Quizá mis
habituales se hayan extrañado de que no haya comentado nada sobre el tema del
PSOE hasta la fecha. Pero es que, en realidad, poco había que comentar.
Veamos:
El golpismo del PSOE -ellos son los que han dicho que la
defenestración del señorito Sánchez ha sido un golpe de estado dentro del
partido- no es cosa nueva. ¿Cuántos intentos -si bien fallidos- llevamos
conocidos en las últimas décadas? Mi memoria no alcanza a tanto, y no tengo
archivo para comprobarlo, pero quien guste de husmear en la pequeñez cotidiana
ahí tiene las hemerotecas.
Tampoco le ha hecho ascos nunca el PSOE al
golpe de Estado -esta vez con mayúsculas- externo al partido; y, para
desmemoriados progres conviene recordar Octubre de 1934. O -para no irnos tan
lejos- febrero de 1981.
Lo que sí merece comentario es la situación en
que queda el partido socialista y, por ende, la situación nacional.
Ante
el PSOE se abren dos posibilidades, ya más que comentadas en prensa, radio y
televisión, por lo que no ahondaré. En resumen, se trata de que consienta la
investidura de Rajoy o de que vayamos a unas terceras elecciones dentro de poco
más de dos meses.
Ambas cosas son malas para el PSOE, y enfrenta a los
nuevos dirigentes a una disyuntiva imposible. Si se abstiene y, a consecuencia,
gobierna el PP, puede dar por perdidos buena parte de sus votos en un futuro
próximo. Si persiste en la negativa y se producen nuevos comicios, puede dar por
perdida la mayoría de sus votos dentro de dos meses.
Podría pensarse que
le queda la opción de negociar la investidura y obtener a cambio algún
rendimiento, pero esta es una ilusión falsa. Rajoy sabe -o debería saber- que el
PSOE ya no está en posición de fuerza. Lo que tal vez pudiera haber obtenido
Sánchez a cambio de una abstención, ahora ya no es posible.
Y no lo es,
por la sencilla razón de que ahora es el PSOE el que necesita, como
sea -frase favorita del zapaterismo- un gobierno del PP; y un gobierno
estable, que dure por lo menos tres años.
El PSOE necesita tiempo para
recomponerse, para lamerse las heridas y para -probablemente- limpiar sus
huestes. No se puede siquiera permitir una oposición furibunda que diera paso a
elecciones anticipadas, porque entonces el lastre que lleva acumulado se dejaría
sentir y quedaría sobrepasado por la ultraizquierda podemita.
Queda por
ver si Rajoy es capaz de manejar la situación sin arrogancia y con la suficiente
mano izquierda, ofreciendo al PSOE una salida decorosa -algún pacto sobre
determinados temas o incluso, en el colmo de un impensable maquiavelismo, algún
ministerio de poco peso pero de representación-, o se regodea en hundir al
adversario, lo que devendría en fomentar el podemismo.
Queda también por
ver si los votantes y los militantes del PSOE, que en su mayoría son de extrema
izquierda -y sólo hay que ver con qué buen ánimo recibieron al guerracivilista
Zapatero y a su posterior émulo Sánchez, ejemplo donde los haya de estalinista
en el manejo de su partido- son capaces de darle al PSOE esos años que necesita
para resurgir o, cuando menos, frenar la descomposición.
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