Don Pedro Sánchez, honorable -es un decir- particular que
pretende volver a ser un ejemplo de derrota, de hundimiento y de ridículo; o
sea: volver a mangonear en un PSOE hecho a su imagen y semejanza, lo que
equivale a decir un partido arcaico, novecentista, troglodítico y de simple
transición al rojerío estalinista. Vamos, lo normal en el PSOE, aunque en
ciertos momentos el disfraz le haya funcionado antes de tirarse de cabeza al
precipicio zapaterista y vulgar.
Don Pedro
Sánchez propone, como cosa nueva, varias cuestiones. La primera -al menos así la
señala 20 minutos, edición papel de Madrid, pág. 3-,
erradicar la corrupción.
Lo cual estaría muy bien; sobre todo, si no lo dijera un señor en
cuyo partido hay dos presidentes -recientes- de comunidad autónoma empapelados,
y en cuya historia atesora aquellas minucias de Filesa, Malesa, Time Export, el
papel del BOE, la Cruz Roja, Renfe... Y probablemente, muchos que se me olvidan.
No parece, pues, que sea el PSOE el indicado para tirar demasiadas piedras. Se
me dirá que son casos antiguos, que ya se lavaron; y me remitiré de nuevo
a los dos presidentes autonómicos encausados.
Propone don Pedro Sánchez un modelo territorial estable y
equilibrado; y para ello -siempre según el citado periódico- reformar la
Constitución para definir una España federal perfeccionando el
reconocimiento del carácter plurinacional del Estado.
Pensar que un Estado federal -porque lo que puede establecer una
Constitución es la forma del Estado, no de España en sí- sería estable y
equilibrado es de una candidez rayana en la idiocia. No hay mas que ver lo bien
que funciona el Estado de las autonomías para suponer lo que sería el federal. O
mejor aún: basta con echar la vista atrás y recordar las maravillas de la
Primera República, cuando, por ejemplo, Jumilla se declaraba independiente de
Murcia y le declaraba la guerra, o cuando el Cantón de Cartagena asolaba las
costas mediterráneas de sus pueblos enemigos en la costa murciana, alicantina o
almeriense.
¿Cosas antiguas, también?
Evidentemente. Tan antiguas como el socialismo, más o menos. Pero también tan
actuales como las propuestas actualísimas de los cartageneros separatistas de
hoy, que no hace mucho afirmaban -véase Libertad Digital- su deseo de abandonar
la comunidad autónoma de Murcia si no les dejaban formar su propia provincia. Y
hasta separatistas castellanos, tócate las narices, Pedrito, y equilibra
eso.
Desea don Pedro Sánchez detener el
cambio climático. Casi nada. El solito, metiendo a España en la caverna,
acabará con el cambio climático. Porque el es capaz, ya lo creo. Como Zapatero
lo fue de aliarse con las civilizaciones, soltándole una pasta gansa -nuestra
pasta- al gobierno dictatorial y golpista de Turquía, que eso es lo que se llama
tener ojo a la hora de buscarse aliados democráticos. Pues don Pedro va a
detener el cambio climático, se supone que haciendo que los españoles dejemos de
consumir electricidad, porque las llamadas renovables no nos llegan ni para
empezar y nos cuestan uno y la yema del otro; y de las nucleares, claro, ni
hablamos. Venga, don Pedro; dígale a sus posibles votantes que van a tener que
dejar de ver el Gran Hermano por falta de electricidad, que no van a poder
guasapear porque no podrán recargar el móvil; que no podrán
feisbuquear por no poder encender el ordenador; que la electricidad será
racionada, y también el agua, porque eso de hacer pantanos es vicio fascista.
Dígale a sus presuntos votantes que se olviden del coche, del aire
acondicionado, de la calefacción, y de tantos otros vicios burgueses, y a la
vuelta me lo cuenta.
Pero esto casi es lo de
menos, puesto que don Pedro va a establecer un nuevo modelo
económico. En ese nuevo modelo, quizá no sean necesarios los vehículos
particulares, ni la energía eléctrica, ni los derivados del petróleo -no sólo la
gasolina de los contaminantes coches, sino también el gas para cocinar-; tal vez
no hagan falta los ladrillos, ni los pantanos, ni los trasvases, ni los trenes,
ni los aviones. Porque en las cavernas todo eso está de mas, y ya nos podemos
dar con un canto en los dientes si conseguimos un cacho de mamut que echar en el
perolo.
También puede andar por ahí la
intención de dar respuesta al envejecimiento de la población.
Porque me parece razonable pensar que sin gas, ni electricidad, ni agua, la
población va a envejecer poco. Al menos, la población autóctona, mal
acostumbrada por décadas de comodidades burguesas, originarias del atroz
fascismo que por primera vez en siglos nos dio la posibilidad de comer caliente
-en muchos casos, simplemente de comer-, de beber agua potable, de calentar
nuestras casas -esa es otra, la posibilidad de tener casa-, y de tener vehículo
propio. Lo que demuestra la maldad del franquismo, por supuesto.
Acostumbrados a tales dispendios, no sería
extraño que la población española envejeciera poco. Tampoco sería extraño que
-cosa de las matemáticas- disminuyera bastante. Así es que don Pedro -tan
progresista, tan democrático, tan zapaterista- tendrá que importar gente joven
de lugares donde -por desgracia- las futuras condiciones de la España sanchista,
zapaterista, socialista, podemista, sean habituales desde hace siglos. O sea:
güelcome refugees y otras cacarmenadas.
Y entre las medidas que propone, una con la que difícilmente se
puede estar en desacuerdo: la jornada laboral de 30 horas
semanales. A eso, don Pedro, me apunto. Sobre todo, si significa que
todos los españoles -y los millones de extranjeros que tenemos entre nosotros-
van a trabajar 30 horas semanales, todas las semanas.
Si se trata -como me temo- de que habrá el mismo trabajo, pero
repartido entre más gente -el socialismo siempre ha sido muy hábil a la hora de
repartir la miseria, puesto que la crea en abundancia, y ya don Felipe González
inició el camino con las empresas de trabajo temporal-, le diré a don Pedro
Sánchez que se vaya a.... Bueno, mejor no lo digo, no sea que acabe mandándolo a
hacer algo que en el fondo le guste y aún así algún fiscal me quiera tocar...
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