportar
ancianitos y enfermos cuando empiecen a molestar. ¿Para qué mejorar la Seguridad
Social, si podemos quitar de en medio a los enfermos; para qué mejorar -de verdad- las pensiones, si podemos ultimar a los ancianos con total modernidad?
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